Dali-Tiempo

Salvador Dalí (1904-1989): “Reloj evanescente”. El reloj parece derretirse con el paso del tiempo. No marca un tiempo lineal que avanza paulatinamente, sino un tiempo que por ser tal, pasa derritiéndose en su ser. El tiempo lineal que avanza carece de importancia.

Ser y tiempo

La vida del hombre que se teje en el tiempo va de un pasado hacia un futuro. El presente es evanescente y se diluye al pasar. El futuro del presente es el pasado. Pues bien, aunque la existencia humana no coincidiera con el tiempo mismo, su discurrir mundano existe en el tiempo. Y pasa con el tiempo. Este hecho, subrayado por los pensadores de todos los tiempos, hizo que modernamente Heidegger (en Sein und Zeit) afirmara que el existente humano es un ser-para-la-muerte (Sein zum Tode). Para este pensador alemán, la muerte no sólo es el «final» externo de ese ser, sino también su «fin» interno: la interior vida del hombre es un correr anticipado hacia la muerte. Y no caben más esperanzas que las del morir. O sea, no hay esperanza, sino «angustia» producida por el estrechamiento que el «fin» mortal provoca día a día en el hombre.

El moderno existencialismo (Heidegger, Sartre) ha insistido en esta situación angustiosa del ser humano. Y desde ella interpreta Heidegger todas las tradicionales categorías filosóficas.

Mucho antes, don Francisco de Quevedo (1580-1625)  interpretó también la vida humana con unos tintes tan sombríos que parecen arrancados de una obra existencialista contemporáea.

Ahora bien, esta poesía de la temporalidad humana es, a su vez, sólo una cara del ámbito poético de Quevedo, quien abre en otros poemas jirones de trascendencia y esperanza. Aquí sólo hablaré de los primeros, entresacados de su  Parnaso Español. Luego, al final, haré una reflexión más filosófica o metafísica sobre el instante, realidad del tiempo quevediano.

Quevedo no despacha con meros calificativos acostumbrados (brevedad, fragilidad, inconsistencia, debilidad, etc.) el sentido temporal del hombre que camina hacia la muerte. Intenta describir, desde dentro, la tensa evanescencia de la vida humana, su corriente fragilidad. Necesita los catorce versos del soneto para indicar el arco deletéreo y efímero de la vida, mirada desde varias perspectivas, pero con la misma inconsistencia de su sujeto. Por ejemplo -y a la manera heideggeriana-, la muerte es el final del ser humano, pues lo habita inexorablemente en su interior, «que a la muerte me lleva despeñado» (Bl. 3, v. 11).  «Despeñado», pues la muerte es recibida pasivamente, impuesta. De esa manera, pertenece la muerte a la vida: «Breve suspiro, y último, y amargo, / es la muerte, forzosa y heredada».

*

Brevedad de la existencia humana

«¡Ah de la vida!»… ¿Nadie me responde?
Aquí de los antaños que he vivido
la fortuna mis tiempos ha mordido;
las horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;
Hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

*

Las fuerzas del tiempo y la ejecutiva muerte

¡Cómo de entre mis manos te resbalas,
oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!

Feroz, de tierra el débil muro escalas
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.

¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte!
¡Que no puedo querer vivir mañana
sin la pensión de procurar mi muerte!

Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.

*

Descuido del pasatiempo vivir 

Vivir es caminar breve jornada,
y muerte viva es, Lico, nuestra vida:
ayer al frágil cuerpo amanecida,
cada instante en el cuerpo sepultada.

Nada, que siendo, es poco, y será nada
en poco tiempo, que ambiciosa olvida;
pues de la vanidad mal persuadida
anhela duración, tierra animada.

Llevada de engañoso pensamiento,
y de esperanza burladora y ciega,
tropezará en el mismo monumento,

como el que divertido el mar navega,
y sin moverse vuela con el viento,
y antes que piense en acercarse, llega.

*

La vida siempre  fugitiva

Todo tras sí lo lleva el año breve
de la vida mortal, burlando el brío
al acero valiente, al mármol frío,
que contra el tiempo su dureza atreve.

Antes que sepa andar el pie, se mueve
camino de la muerte, donde envío
mi vida oscura: pobre y turbio río
que negro mar con altas ondas bebe.

Todo corto momento es paso largo,
que doy a mi pesar en tal jornada,
pues parado y durmiendo siempre aguijo.

Breve suspiro, y último y amargo
es la muerte forzosa y heredada;
mas si es ley, y no pena, ¿qué me aflijo?

