Juan Bautista Vico (1668-1744). Escribió: Principi d'una scienza nuova intorno alla natura delle nazioni (1725); De nostri temporis studiorum ratione (1708); De antiquissima Italorum sapientia (1710); De universi iuris uno principio et fine uno, (1720).

Juan Bautista Vico (1668-1744). Escribió: Principi d’una scienza nuova intorno alla natura delle nazioni (1725); De nostri temporis studiorum ratione (1708); De antiquissima Italorum sapientia (1710); De universi iuris uno principio et fine uno, (1720).

El ingenio y la verdad

Según Vico, el ingenio es la capacidad que el hombre tiene de interpretar el mundo y su relación con él en un sistema de unida­des significativas, para determinar el puesto que las cosas tienen. Por ello, cada nivel sapiencial exige in­genio, facultad inventiva de conocer lo nuevo, de buscar y reconstruir la verdad. Se trata del aspecto creador de la mente: su acto es un hacer (facere). Su función consiste en recoger elementos diversos y heterogé­neos para reunirlos y construir un todo. De ahí que sea la capacidad sintética y constructiva de la mente. Y se despliega en dos órdenes: precientífico y cientí­fico. En el primero, imaginativo y espontáneo, es la capacidad de buscar y reconstruir la verdad que existe en la forma singular aprehendida por los sen­tidos; o sea, conoce lo verdadero (verum) espontáneamente, antes de todo raciocinio, adscribiéndose a los momentos en que preponderan la memoria y la fantasía; es, pues, aquí una facultad operadora de las artes y de los ex­perimentos en su fase espontánea. En el segundo, ra­cional y reflexivo, es la capacidad de buscar y re­construir la verdad que existe en forma general aprehendida por la razón; o sea, conoce lo verdadero críticamente; es el momento energético del racioci­nio y da lugar a las ciencias y los experimentos en su fase refleja. El ingenio es la función que el espíritu tiene de hallar y ordenar estructuralmente las co­nexiones entre las cosas, comenzando en el nivel sensible de la fantasía y culminando en el nivel in­teligible de la razón. Pero genéticamente el ingenio es antes sensible que inteligible; aunque en sí misma sea una facultad trascendida por el espíritu. (Véase:  Juan Cruz Cruz, Hombre e historia en Vico, Pamplona, Eunsa, 1982, 144-150).

Veamos a continuación el aspecto energético o constructivo del ingenio en su nivel reflexivo.

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Eevidencia fáctica y evidencia genética

Al criterio general cartesiano de la idea clara y distinta Vico opone la objeción de que Descartes ha­bía tomado la constatación inmediata de una idea como simple justificación de ésta. Proceder que es nefasto para la filosofía[1]. Pues esa claridad y distin­ción acompañan solamente a un estado subjetivo, cuya justificación de ser así más bien que de otra manera no es dada por Descartes. La evidencia fác­tica necesita de una evidencia genética.

Por eso Vico insiste más en la distinción de la idea que en su claridad, cuyo carácter es subjetivo. La demostración de la claridad conlleva un paso previo que componga, elemento por elemento, toda su es­tructura, engendrándola mentalmente con las partes que se tengan. La distinción es signo de que se po­seen los elementos de la idea, de cuya generación o composición surge la estructura de ésta ante los ojos del espíritu[2]. La evidencia se hace así genética.

Como aplicación particular de su procedimiento general meramente constativo, Descartes estimaba que en el ámbito puro del pensamiento, del cogito, la evidencia psicológica de sí mismo era a la vez una evidencia científica, o sea, un criterio de verdad uni­versal, contra el que se rompían las invectivas de la duda escéptica. Vico responde que en el cogito de­ben distinguirse cuidadosamente dos aspectos. El cogito es, de un lado, la conciencia que uno tiene de la propia existencia; como tal, la tiene todo hombre, incluso el ignorante: su valor es puramente psicoló­gico y fáctico, porque es principio de la evidencia de un hecho. Es la evidencia fáctica de que soy; pero carece de valor explicativo, pues no dice lo que soy: la conciencia de sí no es ciencia de la propia exis­tencia, no es conocimiento fundado en causas.

