De la ética a la prudencia, y vuelta

Samuel Luke Fildes (1843-1927): “El doctor”. Con un enfoque de realismo social, muestra la tarea del médico ante ese ser “contingente” que es el enfermo. El esfuerzo mental que debe realizarse para comprender el “caso concreto”, acerca la ética y la prudencia al modo de proceder que tiene la medicina.

 

1. Lo necesario y lo contingente

a) Hacer la vida propia y producir cosas técnicas: prudencia y arte

1. Los autores del Siglo de Oro afirman  con un lenguaje un poco áspero que la razón práctica tiene un objeto practicable.

En una primera aproximación, podría decirse que si se trata de lo practicable u operable mediante un obrar inmanente, estamos ante lo “agible”, objeto de la razón práctica llamada prudencia; pero si se trata de lo practicable u operable mediante un hacer transeúnte, entonces estamos ante lo “factible”, objeto de la razón práctica llamada arte. La razón práctica puede ser así activa o factiva[1]: por la razón activa regimos nuestras tendencias y nues­tras acciones; mas por la razón factiva producimos o fabricamos las obras del arte.

Pero en este asunto las matizaciones son importantes; pues, por ejemplo, también la imaginación y la memoria, como actividades inmanentes, son sus­cep­tibles de cierta tecnificación: la nemotecnia o las técnicas de relajación psicoló­gica no son precisamente operaciones transeúntes. Por lo tanto, para diferenciar ambos campos –lo práctico-técnico y lo práctico-moral–, además de la índole de la actividad hay que contar con la de su objeto y la de su fin. Lo veremos un poco después.

Por ahora basta indicar que la pru­dencia está en la sola razón práctica como en su propio sujeto: la razón rige inmediatamente las acciones y los afectos del hombre. En cambio, el arte está no sólo en la razón como directiva principal, sino también en los miembros co­mo instrumentos que completan la obra artificial. 

Es claro que el orden de lo “agible” y de lo “factible” es, por su peculiar constitución, extremadamente contingente.

2. Puede decirse que el objeto formal hacia el que se tensa la filosofía real especulativa es el “ente necesario”, porque no depende de nuestro libre arbitrio; y a la inversa, el objeto formal hacia el que se tensa la filosofía real práctica es el “ente contingente”, en cuanto depende de nuestro libre arbitrio o se refiere a él en cierto modo. El ámbito entitativo de lo libre por excelencia es la propia vida humana, susceptible de ser dirigida por reglas, normas o leyes a su fin último: fue llamado “ente agible humano”, el ente máximamente contin­gente, por ser un “contingente libre”, que está abierto a varias opciones[2]. Pero además la razón práctica no se refiere a ese objeto para conocerlo, sino para dirigirlo, o sea, dirige la operación humana, la cual versa sobre lo contingente. Puede incluso decirse que, de haber una “ciencia práctica” –como en parte lo es la Ética–, ésta sería tanto más perfecta cuanto más se acercara a lo particular: el conocimiento de los objetos morales se perfeccionaría en la medida en que se conocieran los hechos particulares. Pero considerar los objetos particulares de la vida humana no es propio de la ética, sino de la prudencia.

La ética conviene, en cierto modo, con la forma especulativa de la filosofía: ciertamente por su objeto formal no conviene unívocamente con las demás partes especulativas de la filosofía real, pero sí conviene con ellas analógica­mente: se diferencia de ellas por el género, y participa de modo imperfecto de la índole de ciencia o filosofía, porque tiene en su punto de mira siempre un objeto contingente y complejo[3]. Lo cual no quita que, en su teoreticidad analógica, conlleve la verdad que le corresponde.

Porque si el ente se divide en necesario y contingente –como dos géneros propios que convienen en la índole común de ente–, resulta que la certeza de ambas partes de la filosofía real es proporcional ya a la necesidad ya a la contingencia de sus objetos propios.

No se olvide que la tarea propia de esa forma de razón práctica que es la prudencia no es conocer por conocer, sino dirigir inteligentemente para operar o para perfeccionar lo operado; y por lo tanto su proceso resolutivo no llega a la esencia misma de las cosas –que es inmóvil, firme y necesaria–; ni puede generar una certeza plena y absoluta en la inteligencia del cognoscente; le es suficiente la certeza probable e imperfecta, apta para dirigir de manera prudente y razonable. El problema está en saber hasta qué punto la ética –no la pru­dencia– es totalmente un saber práctico.

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b) Relación de la ética a la psicología

1. Decían los autores de la Escuela de Salamanca que, en cuanto saber cien­tífico, la ética o filosofía moral está subalternada (sujeta o supeditada) a la psi­cología, pero no en cuanto al fin, sino en cuanto a los principios propios y al objeto. La ética recibe de la psicología sus principios propios, pues las conclu­siones de la psicología son principios de la ética; y además su objeto propio está bajo el objeto de la psicología, aunque no es una mera parte material suya, sino una materia adjunta o sobreañadida, manteniendo una diferencia accidental, por sus propios atributos y su propio nivel de cognoscibilidad especial.

