Realidad y abstracción de la familia.
La familia no es una abstracción, sino una realidad. Una realidad de un carácter único, que exige un tratamiento científico especial.
Hay un modo de acercarse a la familia que consiste en considerarla como un objeto de estudio puramente cuantitativo y experimental, como una cosa entre las demás cosas del mundo.
Y desde luego, la familia es una cosa; pero no como las demás cosas. En ella se articulan seres humanos, vidas, afanes, decepciones y alegrías. Si uno se acercara como frío investigador a la familia, y comenzara a diseccionarla para ver su anatomía interna, sólo obtendría el esquema limitado de la visión cuantitativa que ha echado sobre ella.
Diría, por ejemplo, cómo se ha extendido la familia hasta el momento por el mundo, qué tipos han existido, cómo se articulan sus relaciones con el todo social. Incluso con ayuda de ordenadores electrónicos podría hacer un estudio que simulara la experiencia de un comunidad de familias durante un largo período. Se construiría primero un modelo estructural de familia y se le irían aplicando luego elementos variables, como índices de natalidad y de mortalidad, duración de las uniones, incidencias socio-económicas, etc. Con ello se determinarían variedades de familia que podrían aparecer en diversas circunstancias.
Parece que estos ensayos sofisticados pueden incluso quedarse cortos a la hora de determinar la variedad de esos grupos domésticos. Porque el carácter indefinido o plástico del hombre es capaz de ocasionar muchas más variaciones, imprevistas para el programador de un ingenio electrónico.
Y lo que es más importante, el ordenador electrónico diría cómo ha sido la familia hasta el momento y cómo puede ser mañana; pero no diría nada acerca de lo que debe ser la familia.
El científico, que se atiene al aspecto cuantitativo y anatómico de la familia, habría perdido su sentido vital, su fisiología, el significado que se incrusta en cada elemento que la compone.
El factor cualitativo, unificador y fundamentante de la familia es el amor. Y no está fuera de lugar, al comenzar un estudio sobre las formas de familia, hacer mención del amor. Porque no hay otra salida «científica» para explicarlas. O mejor dicho, con otra salida sería escamoteado y aplazado indefinidamente el sentido unitario y total de la familia, por relación al cual quedan «entendidas» sus distintas formas.
Este escamoteo es frecuente encontrarlo incluso en la Antropología social. En verdad, dicha disciplina se interesa por la familia desde un punto de vista externo o social. Ve las modalidades que la familia adopta, las maneras que tiene de funcionar, observa sus corruptelas, el engarce que mantiene con la ciudad o el Estado, etc. Pero queda fuera de su mirada lo que da sentido a todo eso, lo que hace de la familia un todo viviente: el amor y su finalidad.
No ve el todo. Y esto metódicamente está bien o es correcto. Pero a veces da un paso más y sacrifica el todo por la parte, diciendo que lo que ve por los cristales cuantitativos de su método experimental es la cualidad y esencia misma de la familia. Por ejemplo, cuando encuentra que es muy elevado el número de familias desavenidas o desarregladas tiende enseguida a pensar que el número hace ley, concluyendo que la familia del futuro ya no puede estar ligada por vínculos permanentes, porque estadísticamente la humanidad tiende a formas débiles de unión. Pasa del plano del ser de los hechos empíricos al plano del deber ser. No atiende al fundamento de la familia, al amor, que podría indicarle cómo debería ser la familia si el amor se cumpliera con todas sus exigencias. Del «ser» de la familia, de su «identidad» (ser comunidad de vida y amor) brota su operatividad, su «deber ser», su «misión»: el cometido que ella «está llamada a desempeñar en la historia brota de su mismo ser y representa su desarrollo dinámico y existencial. Toda familia descubre y encuentra en sí misma la llamada imborrable, que define a la vez su dignidad y su responsabilidad.
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Límite estructural de comprensión: parentesco y roles
A través de dos ejemplos se podrá comprender el alcance de estas afirmaciones. El primero se refiere a la realidad de la familia; el segundo a su universalidad.
a) En la actualidad, cualquier libro de Antropología social define a la familia por los lazos de parentesco: «es una agrupación social cuyos miembros se hallan unidos por lazos de parentesco», dice Beals.
Esos lazos se reducen a tres relaciones básicas: la primera tiene un polo masculino y otro femenino y es llamada relación conyugal, reconocida como matrimonio por los demás miembros de una sociedad; la segunda se da entre el complejo conyugal y los hijos, y es llamada relación paterno-filial. La tercera tiene lugar entre los hermanos y es llamada relación fraternal.