 “La certeza de pensar es conciencia, mas no ciencia, y conocimiento vulgar, que puede ser tenido por cualquier ignorante […] Saber es, efectivamente, co­nocer la manera o la forma con la que se hace la cosa; la conciencia, en cambio, lo es de esa cosa res­pecto de la cual no podemos demostrar ni su gene­ración, ni su forma”[3].

 Es posible que esta crítica viquiana a Descartes estuviese apoyada en la argumentación de Malebran­che. Este había distinguido perspicazmente, de un lado, el senti­miento del conocimiento, el “tomar contacto” con una cosa y, de otro lado,  el “explicarla” construyéndola con sus elementos objetivos. En el primer caso se tiene una conciencia de existencia; en el segundo, una concien­cia de esencia o estructura[4]. “El sentimiento inte­rior que tengo de mí mismo –dice Malebranche– me enseña que soy, que pienso, que quiero, que siento, que sufro, etc., pero no me hace conocer lo que soy, la naturaleza de mi pensamiento, de mi voluntad, de mis sentimientos”[5].

En el mismo sentido arguye Vico afirmando que Descartes yerra al tomar un hecho de conciencia por principio de ciencia. El hombre conoce que existe, pero ignora en este mismo hecho la causa de su pro­pio ser, dado que no se crea a sí mismo. Menos aún puede decirse que el pensamiento sea la causa del existir, por la sencilla razón de que el yo existente está compuesto de cuerpo y mente: si la mente fuese causa de mi existir total, sería también causa de mi cuerpo; pero esta solución queda desmentida por el hecho de que hay cuerpos que no piensan y, por lo tanto, la causa de su existencia no puede ser atribuida a la mente[6]. Por otra parte, tampoco el pensamiento es causado por la mente sola, puesto que, de ser así, mi pensamiento sería puro, penetrativo, intuitivo y no, como es el caso, discursivo, abstractivo, limitado a la apariencia (es un ratiocinari)[7]. Saber implica conocer las causas que originan a las cosas.

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 El criterio genético de verdad: lo verdadero es lo hecho, verum factum

Para Vico conocer no es simplemente constatar, sino explicar; y la explicación de una cosa se hace apelando a sus causas. De ahí que el criterio haya que buscarlo en el conocimiento de la producción o reproducción del proceso causal. Su evidencia es genética. Si conocer es explicar; si explicar, a su vez, es apelar a la causa, entonces el conocimiento per­fecto se logra cuando somos conscientes tanto de la causa como del mecanismo de su causalidad; o sea, cuando tenemos el fundamento y el proceso o el dis­positivo mediante el cual el fundamento se despliega en lo fundado. La mente conoce el proceso causal en la medida en que puede hacerlo o reconstruirlo, o sea, en la medida en que opera como causa. No es ella misma causa formal del proceso existen­cial, sino causa eficiente de la estructura ideal cons­truida. El modelo de construcción que Vico tiene ante los ojos es plausiblemente el matemático y, más en concreto, el geométrico.

Conocer es captar lo que se hace. O de otra ma­nera: el proceso de conocer se convierte con el pro­ceso productor del objeto. En el acto de creación, producción o construcción del objeto se tiene el cri­terio explicativo de verdad, pues en él se equivalen el conocer y el hacer. La verdad críticamente fun­dada se da en la génesis de lo hecho por la mente: “Veri criterium ac regulam ipsum esse fecisse[8].

“El criterio de lo verdadero y la regla para recono­cerlo es el haberlo hecho; por consiguiente, la idea clara y distinta que tenemos de nuestro espíritu no es un criterio de lo verdadero, y no es ni aun un cri­terio de nuestro espíritu; porque el alma, cono­ciéndose, no se hace a sí misma; y pues que no se hace, no sabe la manera con que se conoce”[9].

“Pro­bar por causas quiere decir ordenar la materia, o sea, los elementos desordenados de una cosa, para re­componerlos or­denadamente en una unidad, dan­do a la cosa misma una forma determinada”[10].