Ahora bien, la ética no define ni demuestra nada por la causa formal –eso lo hace, por ejemplo, la lógica–, porque su tarea propia no es conocer las naturalezas de las cosas, sino dirigir las acciones humanas a sus fines debidos: por eso se centra en definir y demostrar apelando a la causa final. Y aunque la física realice sus demostraciones por la causa eficiente y final, su gravitación científica está en la causa formal, porque la forma es aquello a lo que primaria y esencialmente conviene la razón de naturaleza, objeto propio de la física. Es más, cuando la física apela a la causa final, considera sobre todo el fin de la obra ­–el fin de la obra natural es la forma de lo generado–; mientras que la ética considera también el fin del operante –un fin añadido a la obra–.

2. Se debe tener en cuenta, además, que la inteligencia humana, en cuanto tal, es antes especulativa que práctica; o sea, sólo secundariamente es práctica. Puede decirse que la inteligencia especulativa se hace por extensión práctica: en este caso, el conocimiento de la verdad se extiende o aplica a la dirección de la obra.

Por eso aquellos autores salmantinos afirmaban que la parte primera de la filosofía especulativa es la que versa sobre los objetos más teóricos, los más independientes de nuestro obrar. A su vez, la parte primera de la filosofía práctica es aquella que trata de la obra más noble y universal: tal es la ética, que versa sobre todo lo agible humano; la segunda parte es la tecnología, que se ocupa de lo factible humano. Siempre se dijo que lo agible –asentado en el alma– es más noble que lo factible –asentado también en el cuerpo–; y es también más universal, pues se extiende a toda la vida humana, incluso la de todos los hombres, mientras que lo factible se limita a una u otra porción de lo humano.

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c) Comparación de la ética con la medicina

1. Teniendo en cuenta la “teoricidad analógica” de la ética, puede decirse que esta se comporta con la psicología –de la que recibe algunos principios– de la misma manera que la medicina con la somatología[4]. Esta comparación la adu­ce el mismo Aristóteles en varios sitios[5].  En la somatología habría que in­cluir hoy la anatomía, la histología, la neurología, la fisiología, la endocri­nología, etc. La medicina, que trata de la enfermedad, queda subalternada a la somatolo­gía, la cual incluye un perfecto conocimiento del cuerpo humano. La salud y la enfermedad son afecciones y propiedades del cuerpo vivo humano, siendo im­posible conocerlas si se ignora lo que es el cuerpo mismo animado y cómo funciona. Ni es posible aplicar un remedio oportuno si no se conoce perfecta­mente la enfermedad. Por eso, el buen médico tiene previamente conocimiento de la naturaleza concreta y de las propiedades del cuerpo humano.

Pues bien, de la misma manera que la medicina se refiere al cuerpo, la ética se refiere al alma. Y si la medicina trata del bien y del mal corporal –de la salud y de la enfermedad–, la ética trata del bien y del mal del alma ­–de las virtudes y de los vicios, pues la virtud viene a ser la salud y vigor del alma, mientras el vicio es su enfermedad y debilidad.

2. Y al igual que la medicina no es la somatología, tampoco la ética es la psicología. El somatólogo halla los principios primeros y universales de la salud y de la enfermedad, mientras que los principios particulares son considerados por el médico, que es el artífice activo de la curación: bajo su propósito considera lo singular, puesto que las acciones existen en los singulares. Es cierto que la salud es causada a veces por la misma naturaleza y, en tal sentido, pertenece a la consideración del somatólogo, a quien compete estudiar las obras de la naturaleza; pero otras veces la salud es causada por el arte, y en tal sentido es considerada por el médico. Ahora bien, el arte no causa “por principio” la salud, sino que coadyuva a la naturaleza, la sirve; y en tal sentido, el médico toma del somatólogo –que es el principal– los principios de su ciencia.

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d) El objeto de la ética: acto vital y acto moral

1. Lo que la ética considera en verdad son la relaciones de los actos humanos a los principios (normas, leyes) que los rigen. A esa relación se llamó “mora­lidad”, la cual es una propiedad del acto voluntario libre: “el género de lo moral comienza allí donde primeramente se encuentra el dominio de la voluntad”[6]. En tal sentido, un acto es bueno o malo, o sea, concuerda con el orden y la dirección que la recta razón determina hacia el fin último del hombre, o se separa de él. La moralidad es el orden que la razón, con su propia actividad, hace en las operaciones de la voluntad[7]. De modo que el objeto propio de la ética es la operación humana ordenada al fin último; o sea, el acto humano libre en cuanto regulable por la razón en orden al fin último del hombre.