El conjunto más elemental de estas relaciones es llamado «familia nuclear», porque desde ella se desarrollan otros grupos familiares más complejos, como la familia conjunta, en la que bajo la autoridad de los padres maduros viven los hijos con sus esposas y nietos.
Definida la familia por simples lazos de parentesco, el antropólogo considera superfluo identificarla por los lazos biológicos. La familia biológica debe entonces ser explicada por los lazos de parentesco, y no al revés. Dice Durkheim: «La familia no es el grupo natural de padres y de hijos que la unión de sexos engendra, sino una institución social, producida por causas sociales».
Incluso se puede aducir algún caso que otro de pueblos que no reconocen la vinculación biológica que el parentesco puede tener. Los nuer, un pueblo de Africa oriental, tienen una curiosa costumbre: si un hombre muere en la batalla antes de casarse, un pariente suyo puede casarse «en su nombre» con una muchacha. Pagado el precio de la esposa, los hijos que ésta tenga, aunque sean de un amante de todos conocido, serán considerados como del esposo muerto; e incluso le heredarán. He aquí un ejemplo, se dice, de cómo el vínculo de parentesco se superpone externamente al lazo biológico.
Sin embargo, no se debe exagerar esta desvinculación. Normalmente la relación de parentesco se desarrolla socialmente montada sobre la relación biológica, la cual sería su fundamento último y daría lugar al analogado principal de las demás relaciones de parentesco; a saber, daría lugar a la familia biológica.
La comunión conyugal constituye el fundamento sobre el cual se va edificando la más amplia comunión de la familia, –padres, hijos, hermanos y parientes–. Esta comunión radica en los vínculos naturales de la carne y de la sangre. A su vez el amor constituye la fuerza interior que vivifica la comunidad familiar.
La familia es unidad social porque es unidad biológica. La unidad meramente social tiene mucho de artificial, puesto que los lazos de parentesco son entendidos por cada cultura de muy diversa manera.
Pero la Antropología social se ha contentado con aceptar los sistemas de parentesco como clave total para definir la familia. Ha hecho de la parte un todo.
Mas no se debe olvidar que el todo es antes que la parte. Y antes que el parentesco está la familia biológica formada por el padre, la madre y los hijos[1].
El estudio del parentesco explica las diversas modalidades de atribución del nombre de padre, madre, tío, primo, etc., e indica los derechos y deberes que tienen los sujetos nombrados con ese título. A la colección de términos relacionados se le aplica la etiqueta «familia», que muchas veces, claro está, no coincidirá con la familia biológica.
Si encontrásemos un ámbito cultural en el que los parentescos no respondiesen a los nuestros, sólo hallaríamos de nuevo la distribución distinta de derechos y deberes, pero no por ello los padres dejarían de ser padres. La transformación del orden del parentesco en nada afecta a la vinculación real de la madre con el hijo, por ejemplo. A su vez, el vínculo biológico necesita de una fuerza aglutinante (el amor) para vivificar a la familia en sentido propio.
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Universalidad de la familia nuclear
El segundo ejemplo viene suscitado por la pregunta siguiente: ¿Es universal la familia nuclear? ¿Se da siempre en todas partes?
Los antropólogos no ponen en duda la universalidad de la familia nuclear. G. P. Murdock indica que la familia nuclear es universal, porque cumple siempre funciones vitales, sexuales, económicas, reproductivas y educativas. Es universal bien de manera aislada, o de manera conjunta. Del mismo modo, Parson hace observar que la familia es necesaria para la socialización de los niños y para la estabilidad de la personalidad adulta. No sería posible la socialización sin una reglamentación de las relaciones sexuales y sin una atención a los niños dentro de grupos pequeños.
En este punto los antropólogos afinan el planteamiento y dicen, como Levy y Fallers, que una cosa es la familia nuclear como grupo concreto, o sea, como agrupación real de individuos, y otra el conjunto de relaciones de la familia nuclear, o sea, el sistema de roles que en ella hay. La familia nuclear debería definirse precisamente por el sistema de roles o relaciones, que son: esposo-esposa, padres-hijos, hermanos-hermanos. Pues bien, estos roles podrían distribuirse entre sujetos que no constituyen un grupo. La universalidad de la familia nuclear no estaría en la «universalidad concreta», sino en la «universalidad abstracta» de los roles.
