Georges de La Tour: "El recién nacido". Realizado en óleo sobre lienzo, data del periodo 1645-1648. Se exhibe en el Museo de Bellas Artes de Rennes (Francia). Una de las dos mujeres tiene en brazos un recién nacido. Del claroscuro resalta la iluminada cabeza del niño.

Georges de La Tour: «El recién nacido». Realizado en óleo sobre lienzo, data del periodo 1645-1648. Se exhibe en el Museo de Bellas Artes de Rennes (Francia). Una de las dos mujeres tiene en brazos un recién nacido. Del claroscuro resalta la iluminada cabeza del niño.

  Una guerra mundial silenciosa

Resulta extraño asistir, por una parte, al espectáculo de las campañas orquestadas para protestar contra la pena de muerte y la guerra y, por otra, escuchar las mismas voces que claman por la le­galización del aborto libre.

Las estadísticas menos hinchadas sobre control de natalidad aseguran que unos cincuenta millones anuales de seres humanos engendrados son elimi­nados mediante la interrupción voluntaria del em­barazo con muerte del feto (según informes de las Naciones Uni­das). ¡Una carni­cería sin límite! Sólo en Norte­américa, desde 1973 a 1980, el número de abortos se elevó a nueve millones: más que las vícti­mas de la guerra del Viet-Nam.

Tomando como punto de refe­rencia el año 1970 puede decirse que hasta el año 2013 el número de abortos practicados en todo el mundo asciende a más de 1.500 millones. Ante estas cifras, los 30 millones de muertos que durante 4 años arrojó la Segunda Guerra Mun­dial constituyen una cantidad insignificante.

Buena parte de las legislaciones hoy vigentes, en vez de perseguir el hecho y penalizarlo drásti­camente, considerándolo como delito contra la vida de un inocente, abren la mano a su práctica adu­ciendo razones de múltiple índole: se permite abor­tar por causa de violación, malformaciones del feto, incesto, peligro para la sa­lud física o psíquica de la madre, dificultades para la futura educación de la criatura, circunstancias económicas, etc.

*

Los países que todavía se mantienen al margen del aborto están sufriendo una acometida propagandística brutal de los movimientos abortistas. Por ejemplo, en Chile, con una población de 17.5 millones, la tasa de natali­dad (nacimientos/1000 habitantes) desciende de modo preocu­pante. Así lo recogen las estadísticas oficiales: año 2000: 17.19; año 2001: 16.79; año 2002: 16.45; año 2003: 16.10; año 2004: 15.77; año 2005: 15.43; año 2006: 15.22; año 2007: 15.02; año 2008: 14.81; Año 2009: 14.64; año 2010: 14.46; año 2011: 14.32; año 2012: 14.28.

Ahora bien se está barajando en Chile la cifra de 150.000 abortos clan­destinos. De ser así, como nacen 250.000 niños al año, resulta que por cada dos nacimientos se produce un aborto aproxima­damente; y estaríamos por encima de la media mundial de cual­quier época. La situación pintada en Chile arroja un aborto cada tres  minutos. Algo increíble. Esperemos que ese fantástico dato no sea políticamente efectivo.

En realidad nadie tiene hoy posibilidad de saber, siquiera aproximadamente, la cifra de abortos clan­destinos en Chile, precisamente por la clandesti­nidad u ocultamiento en que se hacen.

En cualquier caso, si en Chile hay 250.000 nacimientos anuales, no es posible que los abortadores clandestinos  puedan cumplir con la tarea de eliminar a más de 150.000 niños: habrían tenido casi tanto trabajo como más de la mitad de las Ma­ternidades chilenas.

*

El aborto de las famosas

Los abortistas suelen reforzar sus argumentos apelando a un ejemplo de fácil manejo: el aborto de las famosas, mujeres céle­bres del mundo del espectáculo o de la política. Estas mujeres se ex­presan con frecuencia firmando manifiestos en los que decla­ran en tono provocativo: “Yo he abortado voluntariamente”. Además refuerzan estos actos con escritos de médicos que declaran haber practicado el aborto por mo­tivos humanitarios, “y ayudar así a mujeres que atravesaban una situación trágica”. Y para que la declaración tenga más efecto, suelen añadir: “sin ningún afán de lucro”. ¡Hipocresía! El “ne­gocio del aborto” mueve millones allí donde queda tolerado.