De un lado, el acto libre es considerado propiamente por la psicología como acto vital, o sea, oriundo de la voluntad deliberada, procedente del hombre que obra con el dominio de la voluntad, de suerte que en su poder está ponerlo u omitirlo, sin que en esta faena contemple su regulabilidad o su ordenación al fin último de toda la vida humana. De otro lado, la ordenabilidad o regulabilidad –conforme a la cual surge la bondad o la malicia, o sea, la moralidad de los ac­tos– comparece como un accidente propio de los actos humanos, puesto que le conviene al acto humano de modo único, completo y permanente; pero no en cuanto ese acto es precisamente vital y psíquico –que es emitido o imperado por la voluntad y que permanece en ella o en las facultades imperadas–, sino en cuanto se refiere u ordena al fin último de toda la vida humana. Pero mirado formalmente, no es un accidente psicológico ni pertenece a la pura psicología, sino un accidente moral, o sea, de otro género, aunque necesariamente ligado a la entidad psíquica del acto libre.

2. Esto significa que la ética no está contenida en la psicología como parte de ésta; ni su objeto propio es parte del objeto psíquico –como, por ejemplo, la planta es parte del cuerpo natural, y la botánica es parte de la biología–.

Justo por eso se decía, de una manera sumamente exacta y sutil, que la ética sólo está subalternada a la psicología, lo cual significa que en la psicología tienen explicación causal (propter quid) aquellos elementos que en la ética son sólo designados fácticamente (quia). Tampoco el objeto de la medicina es parte del objeto la somatología. Y si bien el cuerpo sanable es el cuerpo natural, no es objeto de la medicina en cuanto es sanable por la naturaleza, sino por el arte. En la sanación médica, el arte ayuda a la naturaleza, porque, teniendo como presupuesto las fuerzas naturales, la salud es perfeccionada con el auxilio del arte. A su vez, el conocimiento causal (propter quid) de la operación técnica se basa en las propiedades de las cosas naturales[8].

Por la peculiar índole del accidente moral –que al acto humano le es materialmente propio y, a la vez, formalmente extraño– surge la conexión y dependencia necesaria de la ética respecto a la psicología; tal accidente incluye un grado especial de conocimiento y, correspon­dientemente, un modo especial de definición, predicación y demostración.

En resumen, lo que hay de psíquico y vital en el acto libre –como lo intelectual y lo afectivo– es un presupuesto respecto a lo formalmente moral; esto segundo no se refiere a lo primero como una parte, sino como un accidente que le sobreviene, un anexo de otra índole.

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e) La tesis psicologista

1. Se puede entender ahora la índole de la “teoricidad analógica” de la ética:  pues las conclusiones de la psicología se comportan como principios propios o apropiados de la ética. Por ejemplo, las conclusiones psicológicas acerca de las facultades psíquicas, de los hábitos operativos, de los actos humanos vitales, de los sentimientos, etc., son los principios de la ética que trata de las virtudes y de los actos humanos morales, en cuanto buenos o malos. Y de la misma manera que las facultades y los hábitos operativos se especifican por los propios actos vitales en orden a sus objetos propios físicos, así las virtudes morales se especifican por los propios actos morales en orden a sus propios objetos morales, o sea, como sometidos a las reglas y leyes morales. Así es como la ética recibe de la psicología sus principios primeros.

El primer principio de la ética determina el verdadero fin último objetivo de toda la vida humana; porque el fin en los asuntos de la vida práctica se comporta lo mismo que el principio en los asuntos especulativos. Pero es la psicología la que demuestra el verdadero fin último de toda la vida humana: por ejemplo, que el alma es esencialmente espiritual e inmortal, y por tanto no es generable ni corruptible, o sea, sacada de la potencia material, sino únicamente creable de la nada. Y así se lo muestra la psicología a la ética.

Conviene insistir en que los atributos o predicados que tiene el acto humano en cuanto moral no son los mismos que tiene en cuanto psíquico: en aquél hay otro nivel de conocimiento. En cuanto psíquico, el acto queda referido al principio del que se origina, a la causa eficiente; pero en cuanto moral, queda referido al fin respecto al cual se ordena. Se puede entonces hablar de un bien y de un mal psíquico y de un bien y de un mal moral. Por el simple bien psíquico –por ejemplo, la salud mental– nadie es alabado o premiado; esto último ocurre cuando comparece en un orden moral; tampoco es nadie vituperado o castigado por un mero defecto psíquico –una depresión–. En cambio alabamos al hombre moralmente bueno y vituperamos al inmoral o malo. Porque los bienes y los males morales dependen de nuestra voluntad; pero los males físicos y psíquicos son independientes de ella. Un acto psicológicamente perfecto –consciente y voluntario– puede ser moralmente pésimo. En cualquier caso, no hay un acto verdaderamente moral si no es antes verdaderamente psicológico.