De hecho los antropólogos aducen ejemplos en los que parece apoyarse esa hipótesis. El gran antropólogo Malinowski describió las costumbres de los habitantes de las islas Trobriand. Para estos hombres, la mujer concebía cuando entraba en su cuerpo un espíritu. Las relaciones sexuales no tenían en sí mismas un significado reproductivo. Pese a ello, los hombres mantenían relaciones sociales con los hijos de las esposas, aunque normalmente el rol del padre era asumido por el hermano de la madre. Los roles básicos de la familia nuclear se mantenían aquí también, pero desempeñados por personas que a veces ni siquiera estaban vinculadas por lazos de sangre.
Levy y Fallers no consideran, por tanto, correcto decir que existe universalmente la familia nuclear; sería más exacto decir que existe universalmente el complejo de relaciones de la familia nuclear. Así se explicaría el hecho de que un niño a quien le falte uno de los padres pueda ser educado dentro de un complejo de roles, cumplidos por personas distantes en el parentesco y que sustituyen concretamente al núcleo biológico de la familia.
Levy y Fallers llegan incluso a decir que las funciones biológicas que darían lugar al nacimiento del hijo sean referidas a ese conjunto de roles y no a individuos concretos; o sea, que lo concreto tiene que ser explicado por lo abstracto. El padre y la madre reales podrían ser sustituidos por cualquier individuo apto para procrear (incluso por una máquina que en un futuro lejano pudiese sintetizar sustancias genéticas), siempre que hubiese una institución nodriza que garantizase el complejo de roles propio de la familia nuclear. Obviamente se acaba por reducir el sujeto a objeto, la persona a cosa.
Como contrapartida, el estudio que el psicoanalista René A. Spitz ha hecho sobre los orígenes de la comunicación humana es concluyente. El lactante, además de exigir la satisfacción de sus necesidades fisiológicas, tiene necesidad de un afecto especialísimo por parte de los padres. La alta mortalidad infantil en los hospicios es buena prueba (negativa) de ello. Ni siquiera las instituciones más científicamente organizadas pueden sustituir a la madre. Existe un trastorno en el desarrollo del niño que se conoce con el nombre de «hospitalismo», que no se presenta en el seno de las familias. El hospitalismo psíquico prueba que el niño no puede vivir sin amor, aunque exista una persona que cumpla el rol mecánico de alimentarlo. Exige desde el principio la compenetración con la madre, con la persona que le brinda el amor.
Si comprendiésemos a la familia como un conjunto de roles definidos o como un grupo de parentesco, se nos habría escapado lo que la familia es y el ideal de perfección al que se orienta. Quien se contente con definir a la familia por los roles que en ésta se cumplen se parece al crítico que juzga el valor poético de un verso por la disposición concertada de las sílabas. El poema, como la familia, tiene un sentido profundo. El de la familia está marcado por la naturaleza y por el amor.
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El límite evolucionista
Las limitaciones que acompañan al antropólogo cuando estudia estructuralmente a la familia vuelven a surgir cuando las preguntas pasan de las coordenadas estáticas o estructurales a la coordenada evolutiva o genética.
La Antropología social acentúa que la familia no es una forma inmutable o una esencia eterna, sino que en su existencia y constitución depende de las fuerzas y condiciones empíricas que se entrecruzan en la historia. La familia no sería principio, sino resultado, o sea, resultante de factores económicos, políticos, ecológicos y tecnológicos.
Nada tiene de extraño, pues, que el antropólogo se pregunte si hay algún nexo de dependencia genética de unas formas de familia respecto de otras. ¿Habrá una evolución temporal de formas de familia desdibujadas y tanteantes a formas de familia más desarrolladas y perfectas? Estas preguntas apasionan a los evolucionistas y se refieren al desarrollo y conexión que la configuración familiar ha tenido en el tiempo.
Los evolucionistas han respondido afirmativamente a esta pregunta. La familia actual monogámica, han dicho, deriva evolutivamente de un estado de promiscuidad primitiva, pasando por fases intermedias, como el matriarcado. Esta postura hizo furor en la segunda mitad del siglo XIX y en las primeras décadas del XX. Se ha corregido de muchas maneras, pero el sentido general de la tesis se ha mantenido. Por eso no será ocioso, sino instructivo, acechar esta tesis en el mismo momento de su nacimiento: en el siglo pasado.