En varios países europeos se empezó con una primera “ley del aborto” que condicionaba la despenalización a unos supuestos impreci­sos y a interpretaciones subje­tivas. Pero una vez conseguidos esos primeros objetivos, los abortistas pasaron a montar una maniobra de altos vuelos, que propició una revisión de la ley despenalizadora del aborto: hoy la situación es allí lo más parecida al aborto libre.

*

La acción «aséptica» de los médicos

Los médicos que se encargan de culminar el aborto lo hacen de distintas maneras: bien extrayen­do el feto, pedazo a pedazo, mediante un instru­mento apropiado en forma de cuchara; bien succio­nando el feto, mediante un tubo de plástico, conec­tado a un potente aspirador, de manera que sale troceado; bien abriendo quirúrgicamente el abdo­men de la madre y sacando el feto que, como toda­vía está vivo, se deja morir ahogado en un reci­piente con agua; bien, en fin, quemando vivo al feto con veneno salino, introducido mediante una aguja en el líquido am­niótico: el parto del feto muerto se produce al día siguiente.

El niño no nacido sufre. Cuando el aborto es producido por una inyección salina, lucha durante unas horas antes de morir; si lo sacan mediante fór­ceps sólo morirá cuando el cirujano desgarre su ca­beza o rompa su abdomen; si es producido me­diante cesárea, el niño patalea e intenta respirar y gritar.

*

En el silencio aséptico de una clínica no hace la embarazada que aborta ostentación pública de un acto que arrebata la vida. La muerte del ino­cente pasa tan inadver­tida como el tráfico de fetos humanos abortados, los cuales suelen ser vendidos para su utilización en la in­dus­tria cosmética, como se ha comprobado en repetidas ocasiones. En ciertos países existen “bancos” de fetos para surtir los pedidos de algunos laboratorios dedica­dos a fabricar cremas rejuvenecedoras de la piel con células vi­vas de los fetos. Por las carreteras de Europa ha circulado, en direc­ción Este-Oeste, una flota de camiones con esta triste carga, de la cual muchos han participado para be­neficiarse: desde los médicos hasta las amas de casa que, sean o no conscientes de ello, reciben las cremas, pasando por los traficantes.

Aborto por intoxicación salina. El feto es quemado vivo en el seno  materno, mediante un inyectable que le hace sufrir ahogamiento.

Aborto por intoxicación salina. El feto es quemado vivo en el seno materno, mediante un inyectable que le hace sufrir ahogamiento.

Asimismo, algunas industrias químicas han utilizado como coba­yas para sus propios experimentos científicos a niños nonatos pero vivos. Los Parlamentos han estado informados de medicamentos obtenidos utilizando tejidos de fetos vivos, mantenidos artifi­cialmente con vida durante el tiempo necesario para propor­cio­nar el “material”. Como ya mostraron M. Litchfield y S. Kentish, en su libro Niños para quemar: la industria mundial del aborto (Madrid, 1976), numerosos niños abortados son conser­vados vivos para hacer experimentos con ellos y luego se los hace desaparecer.

Distintos Ministerios de Salud han promovido activida­des de in­vestigación en el feto realizadas en instituciones “espe­cialmente autorizadas”.

*

Mirando estos proyectos sólo cabe recordar que los experi­mentos sobre el embrión humano son mani­pulaciones degra­dantes del ser humano.

Hay sociedades que ya empiezan a reaccionar al ver cómo el aborto les lleva al suici­dio de su propia identidad. En realidad, aquellas generacio­nes que introdujeron el aborto están ahora amena­zadas por la eutanasia, porque son demasiados los viejos para los pocos jóvenes que en un país so­portan la carga social de mantenerlos.

*

Propuestas a favor del derecho a nacer

1. Partiendo de los conocimientos de la Biología y la Ética no hay justificación posible para legitimar una acción que en sí misma significa la muerte de un ser humano. Cualquier pretendido argumento se estrella frente a la realidad que está en juego: la de una vida humana inocente. Lo que se elimina con el aborto no son acontecimientos naturales sin relevancia moral, sino una vida humana que ya tiene genéticamente todos sus rasgos determinados, desde el temperamento hasta el color de sus cabe­llos.

 

2. El derecho a la vida es el primer derecho, el fundamental, que precede y condiciona a todos los demás y debe ser protegido sin ningún límite ni discriminación. Por tanto, ni los padres ni los pode­res públicos tienen ningún derecho sobre la nueva vida.