2. Por lo dicho se entiende suficientemente la tesis clásica de que la ética, en cuanto es propia y estrictamente ciencia, está subalternada a la psicología[9]. Nadie puede llamarse “filósofo moral” si carece de un conocimiento amplio de la psicología, disciplina en la que ha de hundir sus raíces científicas.

Quizás nunca como en el pensamiento contemporáneo se ha llegado al extremo de confundir la ética con la psicología. Desde Hume y Locke, pasando por Stuart Mill, no han dejado de aparecer intentos “psicologistas”, seriamente denunciados por Husserl[10].

Ahora bien, aunque la ética se mueve en un nivel de conocimiento que está subalternado al de la psicología, no está contenida en esta como una especie bajo un género: en realidad la ética no es una especie, sino un cierto género, bajo el cual se contiene la moral individual, la moral familiar y la moral social o política. Sólo de una manera impropia y reductiva podría decirse que la ética es una especie contenida bajo la psicología; porque en sentido propio posee un nivel de conocimiento especial.

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f) Los límites teóricos de la ética como «ciencia»

1. Es preciso aclarar que tanto la psicología como la ética tratan de entidades móviles y contingentes, pero no en cuanto son móviles y contingentes en particular: sólo consideran los aspectos universales que abstraen de lo particu­lar material; y son esos aspectos lo que de inmóvil y necesario hay en lo muta­ble.

Hay aspectos de las cosas mutables –decía Aristóteles– que son inmutables, por ejemplo, que el hombre es animal. Y todo lo que se sigue de la naturaleza, como las disposiciones, las acciones y los movimientos, sufren mutación en muy pocos casos. Por eso, de las cosas móviles puede haber ciencia de aquello inmóvil que en ellas se expresa. De ahí que la psicología, como filosofía natural, sea “ciencia” de las cosas móviles –generables y corruptibles–, pero no en tanto que son particulares y sometidas a la generación y corrupción; sólo considera los aspectos universales que tienen alguna necesidad y permanecen siempre. Y porque los aspectos universales de las cosas contingentes son inmutables, pueden darse demostraciones de ellas. También los aspectos universales de los actos humanos morales son inmutables y necesarios; y conforme a ellos se hacen las demostraciones de la ética. Al igual que ocurre en la psicología, la ética posee principios evidentes e inmutables, de los que se deducen conclusiones necesarias y universales; por ejemplo, el juicio universal acerca de nuestras obras: “no hay que robar”, “no hay que mentir”, “no hay que hacer injusticia”. Y así es inmutable y necesario todo lo que pertenece a la ley natural, tanto los principios como las conclusiones que se deducen de ellos por demostración.

2. Se entiende así que la ética es ciencia, y no prudencia –una virtud moral–, su proceder es especulativo acerca de las cosas morales, como son la esencia del acto y el hábito bueno o malo; y lo hace definiendo, dividiendo y argumen­tando, conforme a sus razones verdaderamente necesarias e inmutables; y de modo semejante se comporta la psicología acerca de las facultades, los hábitos y los actos en cuanto son vitales.

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g) El proceder  fenomenológico de la «casuística» ante los singulares «vagos»

1. Sería erróneo hacer de la ética una ciencia puramente especulativa, como la psicología: porque se ordena naturalmente a establecer las reglas que dirigen los actos humanos; por eso debe descender a considerar los asuntos morales también en particular, pues la ciencia práctica se perfecciona en lo particular. Y en este extremo es donde los autores salmantinos encontraban dificultad para extablecer un límite preciso, bajo tres consideraciones[11].

Primera, el descenso que la ética realiza hacia lo existente no llega hasta los objetos particulares y singulares para dirigir lo concreto y personal: esto lo hace esa forma de razón práctico-moral que es la prudencia.

Segunda, si la prudencia llega hasta los singulares determinados, la ética como ciencia, por mucho que descienda, se detiene en los singulares “vagos”, o sea, aquellos que presentan cierta generalidad o indeterminación: “La ética desciende, como mucho, hasta los singulares vagos (vaga). Pues se requiere la prudencia para dirigirse a los singulares determinados y para actuar aquí y ahora, conforme a las circunstancias individuales. Pero este punto no es alcanzado por la ética, porque llegar hasta la acción que hay que ejercer aquí y ahora lo hace la razón práctica en forma de prudencia. La ética evidentemente pertenece a la razón especulativa, aunque se llame hábito práctico sólo desde el punto de vista de la especificación y por su inserción en el sujeto. Ciertamente puede llamarse práctica, pero no actúa de modo práctico, sino especulativo. En realidad puede ocurrir que haya un filósofo moral muy entendido, pero perverso y depravado en sus acciones”[12].