Pero antes de ponernos a examinar esta tesis, conviene advertir que en el fondo de ella previamente comparten los evolucionistas, tanto antiguos como modernos, una solución al problema de saber si la familia es un principio en la historia o es un resultado de la evolución; y han respondido que la familia no es un hecho de naturaleza, sino que es creación de la historia y de la sociedad.
Como es resultado o producto, está claro que podremos encontrarnos más adelante con otras formas de unión que no sean precisamente la familia monogámica. La evolución hace y deshace entidades. Ella lo justificarías todo; como el surgimiento de las comunidades promiscuas, en las que se disuelve la solidaridad familiar en favor de la lealtad a otros grupos.
El evolucionismo considera que el desarrollo de la humanidad se da como un continuo progreso en el que lo superior diferenciado, como la libertad y la moralidad, se ha derivado de lo anterior indiferenciado o impersonal. En este proceso de despliegue, cada etapa subsiguiente es superior a las anteriores y se halla más cerca de la verdad, siguiendo una línea ascendente. La humanidad, por tanto, inicia su despliegue social partiendo de una fase en que faltan leyes éticas y religiosas, desprovistas incluso de fenómenos culturales.
Como desde el punto de vista filosófico se aprecia que hay un hiato ontológico irreductible entre lo impersonal y lo personal, los evolucionistas cuidan mucho de apoyar sus tesis con gran profusión de datos empíricos.
No es momento oportuno para discutir la tesis filosófica central del evolucionismo el paso de lo impersonal a lo personal; por eso vamos a recalar en su argumentación atendiendo a los hechos empíricos que aducen.
En el esquema evolucionista que sirvió de modelo a las actuales posturas, la humanidad pasó de la agamia o estado de promiscuidad absoluta a la monogamia o estado de unidad perfecta entre dos cónyuges solamente. Entre el más y el menos habría una serie de escalones que la humanidad debería haber pasado antes de llegar a la monogamia.
Los datos empíricos que el evolucionismo maneja han sido tomados de pueblos culturalmente diversos. Incluso algunas fases han sido propuestas sin tener una base documental seria. Pero esas fases tenían que ser admitidas porque eran necesarias para unir los anillos de la cadena evolutiva.
Un evolucionista cuya mente fuese guiada por ese esquema simple, construiría las fases de aparición de la familia del siguiente modo
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Agamia
En el punto de partida de la evolución aparecería la fase de agamia o de promiscuidad absoluta. Este estado carecería de toda norma que regulara las relaciones entre los sexos. Todos los hombres, se afirma, tenían acceso a todas las mujeres, incluso bajo la relación incestuosa.
Esta tesis es compartida por el iniciador de la teoría evolutiva sobre la familia: Bachofen, quien hace cien años afirmó que los hombres recién salidos de la animalidad vivían en pequeños grupos; pues si querían llenar las necesidades naturales, no tenían más remedio que vivir unidos. A continuación, varios grupos sentirían la necesidad de unirse para defenderse, constituyendo entre sí hordas, las cuales serían semejantes a rebaños de animales. Con facilidad se unirían y se separarían. No tendrían normas de convivencia permanente ni regulaciones sociales o morales de su vida sexual. Sólo exigencias externas a esas uniones, como los factores económicos y defensivos, harían que de la primitiva promiscuidad surgieran formas estables de unión.
La teoría de la promiscuidad sexual ya ha sido abandonada por muchos antropólogos. Y ello porque en ninguna población primitiva se encuentran trazas que autoricen a suponer la existencia de esta fase. No se encuentran hechos que avalen una prueba positiva. Los estudios que se han realizado sobre los no civilizados que todavía existen, tipos que representan la civilización más antigua de la humanidad, como los pigmeos, atestiguan todo lo contrario, a saber: que la familia primitiva era parecida a nuestra familia individual y monogámica.
Los pueblos primitivos de culturas de repliegue, estudiados por Schmidt tienen normas rigurosas que protegen el matrimonio monógamo y prohiben las relaciones prematrimoniales y el adulterio, como los negritos de Filipinas, los bosquimanos de Africa del Sur, los senoi de Malaca, los kubu de Sumatra, etc. En estos pueblos, las corruptelas y las modalidades de unión que son lesivas de la familia viven siempre a expensas de la familia y no se conciben sin una relación a ella.