 

3. El bien de la vida que el feto tiene ha de ser preferido a otros bienes apreciados, como son: la sa­lud de la madre, el desahogo económico, social o psicológico, el honor o la categoría social, la ausen­cia de una deformidad genética. La vida es un bien tan fundamental que no puede ponerse en balanza con todos los demás bienes.

 

4. Para los médicos, el aborto inducido es un acto antisanitario, pues ellos están precisamente para prevenir o evitar el aborto espontáneo, mas no para provocarlo. La interrupción violenta del em­ba­razo, con agresión traumática al seno de la madre, es un acto antimédico.

 

5. Es preciso, asimismo, recordar lo que, en muchos países, dicen las Constituciones que aseguran en abstracto el derecho a la vida y a la integridad física y psíquica de la persona. En realidad reconocen implícitamente que la gestación ha generado un ser existencialmente distinto de la madre, aunque alojado en ella; por tanto lo que protegen esas Constituciones es precisamente al que ha de nacer, a pesar de lo que después hayan podido interpretar los distintos tribunales. A pesar de esto, el Estado tiene dos obligaciones con el no nacido: primera, la de abstenerse de interrumpir y obstaculizar el proceso natural de la gestación; segunda, la de establecer un sistema legal para la defensa de la vida que suponga una protección efectiva de la misma y que, dado el ca­rácter fundamental de la vida, incluya también, como última garantía, las normas penales: las penas que deben aplicarse a quienes causen el aborto.

Una posible ley de aborto libre vendría a contra­decir la letra de esas mismas Constituciones, que se convierten, en caso contrario, en papel mojado.

6. La ley civil, pues, ha de proteger la vida hu­mana allí donde ésta comienza y, para ello:

a) Ha de reformar las condiciones de vida y los ambientes menos favorecidos;

b) Ha de ayudar a las familias y a las madres solteras;

c) Ha de asegurar un estatuto digno para los hijos naturales y un ordenamiento de la adopción beneficioso para el niño. Pues es paradójica la situación en la que hay, de un lado, mujeres que rechazan el nacimiento de su hijo y, de otro lado, hogares que desean acoger y educar a un niño.

 

7. La función más positiva de la ley, en estos ca­sos, está en ofrecer una alternativa digna para las madres que sientan la tentación de abortar.

Semana 19ª. Este niño salió adelante.

Semana 19ª. Este niño salió adelante.

La más escandalosa de las hipocresías consiste en potenciar nada más que una sola igualdad, la de poder prac­ticar el gesto de la muerte, la de inclinar a la mujer a rechazar a su hijo, por falta de condiciones sociales, jurídicas y económicas que la ayuden.

8. También la sociedad entera debe reaccionar promoviendo instituciones asistenciales, destinadas no a eliminar la vida, sino a combatir las causas que no favorecen su desarrollo.

Es triste comprobar que a veces la decisión de abortar no surge de la joven espontáneamente, sino presionada por los padres o por el novio. Sólo en una sociedad materialista se puede pensar que el mejor modo de ayudar a una embarazada con problemas es la facilitación del aborto en instituciones pagadas por la misma socie­dad; sería más cómodo eliminar la vida que protegerla.

*

Las páginas que ofrezco en «Derecho a nacer» quieren salir al paso de las falaces discursos pro aborto más frecuentes. Y como se repiten en todos los países, en todas las campañas y con los mismos argumentos, pueden considerarse como tópicos; pues según dice el diccionario, un “tópico” viene a ser una expresión trivial o muy empleada, o sea un “lugar común” que se convierte en fórmulas o clichés fijos en conversaciones, mítines y escritos periodísticos.

Ahora bien, esta páginas no pretenden calificar a nadie. El lector habrá de decidir cómo llamar a los que desean moralizar un país mediante la implantación de leyes que justifican la muerte de un inocente. Cómo llamar a los que invaden con pornografía las calles y los hogares, pero protestan por la violación de las mujeres, a las que ofrecen la fácil solución del aborto. Cómo llamar a los que sin ofrecer ayuda social y económica a minusválidos proponen la rápida matanza del feto con pronóstico de subnormalidad.

Expondré las distintas «sinrazones» que se utilizan para justificar el aborto, no sólo con argumentos biológicos y psicológicos, sino también jurídicos  y morales. E intentaré analizarlos del modo más sencillo posible.

Los ciudadanos han de unirse, con todos los medios a su alcance, para una acción conjunta en defensa de la vida, poniendo al descubierto las trastiendas de esos tópicos. Pues si grave es la acción del aborto, grave es tam­bién el que se la quiera cohonestar, como si pudiera justificarse lo injustificable.