2. Este “singular vago”, como límite inferior de la ética, fue afanosamente tratado por la tan denostada “casuística” del Siglo de Oro. Como una plausible manifestación epocal de la ética surgió la casuística, a cuyas virtualidades y competencias apenas se ha acercado con justicia todavía un estudio serio. Los modernos no quisieron ver en ese tratamiento de la “generalidad en los casos” un excelente modo fenomenológico –y una oportunidad– de aproximar la ética a su objeto propio.

Cuanto más se desciende a lo particular tanto menor es la necesidad e inmovilidad, menor la abstracción y menor la certeza. Si las proposiciones morales, incluso las universales, se comparan con las matemáticas y metafísi­cas, son inciertas y variables; pero todavía hay más incertidumbre si se descien­de más para conseguir hacer una doctrina de los singulares en especial. Vista desde esta perspectiva, la ética es menos abstracta y menos cierta que la psicología, a la que está subalternada. Pero también es incuestionable que tiene más complejidad que la psicología.

El nivel cognoscitivo de la ética, tomada en toda su amplitud, aunque es semejante y proporcionado al de la psicología, posee una índole peculiar, en razón de que se ordena a la praxis de la vida moral para dirigirla y regularla. De un lado, enfoca un extremo inferior al que ni siquiera llega la psicología; de otro lado, enfoca un extremo superior, más íntimo y sapiencial –el de la virtud, el de la vida esforzada–, que también escapa a la psicología. En razón del enfoque práctico, de una parte, y del enfoque contemplativo, de otra parte, el nivel cognoscitivo de la ética difiere del que es propio de la psicología.

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2. Dos especies de intelecto en el acto prudencial

a) La incógnita del singular y la duplicidad principial de la prudencia

1. Suele ocurrir que quienes no poseen una ciencia universal son más expertos acerca de algunas cosas particulares que aquellos que la tienen. Por ejemplo, si un médico conoce teóricamente que un tipo de carnes son muy digestibles y sanas, pero no sabe identificarlas concretamente, no podrá traer la salud. Pero el que sabe, por ejemplo, que las adecuadas son las carnes de volátiles, podrá  provocar la salud. Con este ejemplo me estoy refiriendo a la razón práctico-moral, la prudencia, la cual no sólo recibe los universales, sino que conoce los singulares, justo por ser principio directivo del obrar concreto. Ahora bien, como la prudencia es una “razón práctica” es preciso que el hombre prudente tenga una y otra noticia, a saber, la universal y la particular; y muy especialmente, la noticia de los particulares [13]

2. Si la “sabiduría” (sapientia) es la virtud intelectual más principal en el orden especulativo, la “prudencia” (prudentia) lo es en el orden práctico. Y si la sabiduría lleva entrañado al intelecto de los principios universales, la prudencia incluye el intelecto de los principios particulares.

En realidad la prudencia encierra algo así como dos tipos de “intelecto”: uno más alto, en cuyos primeros y universales principios ha de apoyarse para concluir los modos de obrar humano moralmente correctos. Estos principios primeros han de acompañar en su discurso a la premisa mayor. El otro intelecto está en un nivel más bajo, y mira a lo singular que, compareciendo como término de referencia del acto prudencial, se presenta en la premisa menor.

A los dos les llama Santo Tomás “intelecto”; porque el intelecto versa sobre “extremos”, entendiendo por extremo aquello primario de lo que se deriva otra cosa. En tal sentido el intelecto versa sobre los primeros extremos que comparecen en el conocimiento especulativo y en el práctico. Habría así un doble intelecto. Uno dirigido a términos primeros e inmóviles presentes en las demostraciones que proceden de los términos primeros o principios indemostrables, que son lo inmóvil y primeramente conocido: el conocimiento que se tiene de ellos no puede ser eliminado del hombre. Otro intelecto, el del orden práctico, versa sobre unos extremos distintos, a saber, singulares y contingentes, y se expresa en una proposición que no es universal como la premisa mayor de un silogismo, sino singular, la cual actúa como la premisa menor en el silogismo práctico[14].

Por estar volcado a lo concreto, el intelecto que versa sobre los principios operables se apoya en la experiencia y la edad, perfeccionándose por la pruden­cia; de ahí resulta necesario atender a lo que opinan e indican, acerca de las cosas operables, los hombres expertos, los ancianos y los prudentes, los cuales, aunque no hagan demostraciones, aportarán mucho más que las demostraciones. Semejantes personas, que están cargadas de experiencia y por tanto de juicios rectos sobre las cosas operables, ven los principios de las cosas operables. Y los principios son más ciertos que las conclusiones de las demostraciones[15].