También entre los pueblos cazadores y recolectores que todavía perviven se da la protección del matrimonio monogámico, como los capaya del Ecuador, los bubi de Fernando Poo, los bhils de la India, etcétera. Aunque entre ellos aparecen también algunas corruptelas, éstas sólo son inteligibles por referencia a la familia. Por ejemplo, algunos de estos pueblos toleran el adulterio; pero la persona adúltera sigue perteneciendo a la familia legítimamente constituida. Asimismo, se da el caso de la promiscuidad entre jóvenes; pero es preciso observar que ello tiene lugar justo inmediatamente antes o después de los ritos de la pubertad, que son una preparación para el matrimonio. «La falta absoluta de contención –dice Dawson–, que se creyó erróneamente ser un aspecto característico de la vida salvaje, no es más que un mito romántico. En todas las sociedades primitivas se regulan las relaciones sexuales mediante un complejo concienzudo de restricciones, cuya infracción no significa meramente una violación de la ley tribal, sino también una acción moralmente censurable. Esas normas tienen su origen en el temor al incesto, crimen fundamental contra la familia, puesto que conduce a la desorganización de los instintos familiares y a la destrucción de la autoridad familiar».
Si los datos empíricos en este caso no ofrecen pruebas para deducir la existencia del régimen de promiscuidad primitiva, tampoco una leve reflexión sobre la constitución biopsíquica del hombre permite concluir semejante estado primitivo. ¿Podría haberse formado la humanidad como tal en el régimen de promiscuidad?
En las especies animales, cuando las crías necesitan de cuidados especiales, la naturaleza procura que se dé una relación más o menos permanente entre los hijos y los progenitores. Los mismos primates son monógamos o polígamos y sus asociaciones son tan duraderas que, como dice humorísticamente Ralph Linton, serían consideradas en Hollywood como un récord impresionante.
En la especie humana esto es más radical aún. Como han indicado los estudios de Adolf Portmann, las crías humanas tienen un desarrollo lento, desde el punto de vista físico y mental, y su debilidad física se prolonga hasta pasada la pubertad; ello exige la protección continua y prolongada de una célula de acogimiento y perfeccionamiento: la familia.
Si a esto se añade que hay una diferencia enorme entre el ciclo humano reproductivo y el período de dependencia de la prole, se hace insostenible la teoría de la promiscuidad. En efecto, «en condiciones naturales –dice Linton–
las mujeres tienden a generar a intervalos de dieciocho meses, como media, mientras que el período de dependencia del niño respecto del adulto, para sobrevivir físicamente, puede ser fijado en diez años. Es difícil prever cómo una especie en la que existen tales desarmonías pudiese sobrevivir faltando uniones permanentes que aseguraran a la mujer la asistencia del macho en la cura de la prole».
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Familia colectiva
Si se ha seguido con atención lo dicho sobre el estado de promiscuidad, se comprenderá que por pura lógica evolutiva el estado siguiente sería el de la familia colectiva, en la que los hijos no reconocerían ni al padre ni a la madre, sino al grupo o sociedad en que todos se integran.
El evolucionista distinguiría, en esta familia colectiva, dos fases lógicas: la primera, en que sólo se prohibieran las uniones entre padres e hijos, mas no entre hermanos y hermanas; la segunda, más avanzada, en la cual se prohibirían también las uniones entre hermanos.
Pues bien, Lewis H. Morgan, que tuvo decisiva influencia en los posteriores teóricos del evolucionismo familiar, como Marx y Engels, adoptó esa secuencia.
1. En primer lugar, dice Morgan, se dio la fase de la familia consanguínea, en la que sólo se prohíben las uniones entre padres e hijos. La familia consanguínea se caracteriza por el matrimonio entre hermanas y hermanos, excluyendo a quienes pertenezcan a generaciones diversas.
Morgan ve un resto de familia consanguínea en el sistema de parentesco de los Punalua, pueblo del archipiélago de Hawai (Polinesia). Los Punalua tienen un sólo nombre para indicar todos los parientes de una generación, sin distinguir el grado de su mayor o menor consanguinidad. Así, makua designa al padre, a la madre, a los tíos y a las tías. A juicio de Morgan estos son restos que indican que en la base hubo una familia consanguínea fundada en la unión de hermanos y hermanas. Y el padre es llamado con el mismo nombre que el tío materno, porque en una fase anterior los dos se casaban con sus hermanas. Al faltar reglas de relaciones sexuales, todo padre era desconocido: el verdadero padre no era distinto de sus compañeros de tribu. Padre y tío materno eran, pues, padres.