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 Congruencia genética absoluta y contingente

En virtud de que el proceso de génesis puede ser, en hipótesis, o bien puramente intelectual y compre­hensivo, o bien escuetamente racional y discursivo, es posible concebir dos tipos de espíritu o mente: el absoluto y el contingente. En un espíritu absoluto, el proceso genético sería el conocimiento de todos los momentos de una cosa: y porque produciría la con­gruencia genética total del acto pensante y del objeto pensado, necesariamente comprendería, contendría y representaría todos los momentos constitutivos, tanto internos como externos de esa cosa. En el espíritu contingente, el proceso de génesis es limitado y dis­cursivo, pues no establece todos los momentos cons­titutivos, no siendo así comprehensivo. Si lo verda­dero es exactamente lo hecho, el espíritu absoluto es lo primero y verdadero, en cuanto que es el primer hacedor y creador. El es también “lo más perfecto y verdadero”, porque en Él están presentes tanto los elementos extrínsecos como los intrínsecos de las co­sas[11]. Posee, entonces, el espíritu contingente una determinación genética deficiente: tiene que recoger los elementos, para él dispersos: salvo en el ámbito matemático e histórico ‑y en ninguno de los dos ple­namente‑ no puede captar todos los elementos de una cosa, no puede producir una congruencia genética de acto pensante y de objeto pensado, por lo que no hace más que “recoger” los momentos exteriores de las cosas, sin representárselos adecuadamente[12].

El espíritu contingente no llega a las realidades concretas que se sustraen al proceso de construcción exacta: tales realidades son la naturaleza física en general y la naturaleza humana libre en particular.

Así se comprende por qué el criterio de verdad cartesiano es insuficiente: “La idea clara y distinta no puede ser criterio de la mente que la concibe; pues, al conocerse, la mente no se hace a sí misma y, no haciéndose a sí misma, ignora la génesis de este su conocimiento o, lo que es lo mismo, la guisa con la que se produce este acto cognoscitivo”[13].

Lo que el espíritu contingente puede hacer de cara a esas naturalezas es construir una razón probable o verosímil. Esta, guiada también por el axioma de la convertibilidad entre lo verdadero y lo hecho, no origina una congruencia perfecta.

“Si el orden de las cosas es eterno, la razón es eterna y de ella proviene la verdad eterna; si, en cambio, el orden de las cosas no consta siempre, ni en todas partes, ni a todos, entonces en el campo del cono­cimiento la razón será probable, en el campo de la acción verosímil”[14].

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La ciencia y las causas

La ciencia reside en poseer conocimiento de la causa; y el criterio para determinar que se tiene ciencia de una cosa es efectuarla: probar por causas es hacer la cosa. Con ello se logra el conocimiento “críticamente verdadero”, donde verdad y hecho se equivalen. Este criterio asegura, por ejemplo, a las matemáticas el carácter de ciencias, ya que ellas prueban por las causas, frente a otros conocimientos no científicos, que sólo son ciertos en virtud de sig­nos indudables, o probables por la fuerza de los ra­ciocinios, o verosímiles por medio de conjeturas.

“El criterio de la ‘percepción clara y distinta’ no me asegura el conocimiento científico, porque usado en las cosas físicas y agibles, no me ofrece una verdad con la misma fuerza que la da en las matemá­ticas”[15].

También la Historia, como veremos, es científica porque participa del criterio genético.

Si prestamos atención a los textos de Vico, vere­mos que la convertibilidad de lo verdadero y lo he­cho es el criterio que, en primer lugar, da la idea que regula críticamente todo conocer y, en segundo lugar, ofrece la clave para advertir la jerarquía del saber exacto (imperfecto en el hombre, perfecto en el espíritu absoluto). Hay, pues, una clara diferencia entre “identidad” y “convertibilidad” de verum y factum: aunque para el hombre se pueda dar la se­gunda, nunca se dará la primera. En el espíritu ab­soluto la convertibilidad sería perfecta identidad de momentos estructurales; en el espíritu contingente, en cambio, no se da la congruencia perfecta y plena de lo verdadero y lo hecho. Sin embargo, de manera impropia –aunque formal– tal congruencia puede ser realizada por la Matemática y la Historia.