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b) Los principios que actúan como causas finales

 

1. En la psicología del Aquinate, la facultad cognoscitiva que, en el proceso prudencial, es capaz de llevar lo singular al ámbito cognos­cible, o sea, a acoger en el límite de lo sensible lo singular, se llama “cogitativa”, la cual funciona, para la prudencia, como un “intelecto”, pero un intelecto práctico.

El motivo por el que a la “cogitativa” se le llama de esa manera es por­que el intelecto versa sobre los principios. Y no se debe olvidar que los singulares, a los que se refiere el intelecto, son principios que actúan como causas finales. También se podría decir que los singulares tienen índole de principios porque de ellos se saca lo universal. Pues del hecho de que una hierba provoca tal tipo de salud, se concluye que esa especie de hierba vale para sanar. Como los singulares se conocen propiamente mediante los sentidos, es preciso que el hombre tenga sensación no sólo exterior, sino también una percepción interior más integradora y con más fuerza de elevación cognoscitiva. A ella corresponde la prudencia, a través de esa forma de sentido interior que se llama cogitativa o esti­ma­tiva. Y por tal motivo ese sentido se llama intelecto, que versa en este caso sobre objetos sensibles o singulares[16].

Ese intelecto que discrimina perfectamente los singulares en el orden práctico no sólo se comporta como un principio –al igual que ocurre en el orden especulativo–, sino también como un fin. Pues en el orden especulativo las demostraciones proceden de los principios captados por el intelecto; pero de tales principios no se dan demostraciones. Ahora bien, en el orden práctico, las demostraciones no sólo proceden de aquellos principios que son los singulares, sino que se dan peculiares demostraciones de ellos. Por lo tanto es necesario que en el silogismo práctico, conforme al cual la razón mueve a obrar, sea singular la premisa menor y también la conclusión que hace derivar el mismo operable, que es singular[17].

2. En fin, también la “ciencia” y la “prudencia” guardan cierta coherencia con el intelecto, que es el hábito de los principios. Pues el intelecto versa sobre ciertos términos o extremos, es decir, principios indemostrables, de los que no cabe dar razón, porque no pueden ser probados racionalmente, sino que se co­no­cen de inmediato. Pero la prudencia versa sobre un extremo, a saber, el sin­gular operable, que necesariamente ha de ser tomado como principio en el orden práctico; y de ese extremo no hay ciencia, porque no se prueba racionalmente. Más bien, sobre él recae el sentido: es percibido por un sentido, no ciertamente por aquel que percibe las especies de los sensibles propios –como el color, el sonido y semejantes– que es un sentido propio; sino un sentido interior que percibe los objetos expuestos en la imaginación: la cogitativa. La prudencia, pues, conviene con el intelecto en versar sobre un extremo[18].

No obstante, existe una diferencia clara entre el intelecto y la prudencia: el intelecto no es indagador, inquisitivo; en cambio, la prudencia inquiere e inves­ti­ga, pues depende del consejo: aconsejar e indagar difieren entre sí como lo propio y lo común[19].

3. De todo lo dicho se comprende que esta facultad “cogitativa” se llame a la vez, en el orden práctico, “sentido”, “intelecto” y “razón”.

Se llama “sentido”, porque versa sobre lo singular sensible; y se llama “intelecto”, porque eso singular, en tanto que estimado y comparado o juzgado, queda ciertamente en la premisa menor de la conclusión práctica. La estimación que se refiere a un fin particular se llama, de un lado, intelecto, en cuanto se refiere a un principio; y, de otro lado, sentido, en cuanto se refiere a lo particular[20].

Asimismo, al igual que en el orden de lo universal el intelecto hace un juicio absoluto de los primeros principios, y la razón discurre de los principios a las conclusiones, también acerca de los singulares la facultad “cogitativa” del hombre se llama intelecto por hacer un juicio absoluto de los singulares; y se llama razón particular porque discurre de una cosa a otra[21].


[1]     “Ordo autem quadrupliciter ad rationem comparatur. Est enim quidam ordo quem ratio non facit, sed solum considerat, sicut est ordo rerum naturalium. Alius autem est ordo, quem ratio considerando facit in proprio actu, puta cum ordinat conceptus suos adinvicem, et signa conceptuum, quae sunt voces significativae; tertius autem est ordo quem ratio considerando facit in operationibus voluntatis. Quartus autem est ordo quem ratio considerando facit in exterioribus rebus, quarum ipsa est causa, sicut in arca et domo. Et quia consideratio rationis per habitum scientiae perficitur, secundum hos diversos ordines quos proprie ratio considerat, sunt diversae scientiae. Nam ad philosophiam naturalem pertinet considerare ordinem rerum quem ratio humana considerat sed non facit; ita quod sub naturali philosophia comprehendamus et mathematicam et metaphysicam. Ordo autem quem ratio considerando facit in proprio actu, pertinet ad rationalem philosophiam, cuius est considerare ordinem partium orationis adinvicem, et ordinem principiorum in conclusions. Ordo autem actionum voluntariarum pertinet ad considerationem moralis philosophiae. Ordo autem quem ratio considerando facit in rebus exterioribus constitutis per rationem humanam, pertinet ad artes mechanicas. Sic igitur moralis philosophiae, circa quam versatur praesens intentio, proprium est considerare operationes humanas, secundum quod sunt ordinatae adinvicem et ad finem. (In I Ethic.,lect 1, nn. 1-2).