Como se puede apreciar, el procedimiento de Morgan es bien sencillo. Supone primero que todo evoluciona; sigue suponiendo después que las formas de lo que se llama «pueblos primitivos» son apéndices de fases anteriores. Con los fenómenos observados en estos apéndices pretende reforzar la suposición primera. Pero pocos antropólogos estarian dispuestos a aceptar que los pueblos que hoy se llaman primitivos puedan parangonarse con fases humanas alejadas en el tiempo por miles de años.
De hecho se ha visto que los sistemas de parentesco de los Punalua, mediante los cuales se quiere probar un estado anterior de matrimonio por grupos, no responden a la parentela de sangre, sino que indican diversos grados de edad y jerarquía. La jerarquía social se funda en la edad; de manera que «padre» no significa «padre real», sino «señor».
Del mismo modo, el matrimonio entre hermanos y hermanas, que era común en las grandes civilizaciones del Perú y de Egipto, y que se ha practicado en algunas poblaciones de Polinesia y Africa oriental, no responde necesariamente a un arcaismo evolutivo: expresa sobre todo una forma de orgullo de casta o de sangre y se limita casi siempre al rey o a la aristocracia, cuyas castas no quieren degradarse uniéndose con ciertas clases más bajas. Este orgullo dinástico puede llegar incluso a prohibir que las hermanas del rey se casen, como ocurre en un sector del Sudán. Esta prohibición lleva implícita la aceptación de que la única persona digna de unirse a la hermana del rey es el rey mismo. Cuando éste ya ha contraído matrimonio con otra hermana, las restantes no pueden casarse, pero pueden tener amantes. Este fenómeno de ninguna manera es un primitivismo; responde a un elenco cultural muy complicado, como es el de la formación de la aristocracia.
2. La forma que lógicamente seguiría a la de la familia consanguínea es la del matrimonio por grupos, en el que está presente la prohibición de desposarse los hijos con los padres y los hermanos entre si. En este caso, todos los hombres de un grupo se casan conjuntamente o en bloque con todas las mujeres de otro grupo; y viceversa.
Todos los hombres del primer grupo tendrían acceso a todas las mujeres del segundo, sin el requerimiento de asignaciones individuales.
Morgan acepta también esta tesis. Y aunque ve que la existencia del matrimonio por grupos no puede ser descubierta en parte alguna, piensa que se deduce de hipotéticas reminiscencias que sólo pueden ser consideradas como tales si previamente se acepta la doctrina evolutiva. Esas posibles reminiscencias serían, de una parte, la costumbre que algunos pueblos tienen de poner a disposición del huésped la hija o la esposa, y de otra parte, las excursiones amorosas colectivas que practican los jóvenes de ciertas tribus hacia las jóvenes de otra tribu.
Pero en verdad difícilmente podría aceptarse que éstas son reminiscencias. Especialmente porque coexisten con la organización familiar y sólo tienen sentido respecto de ella. Cuando el jefe de familia pone la mujer a disposición del huésped lo hace por un motivo psicológico: el de quedar ambos unificados afectivamente dentro de una misma personalidad. Por otra parte, el hecho de las excursiones amorosas se asocia a los ritos de la pubertad, encaminados a la preparación de los jóvenes para el matrimonio.
La familia consanguínea y la del matrimonio por grupos son manifestaciones graduales de la familia colectiva. Después de ésta, tenía que surgir por lógica consecuencia evolutiva la familia individual, en cuyas primeras fases seria poligámica.
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La familia individual: 1. Matriarcado
La familia individual comienza cuando uno de los cónyuges puede ser reconocido como progenitor por parte de los hijos.
El primer grado de familia individual, dentro del esquema evolutivo, sería el matriarcado. El primer progenitor conocido, por natural observación de los hechos, sería la madre, que era quien los daba a luz. Los miembros de la familia, no alejados todavía de la promiscuidad primitiva, se agruparían en torno a la madre, determinando desde ésta el parentesco y la transmisión de la herencia. O sea la existencia del matriarcado se explicaría por la persistencia del estado de promiscuidad, en el cual era imposible saber con certeza cuál era el verdadero padre. Si el padre era incierto, sólo la madre podía funcionar como centro de la familia. De aquí surgiría la ginecocracia: la madre favorecía sólo a los que se sometían a su influencia. El primer estado matriarcal fue entonces poliándrico una mujer tendría varios maridos.