Como el hombre no tiene un espíritu absoluto, ha de tomar el criterio de convertibilidad de lo verda­dero y lo hecho como idea que regula críticamente todo conocer, o sea, como fundamento formal de su dispersa discursividad. De este modo, puede explicar esa discursividad a partir de la falta de identidad que lo verdadero y lo hecho tienen en el espíritu finito[16].

La verdad del espíritu contingente debe ser vista a partir de la noidentidad de este espíritu con lo que produce[17].

En este caso no debe olvidarse que la congruencia genética invocada por Vico acontece en el ámbito estrictamente ideal o mental de la razón; no tiene lugar, pues, en el plano real o existencial[18]. El conocimiento racional del hombre está referido a las determinaciones inteligibles de las cosas, a la estructura, quedando lo individual y exis­tencial, por su carácter indeterminado e indefinido, fuera de su orden temático. Lo que tiene perfil, fi­gura, forma o determinación es el objeto de la inte­ligencia. Y lo que ésta hace, en su proceder genético, no es el objeto existente, sino el objeto explicado críticamente, sacado de su opacidad presencial y transformado o iluminado, hecho objeto inteligible para una razón finita. El axioma “verumfactum” expresa una recreación mental[19]. Cuando el enten­dimiento posee los elementos estructurales puede ha­cer o reconstruir el sistema fundamental eidético del objeto; al ponerse como hacedor consigue crítica­mente la verdad. Entender algo como verdadero equivale así a construirlo eidéticamente. El factum de Vico es, paradójicamente, un eidos.

En el nivel contingente de la mente humana el axioma verumfactum no es más que la traducción del principio de razón suficiente y expresa que se puede dar razón de una verdad o que ésta se puede demostrar por el simple análisis de unos términos cuyo orden ha sido creado por el pensamiento. El axioma verumfactum no se confunde ni con el prin­cipio de identidad ni con el principio de causa­lidad; por lo tanto, no es válido de manera trascen­dental. Para Vico, no todo ser tiene una razón de ser: algún ser es sin razón (lo cual no quiere decir que sea absurdo). El axioma verumfactum es un simple principio de explicación, válido para todo el ámbito racional, pero nada más. En sentido estricto hay que rechazar la necesidad absoluta de una razón explicativa de todo. Cualquier explicación es relativa y, por lo mismo, no puede ser universal. De no haber un término primero se cae en dos formas de no-explicación, a saber: en la regresión al infinito y en el círculo vicioso.

En virtud de su hiperrealismo genético, Vico sos­tiene que el fundamento, por ser tal, carece de prin­cipio. Esta carencia no es una falta, sino un modo de plenitud: no tiene por qué tener principio.

Jamás, pues, para Vico, el axioma verumfactum, como expresión del principio de razón suficiente, puede poseer el valor trascendental que tiene el axioma metafísico de identidad o contradicción: es un principio categorial, no trascendental. Es aplica­ble a los reinos categoriales que la razón alcanza. Esta no es competente en todo el ámbito del ser. El fundamento mismo no tiene razón, es inexplicable y, sólo en este sentido, irracional.

Aunque desde el modo humano de entender la re­lación del Absoluto con sus creaciones, se atribuyera a dicho Absoluto el canon del verumfactum, debe indicarse que tal canon conviene propiamente al ejercicio categorial de la inteligencia humana. Por­que Dios, de un lado, para conocer una cosa, no tiene por qué hacerla; El conoce inmutablemente to­das las cosas posibles en su esencia infinitamente per­fecta. De otro lado, la verdad del Absoluto en sí mismo no es su hacerse, porque el Absoluto propia­mente no deviene, sino que es totalmente, sin un ejercicio causal sobre sí mismo.

Vico limita, por la referencia al fundamento, las pretensiones universales del racionalismo moderno y, por lo tanto, la trascendentalidad del axioma ve­rumfactum. El no comprender estas dos dimensio­nes del pensamiento viquiano ha dado lugar a la in­terminable lista de interpretaciones en que se ahoga la bibliografía sobre el napolitano.