*

La propia caducidad de la vida

Fue sueño ayer, mañana será tierra:
poco antes nada, y poco después humo.
¡Y destino ambiciones! y presumo
apenas punto al cerco que me cierra.

Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa soy peligro sumo;
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.

Ya no es ayer, mañana no ha llegado,
hoy pasa, y es, y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.

Azadas son la hora y el momento
que a jornal de mi pena y mi cuidado
cavan en mi vivir mi monumento.

*

La fragilidad de la vida

¿Qué otra cosa es verdad sino pobreza
en esta vida frágil y liviana?
Los dos embustes de la vida humana
desde la cuna, son honra y riqueza.

El tiempo, que ni vuelve, ni tropieza,
en horas fugitivas la devana:
y en errado anhelar siempre tirana
la fortuna fatiga su flaqueza.

Vive muerte callada y divertida
la vida misma: la salud es guerra
de su propio alimento combatida.

¡Oh, cuánto inadvertido el hombre yerra,
que en tierra teme que caerá la vida,
y no vé que en viviendo, cayó en tierra!

*

La vejez que también termina

Deja la veste blanca desceñida,
pues la visten los años a tus sienes,
y los sesenta, que vividos tienes
no los culpes  por cuatro o seis de vida.

Dejar es prevención de la partida;
es locura inmortal el juntar bienes
y que caduco la ambición estrenes;
sed que se enciende, y crece socorrida.

Doy que alcanzas el puesto que deseas,
y que, escondido en polvo cortesano,
las pretendientes sumisiones creas;

pues yo sé bien que no será en tu mano
que ayune, en los aumentos que granjeas,
de tu conciencia el vengador gusano.

*

El engaño de la vida

Huye sin percibirse lento el día;
y la hora secreta y recatada
con silencio se acerca, y despreciada
lleva tras sí la edad lozana mía.

La vida nueva, que en niñez ardía,
la juventud robusta y engañada,
en el postrer invierno sepultada
yace entre negra sombra y nieve fría.

No sentí resbalar mudos los años:
hoy los lloro pasados, y los veo
riyendo de mis lágrimas y daños.

Mi penitencia deba a mi deseo,
pues me deben la vida mis engaños,
y espero el mal que paso, y no le creo.

*

Diligencia con que se acerca la muerte

Ya formidable y espantoso suena
dentro del corazón el postrer día,
y la última hora negra y fría
se acerca de temor y sombras llena.
Si agradable descanso, paz serena
la muerte en forma de dolor envía,
señas da su desdén de cortesía:
más tiene de caricia que de pena.
¿Qué pretende el temor desacordado
de la que a rescatar piadosa viene
espíritu en miserias anudado?
Llegue rogada, pues mi bien previene
hálleme agradecido, no asustado:
mi vida acabe y mi vivir ordene.
*
El tiempo vivido desde dentro
En todos estos sonetos queda el sobrecogido lector prendido en la angustia de los versos, en la desesperación de Quevedo que pregunta por la vida y sus años pasados. El ayer, el mañana y el hoy se aliteran inversamente en el presente como hoy, mañana y ayer, en permanente sucesión.
La vida comparece como un sueño, como una nada antes de nacer, y como la tierra misma o el humo después de morir. El tiempo mismo se convierte en muerte. La niñez se convierte rápidamente en juventud y enseguida se precipita en «postrer invierno».
Quevedo tiene todas las claves poéticas para describir no sólo el carácter efímero de la temporalidad humana, sino también su índole profunda o abisal: «Esta lágrima ardiente con que miro / el negro cerco que rodea a mis ojos, / naturaleza es, no sentimiento». Esa lágrima no expresa un epidérmico dolor sentimental, sino algo más profundo, un dolor que es naturaleza, reacción esencial del ser humano.
*
Quevedo o la poética del «instante»

Quevedo viene a recordarnos que la única realidad del tiempo es la del «instante».  Me permito a continuación reflexionar filosóficamente sobre esta extraña «realidad» del instante, base del sentimiento acongojado de Quevedo, tan espléndidamente llevado a los sonetos referidos.

1. En primer lugar, podría sacarse  la falsa conclusión de que los seres materiales (y el hombre por su corporalidad) están sometidos, en todos sus aspectos, al tiempo. Lo que el tiempo mide, en verdad, es una duración con principio y fin; pero no cae bajo el tiempo lo inmutable. Ahora bien, la esencia –incluso la de una cosa material o corporal– permanece inmutable a lo largo de los movimientos que afectan a su sustancia: no hay movimiento sin un móvil idéntico en el curso de sus cambios; por lo que esencialmente no está sometida al tiempo. En cambio, sus movimientos sucesivos sí caen bajo el tiempo. De manera que por su esencia, por su dimensión específica, la sustancia móvil sólo acciden­talmente se somete al tiempo, en virtud de las múlti­ples actividades que despliega. En su aspecto esencial no está «medida» por el tiempo, sino por el «instante». Referido a la esencia del sujeto o sustancia permanente del cambio, el instante es siempre idéntico; mas refe­rido a la existencia o sucesión del movimiento, el ins­tante varía siempre. Por tanto,es siempre idéntico y siempre variable, según el punto de referencia que se tome para entenderlo.