[2]     “Solum scientiae practicae sunt circa contingentia in quantum contingentia sunt, scilicet in particulari; scientiae autem speculativae non sunt circa contingentia nisi secundum rationes universales, quae sunt ex necesítate et semper” (In IV Ethic. lect. 3, n. 1.152, 1,146).

[3]     Cfr S. Ramírez, De ipsa philoso­phia in universum (2 tomos), Madrid C.S.I.C., 1970, 248-260.

[4]     Cfr. S. Ramírez, De ipsa philoso­phia in universum (2 tomos), Madrid C.S.I.C., 1970, 260-263.

[5]     Ethic. Nicom. I, cap. 13, n. 7-8 (II, 13, 16-25); De sensu et sensato, cap. 1 (III, 476, 18-24); también en De respiratione, cap. 21 (III, 551, 15-24).

[6]     In II Sent, d.24, q.3, a.2 c.

[7]     In I Eth. lect. 1, n.1.

[8]     Cfr. S. Ramírez, De ipsa philoso­phia in universum (2 tomos), Madrid C.S.I.C., 1970, 263-265.

[9]     Cosmas Alamannus, Summa Philosophiae, Logica, q. 35, a3 ad4 (ed. Felchlin et Beringer, t. I, p. 372, París, 1885). ­Joannes a Sancto Thoma, Cursus Philosophicus, Logica, q 27, a.1, ad 1m (ed. Reiser, t. I, p. 826-827). 

[10]    E. Husserl, Investigaciones lógicas, trad. J. Gaos, 2 ed. Madrid 1967, vol. 1, pp. 82-83. W. Scjuppe, “Psychologismus und Normcharakter”, Archiv für systematische Philosophie, VII (1901) 1-22. H. Pfeil, Der Psychologismus im englischen Empirismus, Paderborn 1934.

[11]    Cfr. S. Ramírez, De ipsa philoso­phia in universum (2 tomos), Madrid C.S.I.C., 1970, 267-270.

[12]    Gregorio Martínez, Commentaria super I-II Divi Thomae (Toledo 1622), q. 57, a. 5, dub. 2, ad ultimam obiectionem, p. 214b-215a.

[13]    In VI Ethic, lect. 6, n. 11.

[14]    “Intellectus sit circa extrema. Et dicit [Philosophus] quod intellectus in utraque cognitione, scilicet tam speculativa quam practica, est extremorum, quia primorum terminorum et extremorum, a quibus scilicet ratio procedere incipit, est intellectus et non ratio. Est autem duplex intellectus. Quorum hic quidem est circa immobiles terminos et primos, qui sunt secundum demonstrationes, quae procedunt ab immobilibus et primis terminis, idest a principiis indemonstrabilibus, quae sunt prima cognita et immobilia, quia scilicet eorum cognitio ab homine removeri non potest. Sed intellectus qui est in practicis, est alterius modi extremi, scilicet singularis, et contingentis et alterius propositionis, idest non universalis quae est quasi maior, sed singularis quae est minor in syllogismo operativo”. (In VI Ethic, lect. 9, n. 13).

[15]    “Intellectus, qui est principiorum operabilium, consequitur experientiam et aetates et perficitur per prudentiam; inde est, quod oportet attendere his quae opinantur et enuntiant circa operabilia homines experti et senes et prudentes, quamvis non inducant demonstrationes, non minus quasi ipsis demonstrationibus, sed etiam magis. Huiusmodi enim homines, propter hoc quod habent ex experientia visum, idest rectum iudicium de operabilibus, vident principia operabilium. Principia autem sunt certiora conclusionibus demonstrationum” (In VI Ethic, lect. 9, n. 20).

[16]    “Quare autem huiusmodi extremi dicatur intellectus, patet per hoc, quod intellectus est principiorum; haec autem singularia, quorum dicimus esse intellectum huiusmodi, principia eius sunt quod est cuius gratia, id est sunt principia ad modum causae finalis. Et quod singularia habeant rationem principiorum, patet, quia ex singularibus accipitur universale. Ex hoc enim, quod haec herba fecit huic sanitatem, acceptum est, quod haec species herbae valet ad sanandum. Et quia singularia proprie cognoscuntur per sensum, oportet quod homo horum singularium, quae dicimus esse principia et extrema, habeat sensum non solum exteriorem sed etiam interiorem, cuius supra dixit esse prudentiam, scilicet vim cogitativam sive aestimativam, quae dicitur ratio particularis. Unde hic sensus vocatur intellectus qui est circa singularia” (In VI Ethic. lect. 9, nn. 14-15).