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 Interpretaciones del axioma verum-factum

Si, desde un punto de vista formal, Vico afirma que lo verdadero se convierte con lo hecho, ¿en qué relación está el hacer con la verdad? Esta es la cues­tión neurálgica que ha dividido a los exégetas.

En el criterio verumfactum vio el positivismo decimonónico italiano la más compendiosa formula­ción de sus propias tesis. Según esta dirección, el ve­rumfactum identifica la verdad con el “hecho de experiencia”[20]. Por ejemplo Ardigò interpreta la fórmula viquiana en el sentido de que lo verdadero es el hecho de la sensación y que no hay otro verum fuera de este hecho[21]. Sin embargo, no es preciso detenerse a refutar esta interpretación; es obvio que si se tiene en cuenta el hiperrealismo genético del napolitano no se comprende siquiera cómo ha podido ésta surgir[22].

Más audaz y profunda es la interpretacion idea­lista según la cual es la realidad íntegra la que nace de la producción mental: el hecho real es inmanente entonces a la conciencia. Por el verumfactum se de­fine entonces el conocimiento como síntesis a priori, la cual hace del conocer, según B. Spaventa, un pro­ducir real y creador. Para este maestro idealista, Vico habría sido “precursore di tutta l’Alemagna”. El mismo desarrollo histórico es autogénesis[23]. La Scienza Nuova sería una Filosofía del Espíritu, pre­cursora inmediata de la hegeliana. También para B. Croce por medio del verumfactum “viene determi­nada la condición y naturaleza del conocimiento, la identidad del pensamiento y del ser, sin la cual es in­concebible el conocimiento”[24]. Croce cree que Vico, con la nueva fórmula de su gnoseología, entra tam­bién en el “subjetivismo de la filosofía moderna inaugurado por Descartes”[25]. Por último Gentile si­gue esta misma línea interpretativa, identificando la “mente” que Vico estudia con la “autoconciencia” de corte hegeliano[26]. El verumfactum expresaría un “concepto que niega evidentemente la preexistencia del objeto a la mente que lo conoce y confiere a ésta una actividad creadora”[27]. A juicio, pues, de Spa­venta, Croce y Gentile, con el criterio verumfactum aparece perfectamente el hombre como creador de realidad. Se trata de un racionalismo completo, un constructivismo absoluto. De ahí que, en su libro L’idealismo, Mignosi sostenga que cuando se afirma que el idealismo moderno comienza con Vico y con su fórmula verum est factum, “se está diciendo algo completamente definitivo”[28].

El criterio genético de Vico sería también asimi­lado, por la corriente marxista, a una producción del mundo por el hombre, en virtud de las necesidades vitales o “económicas” que éste debe satisfacer. Así, para Badaloni, la Ciencia Nueva se dedica “a re­construir el concepto del verum en relación con esta radical ‘economicidad’ de nuestra naturaleza. El metro de la verdad no se consigue a través de una interna elaboración de las ideas, sino mostrando cómo toda creación singular de la mente hace posible y favorece la conservación de nuestro ser”[29]. El factum queda convertido, según Badaloni, en la na­turaleza transformable; y las propias invenciones de la mente son sometidas a la radical verificación de lo prácticamente útil[30].

Las interpretaciones mencionadas acentúan, pues, una serie parcial de los argumentos de Vico. Propo­nen como criterio de todo saber el principio verumfactum y a continuación rechazan todo tipo de noti­cia que no se ajuste a ese criterio. Eliminan la co­nexión metafísica que el criterio mantiene con la re­alidad supraempírica, de la cual es manifestación genética.

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Validez del principio verum-factum

Vico reconoce un saber verdadero que no es absoluto y que se jerarquiza en planos dis­tintos. Incluso en el ámbito reflejo hay niveles: “el cierto mediante signos indubitables, el probable por fuerza de buenos raciocinios, el verosímil por medio de potentes conjeturas”[31].