Morgan acepta el matriarcado como una fase intermedia, necesaria dentro de la evolución. Quienes le siguen se esfuerzan en encontrar fenómenos no muy remotos que puedan ser considerados como reminiscencias de aquel estado. Por ejemplo, en ciertos indígenas australianos modernos pueden encontrarse aspectos que apuntan a un régimen de matriarcado. Se citan también las observaciones que Heródoto hizo acerca de las costumbres de los habitantes de Likia, costumbres que considera excepcionales dentro de las desarrolladas por sus contemporáneos: «Los likios tienen costumbres tomadas unas de los cretenses, otras de los carios. Hay, sin embargo, entre ellos una que les es propia y que no se halla en ningún otro pueblo. Llámanse con el nombre de su madre y no con el de su padre. Si alguien pregunta a su vecino quién es, éste se identifica por su madre y nombrará las madres de su madre. Si una mujer libre se casa con un esclavo, sus hijos son considerados como libres. Si un hombre libre, aunque sea el primero entre ellos tiene una mujer extranjera o esclava, los niños nacen en la misma condición degradada» (Heródoto, I, 173).
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2. La familia individual: Levirato y sororato
Por último, los evolucionistas afirman que si bien la fase perfecta que sigue al matriarcado, desde el punto de vista evolutivo, es el patriarcado, deben incluirse entre el matriarcado y el patriarcado unas formas intermedias que no llegan al patriarcado perfecto y que responden a ciertos hechos observados, a saber: el levirato y el sororato, tipo de unión matrimonial polarizados por la mujer.
El levirato es una institución que obliga al hermano de un difunto a casarse con la viuda. El sororato, en cambio es una institución que obliga al viudo a casarse con la hermana de la difunta mujer. Levirato y sororato serían, pues, costumbres de sustitución, entre gentes que acaban de salir del estado materno.
Los antropólogos actuales piensan, en cambio, que el levirato y el sororato son formas relativamente tardías, surgidas de particulares condiciones sociales y económicas. Y casi todos admiten que se derivan de la institución monogámica. Hay ámbitos de formas monogámicas en donde el matrimonio es vínculo permanente que no puede disolverse ni siquiera con la muerte de un cónyuge. En la duración del vínculo se ve comprometida entonces la familia entera, la cual conserva un derecho indisoluble sobre el cónyuge.
Desde luego las formas de levirato y sororato son comprensibles en las familias matrilocales, porque garantizan la asistencia continua de los varones. E1 varón tiene en una familia matrilocal un valor económico indiscutible. Sólo cuando el varón es un vago es repudiado por las hermanas de la fallecida; y suele no encontrar pareja, como ocurre entre los indios chiricahuas.
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3. La familia individual: Patriarcado
La fase más perfecta que sigue al matriarcado, desde el punto de vista de la lógica evolutiva, es el patriarcado. Ahora padre y madre son ya conocidos; los hijos viven con la mujer, sometidos al padre o al hermano mayor.
La primera forma de patriarcado sería la poligámica, en donde los hijos casados seguirían viviendo bajo la autoridad del padre.
La segunda forma de patriarcado sería la monogámica, con sólo dos cónyuges, que es el actual régimen de hecho en los pueblos civilizados. La familia monogámica es individual.
Sin embargo, los antropólogos actuales critican la relación cronológica que se establece en el paso del matriarcado al patriarcado.
En primer lugar, matriarcado y patriarcado son conceptos muy borrosos y de hecho la Antropología social los usa con grandes prevenciones[2]. Son conceptos sacados del plausible dominio de un sexo sobre el otro. Este predominio puede ser de muy diversa índole, basado bien en el aspecto económico, bien en el numérico, bien en el genealógico, o en cualquier otro. La Antropología social se encuentra con pueblos en que cada sexo predomina en uno o varios aspectos, pero no en todos. Así es difícil hablar de matriarcado o patriarcado. Son meros conceptos-límite, hacia los cuales puede aproximarse una cultura, pero no responden a la constitución efectiva de ésta.