[17] “Intellectus, qui est bene discretivus singularium in practicis, non solum se habet sicut principium, sicut in speculativis, sed etiam sicut finis. In speculativis enim demonstrationes procedunt ex principiis quorum est intellectus; non tamen demonstrationes dantur de eis. Sed in operativis, demonstrationes et procedunt ex his scilicet singularibus, et dantur de his scilicet singularibus. Oportet enim in syllogismo operativo, secundum quem ratio movet ad agendum, esse minorem singularem, et etiam conclusionem quae concludit ipsum operabile, quod est singulare” (In VI Ethic. lect. 9, nn. 19-20).

[18]    Dicit ergo primo, quod tam scientia quam prudentia sunt susceptibiles, vel attingibiles (secundum aliam litteram) intellectui, idest habent aliquam cohaerentiam cum intellectu, qui est habitus principiorum. Dictum est enim supra; quod intellectus est quorumdam terminorum sive extremorum, idest principiorum indemonstrabilium, quorum non est ratio, quia non possunt per rationem probari, sed statim per se innotescunt. Haec autem, scilicet prudentia, est extremi, scilicet singularis operabilis, quod oportet accipere ut principium in agendis: cuius quidem extremi non est scientia, quia non probatur ratione, sed est eius sensus, quia aliquo sensu percipitur, non quidem illo quo sentimus species propriorum sensibilium, puta coloris, soni et huiusmodi, qui est sensus proprius; sed sensu interiori, quo percipimus imaginabilia, sicut in mathematicis cognoscimus extremum trigonum, idest singularem triangulum imaginatum, quia etiam illic, idest in mathematicis statur ad aliquod singulare imaginabile, sicut etiam in naturalibus statur ad aliquod singulare sensibile. Et ad istum sensum, idest interiorem, magis pertinet prudentia, per quam perficitur ratio particularis ad recte aestimandum de singularibus intentionibus operabilium. Unde et animalia bruta, quae habent bonam aestimativam naturalem dicuntur participare prudentia. Sed illius sensus, qui est circa propria sensibilia, est quaedam alia species perfectiva, puta industria quaedam discernendi colores et sapores et alia huiusmodi. Et ita prudentia convenit cum intellectu in hoc, quod est esse alicuius extremi” (In VI Ethic. lect. 7, nn. 20-21).

[19]    “Deinde cum dicit: quaerere autem etc., ostendit differentiam inter prudentiam et intellectum. Intellectus enim non est inquisitivus; prudentia autem est inquisitiva: est enim consiliativa. Consiliari autem et quaerere differunt sicut proprium et commune. Nam consiliari est quoddam quaerere, ut in tertio dictum est” (In VI Ethic. lect. 7, n. 22).

[20]    “Ipsa recta aestimatio de fine particulari et intellectus dicitur, inquantum est alicuius principii; et sensus, inquantum est particularis. Et hoc est quod philosophus dicit, in VI Ethic., horum, scilicet singularium, oportet habere sensum, hic autem est intellectus. Non autem hoc est intelligendum de sensu particulari quo cognoscimus propria sensibilia, sed de sensu interiori quo de particulari iudicamus” (STh II-II, q .49. a-2 ad 3).

[21]    “Sicut pertinet ad intellectum absolutum in universalibus iudicium de primis principiis, ad rationem autem pertinet discursus a principiis in conclusiones, ita etiam circa singularia vis cogitativa hominis vocatur intellectus secundum quod habet absolutum iudicium de singularibus. Unde ad intellectum dicit pertinere prudentiam et synesim et gnomen. Dicitur autem ratio particularis, secundum quod discurrit ab uno in aliud” (In VI Ethic. lect. 9, n. 21).

2 Comments

  1. Cesar Edmundo Manrique Zegarra

    31 enero, 2017 at 12:31 AM

    El texto es sumamente interesante. Hace recuerdo de la distincion fundamental entre lo factible,,vinculado a la manipulacion de las cosas y lo agible circunscrito a las actuaciones con la participacion de otras personas. Una distincion que casi se ha perdido al influjo de criterios utilitarios. Dante en su tratado politico La Monarquia precisa las diferencias entre uno y otro termino.
    Si hubiera que citar el texto,¿Como podria hacerlo?,¿Quien es el autor o quienes son los autores?

  2. Cesar Edmundo Manrique Zegarra

    31 enero, 2017 at 11:11 PM

    Disculpe. Leí el artículo en el celular movil, ahora se que el autor es un destacado profesor universitario. El artículo es excelente.

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