El verumfactum, como criterio gnoseológico, afecta al objeto propia y primariamente por el modo que la mente tiene de conocerlo. Urgido siempre por el axioma de congruencia genética, el historiador, por ejemplo, no hace naturalmente real su objeto: sólo lo hace científico. En un intento superlativo de afianzar su posición Vico dijo en sus comienzos que las ciencias humanas son únicamente las matemáticas: sólo ellas prueban por las causas y realizan las exi­gencias científicas del verumfactum. Esto confirma que para el napolitano aquel criterio, como norma de la mente, no incluye la posibilidad y la necesidad de la producción efectiva o existencial del objeto, sino sólo su factura mental.

Por eso Vico no hace del verumfactum un principio trascendental. Que no lo haya hecho es precisamente el reproche que lanza Mondolfo contra Vico[32]. El autor susodicho piensa que el napolitano no supo ver la universalidad de tal principio y, por ello, no lo extendió al conocimiento de la naturaleza. En cambio, habría sido Galileo el primer moderno que hizo del experimento una pro­ducción del fenómeno, o sea, un procedimiento en que el hacer y la verdad se identificaban. Vico piensa que la matemática es un producto mental que opera como una ayuda a la investigación. No comparte con Galileo la ontología matematizante; pero acepta el valor de la matemática para reconstruir (conjetu­ralmente) la realidad física. “La conjetura no exclu­ye la exactitud; tan sólo capta la verdad en sus efec­tos, por tanto en una reconstrucción que tiene, vi­quianamente, la figura de la verosimilitud”[33].

El hombre no es creador absoluto ni del ámbito natural ni del ámbito cultural o histórico, a pesar de las indicaciones que Vico hace en el sentido de que, siendo el hombre autor del mundo cultural y no del natural, puede tener de aquél un conocimiento ver­dadero y de éste un conocimiento verosímil. Con esta tesis Vico establece solamente un primado de la investigación orientada a la cultura y a la historia como “ámbito que se instituye en la conexión de sa­ber y hacer, sobre la cual se puede fundar metodo­lógicamente una reconstrucción cognoscitiva inma­nente” [34].

Vico está convencido de que no es posible humanamente dominar el sentido de la historia en su totalidad. Opera en la intención huma­na otra instancia metafísica, en virtud de la cual no se hace la intención humana congruente con el pro­ducto de su actividad: “El mundo civil es cierta­mente efecto del hacer humano, mas no como crea­ción, sino como un hacer cuyas condiciones y razo­nes no se dan al sujeto en una total transparencia, si­no en la opacidad de productos que no se dejan com­pletamente reducir fuera del proceso histórico”[35].

De nuevo es preciso recordar que el axioma de convertibilidad entre el verum y el factum es un principio de la mente humana: saber es hacer. En el ámbito reflejo hay un hacer científico-natural que aplica la matemática a unos hechos cuya causa se desconoce; hay también una indagación sobre la his­toria que se ocupa de los productos de la misma acti­vidad humana, en los cuales hay un exceso de intencionalidad sobre el propósito que el hombre pone: el discurso teórico que se dirige al hacer real no produce este hacer; y hay por fin, también en el nivel reflejo, un hacer retórico por el que el hombre es conducido a lo verosímil. El saber cierto se da en el hacer matemático e histórico; el probable en el hacer físico; el verosímil en el hacer retórico.

Debe reconocerse, pues, que el verumfactum no es un criterio de la verdad absoluta de la cosa real, sino criterio del procedimiento de la mente para al­canzarla. Esta se despliega genéticamente en dos pla­nos: el reflejo y el espontáneo; en la base de ambos opera dicho criterio. La ciencia, como sistema de la verdad críticamente fundada, es el conocimiento re­flejo del mecanismo, de la “guisa” según la cual las cosas se construyen. El criterio científico no es la evidencia constatativa de la idea clara y distinta, sino el proceso genético por el que se construye o re­construye el objeto.