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Cuando un pueblo es a la vez patrilineal (los hijos reciben el apellido o nombre del padre) y patrilocal se dice que tiende a estar organizado patriarcalmente. Y se inclina a una organización matriarcal cuando es matrilineal y matrilocal. Pero ocurre que estos dos factores son difíciles de encontrar juntos y, además, no definen exhaustivamente por sí mismos el concepto de patriarcado o matriarcado. La tesis evolucionista que afirma que hay un paso del matriarcado al patriarcado no puede ser probada. A lo sumo puede decirse que estructuralmente –no temporalmente– la tendencia al patriarcado es característica de los pueblos pastores; mientras que la tendencia al matriarcado se acentúa en los pueblos agrícolas. Y esto no en todos los casos. La familia tanala, que es agrícola, es patrilocal. La familia chiricahua, que es cazadora, es matrilocal.
Matriarcado y patriarcado son conceptos-límite que no se realizan en ninguna parte. Y pueden ser explicados por referencia al sistema ecológico, técnico y económico de una agrupación social, sin necesidad de recurrir a la hipótesis evolucionista.
Pero el esquema de Morgan, precedido por el de Bachofen, ha sobrevivido como dogma evolutivo a pesar de haber sido criticado desde diversos ángulos.
Ya Carlos Marx anotó profusamente la obra de Morgan; y Engels la comentó con el título Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. La última fase la familia patriarcal monogámica, vendría a ser el producto de la evolución de la propiedad privada, régimen de explotación en que el obrero es esclavizado por el patrón y la mujer por el marido.
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Una institución natural con la fuerza del amor
Pero la consideración económica es, como la consideración sociológica, externa al aspecto esencial de la familia. Es el amor el que reclama la posición del padre como autoridad en la familia. Porque la autoridad no es ejercicio de poder o imposición coactiva, sino esencialmente servicio a la familia; el aspecto de poder es secundario respecto del carácter de servicio. Los hijos, mientras son pequeños, ocupan un lugar subordinado y reclaman con su posición indigente un servicio. Este servicio, por parte del padre, nunca debe ser movido por una remuneración que el hijo jamás podría darle. Sólo el amor hace posible que ese servicio se constituya naturalmente como jerarquía, como autoridad. La familia es naturalmente jerarquía. El ejercicio de la autoridad es siempre proceso de aumento cualitativo y de promoción. A su vez los subordinados no pueden recibir ese servicio bajo el prisma de la propiedad, no pueden responder remunerando, sino amando.
La institución de la familia no se desarrolla por grados a partir de cero. O existe del todo o no existe en absoluto. Ella es la base de la sociedad política; y es anterior a ésta con una precedencia ontológica, no temporal. De manera que el origen mismo de la humanidad se identifica con el origen de la familia. Fundando ese origen está el amor.
Sus corruptelas, por cierto, son también evidentes.
[1] En verdad, «ni el sentido paternal ni el sexual son exclusivamente humanos. Existen igualmente entre los animales, y solamente adquieren significación cultural cuando su función biológica pura es compensada por una relación social permanente. El matrimonio es la consagración social de las funciones biológicas, con lo que las actividades instintivas del sexo y de la paternidad quedan socializadas y se da origen a una nueva síntesis de elementos culturales y naturales que adoptan la forma de la familia. Esta síntesis se diferencia de las condiciones existentes en el mundo animal en que el individuo no tiene derecho a obedecer a sus instintos sexuales fuera de la asociación impuesta, es decir, está obligado a satisfacerlos de acuerdo con una norma establecida» («La familia patriarcal en la historia», en: La dinámica de la historia universal, Rialp. Madrid, 1961, p. 123-124).
[2] No debe confundirse el matriarcado con el matrilocalismo, que es una forma de residencia de los varones en casa de los padres de la mujer; ni el patriarcado con el patrilocalismo, que es un modo de residencia de las mujeres en la casa de los padres de los maridos: matrilocalismo y patrilocalismo son métodos para conseguir cónyuge.
LIBROS CITADOS
Bachofen, J. J.: Das Mutterrecht. Eine Untersuchung über die Gynaikokratie der alten Welt nach ihrer religiösen und rechtlichen Natur, Stuttgart, 1861 (reed. Frankfurt, 1975).
Beals, R. L. / Hoijer. H.: Introducción a la Antropología, Aguilar, Madrid, 1974,
Dawson, C.: «La familia patriarcal en la historia», en: La dinámica de la historia universal, Rialp. Madrid, 1961.
Lestapis, E. De: Amor e institución familiar, Desclée de Brouwer, 1967.
Lévi-Strauss, Cl.: Antropología estructural, Eudeba, Buenos Aires, 1968.
Levy, M. / Fallers, L.A.: “The Family. Some Comparative Considerations”, American Anthropologist, New Series, 61, 1959, pp. 647-651.
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