La evidencia constatativa o fáctica, por otra parte, no es negada por Vico. El reconoce dos tipos de evi­dencia fáctica: la del plano metafísico (ser y sustan­cia) y la del plano no metafísico (histórico, físico y matemático). Aquélla asegura en el nivel del ser y de la sustancia, además de los conceptos primeros, los principios fundamentales del conocimiento, como el de contradicción y el de identidad, sin los cuales no quedaría afianzado el proceso genético mismo. La evidencia fáctica del plano metafísico es el límite en que rebota obligadamente la razón hacia sí misma, urgida por la sobreactualidad inefable del ser y de la sustancia. Dicha evidencia otorga seguridad al ulte­rior despliegue mental que intenta construir la es­tructura esencial de lo dado en el plano histórico, matemático o físico. A través de esa evidencia fáctica superior, el intelecto señala, con insinuaciones y alu­siones, a un núcleo semántico inabarcable para la ra­zón, la cual se ve por ello obligada a configurar genéticamente en contornos definidos lo que queda en la existencia. Por la evidencia fáctica del plano metafísico hay seguridad de realidad; por la eviden­cia genética del plano no metafísico hay resignación de límites. Lo que Vico exige es que la evidencia fáctica del plano matemático físico e histórico se amplíe y concluya en una evidencia genética, porque sólo por la construcción del objeto la mente recoge el valor estructural de lo real.

Con ese principio no se refiere, pues, Vico a un proceso de causali­dad eficiente extramental ni a una generación exis­tencial, sino a un despliegue formal y objetivo de notas, conducido por la eficiencia intramental de la razón, el cual desemboca en la construcción de la estructura esencial del objeto. Ahí lo que cuenta es la guisa o el modo de esa causación. La condición que garantiza, para una mente finita, la expresión veritativa del ser o de la idea real no es su claridad fáctica, sino su génesis. La mente no hace la “verdad” del objeto, sino el “objeto” verdadero: ge­nerando el objeto tal como debe ser hecho se revela su verdad.

 



[1]     C 131 (Al Padre Edoardo de Vitry).

[2]     Amerio, 17

[3]     AS 258.

[4]     Entretiens, III, ¤ VI.

[5]     Ib., III, ¤ VII.

[6]     AS 259.

[7]     AS 248.

[8]     A 254.

[9]     AS 254.

[10]    AS 266-267.

[11]    AS 248.

[12]    AS 249.

[13]    AS 254.

[14]    UI Introducción, p. 34.

[15]    2R 346. La falta de precisión de nuestro conocimiento habia sido ya explicada por Nicolás de Cusa en términos parecidos a los que utiliza Vico: De docta ignorantia, I, 3; De Conjecturis, I, 13.

[16]    AS 260.

[17]    Stephan Otto, “Die Transzendentalphilosophische Relevanz des Axioms «verum et factum  convertuntur»“, Philos. Jahrbuch, 84, 1977, p. 44. Cfr. el mismo artículo en francés: “Interpré­tation transcendentale de l’axiome «verum et factum convertun­tur»“, Archives de Philosophie, 40, 1977, pp. 28-29.

[18]    Amerio, 24.

[19]    Bellofiore, 17.

[20]    En los primeros capítulos del libro que P. Siciliani escribió Sull rinnovamento della filosofia positiva in Italia (Firenze, 1871) se pasa revista a varias interpretaciones del principio verumfac­tum de Vico para desembocar en esta explicación positivista.

[21]    Il vero, vol. V de las Opere, Draghi, 1913, p. 540.

[22]    A. Levi, “Vico e Cattaneo”, en Rivista Intern. Filos. Diritto, en el 2º Centenario de la Scienza Nuova, 1925 (101-111), p. 109.

[23]    B. Spaventa, La filosofía italiana nelle sue relazioni con la filosofía europea, Nuova Ed. a c.d. G. Gentile, Bari, 1908, pp. 124-125; 133-134.

[24]    Croce,  26 y 30-31.

[25]    Croce, 32-33.

[26]    Gentile, 134.

[27]    Ib. 383-384.

[28]    P. Mignosi, L’Idealismo, Milán, 1927, p. 69.

[29]    Badaloni, 32.

[30]    Ib., 341.

[31]    2R 346.

[32]    R. Mondolfo, Il «verum-factum» prima di Vico, Nápo­les, 1969.

[33]    Luisa Muraro Vaiani, “Del rapporto tra Vico e Galileo”, Rivista Filos. Neoscolastica, 1969, 61 (728-731), p. 729.

[34]    Ib., 730.

[35]    Ib., 730-731.