2. Es necesario recalcar que el tiempo es un ente suce­sivo; no es una realidad que exista toda en acto. Por ello el presente no «es» el tiempo: éste es sucesivo y se compone de presente, pasado y futuro; si el presente fuese el tiempo incluiría en sí mismo la índole del pa­sado y del futuro, pero eso es contradictorio. Tampoco el presente es «parte» del tiempo, porque la parte po­see la naturaleza del todo (como una parte de tiza es tiza). Luego ninguna parte de tiempo se da en acto; a lo sumo se dará en acto aquello que conecta y da continuidad a esas partes, pues el tiempo es un continuo que implica un flujo constante desde la parte anterior a la parte posterior. Pero si la parte posterior no estuviera ligada a la anterior por algún nexo común, no habría un flujo continuo, sino inte­rrumpido.

3. Ahora bien, el nexo que enlaza las partes del conti­nuo debe ser indivisible; de lo contrario, las partes de éste tendrían que ser enlazadas por otro nexo, y así in­definidamente.

Esto se comprende mejor si comparamos el conti­nuo sucesivo del tiempo con el continuo de la cantidad y del movimiento. Por ejemplo, una linea trazada en la pizarra es un todo divisible, compuesto por partes divisibles (no divididas en acto): no puede estar compuesto por elementos in­divisibles, porque éstos son inextensos y jamás darían lugar a algo extenso. No obstante, la linea tiene dos indivisibles actuales o reales, uno en cada extremo; asimismo posee múltiples indivisibles potenciales (tantos como cortes pueda sufrir y nuevas lineas más pequeñas puedan aparecer).

Algo parecido, pero no igual, ocurre en el movimiento: en cualquier fase de su movimiento el móvil es un indivisible, puesto que está presente en cada una. De la misma manera, el indivi­sible del tiempo es el instante, el cual se corresponde con la presencia del móvil en cada una de sus fases; esta presencia es, a la vez, sucesiva (porque el móvil se encuentra siempre en diversas partes) e invariada (porque se trata siempre del mismo móvil).

4. Hay, por tanto, una diferencia entre el continuo sucesivo, propio del tiempo, y el continuo espacial.

La actualidad del continuo espacial (la línea trazada) es la de su entidad íntegra; pero son potenciales en él los indivisibles internos, aunque no los indivisibles terminales, que son actuales; por eso, la linea que trazo en la pizarra queda estable íntegra­mente. En cambio, la única actualidad que posee el continuo sucesivo de mi propia acción de trazar la linea es la del indivisible: en el caso del movimiento, cada fase del móvil; y en el caso del tiempo, el instante. Por eso el movimiento y el tiempo pasan irreparablemente: el cambio sucesivo de posiciones es la entidad del movi­miento, y el flujo de un ahora a otro ahora es el ser del tiempo.

Siendo sucesivo, el tiempo no es una realidad com­pleta en acto: su entidad es imperfecta y débil; ninguna de sus partes puede darse en acto; sólo es real o actual el instante que liga y continúa esas partes. El instante da continuidad al tiempo.

El instante no es, pues, parte constitutiva del tiempo; si lo fuera, debería de tener la misma naturaleza del tiempo, como un trozo de linea es una linea; pero entonces el continuo tempo­ral quedaría convertido en un continuo espacial, y el indivisible dejaría de serlo, pues para producir el con­tinuo tendría que unirse por uno de sus extremos a otro indivisible, sumándose a éste. Pero si tuviera ex­tremos, sería parte divisible, extensa, dando lugar a un continuo espacial. De otro lado, por su misma condi­ción de indivisible, carente de extremos o puntos de contacto, no puede unirse a otros indivisibles. Y en fin, si se supone que los instantes se encuentran en simple posición contigua, sin conectarse ni fusionarse, justo por ser indivisibles, no habría continuo temporal: dos indivisibles tendrían que ser unidos por otro indi­visible, éste por otro, y así en un proceso al infinito, sin acabamiento. La única solución posible es que entre dos indivisibles haya un continuo divisible: entre dos puntos, una linea; y entre dos instantes, tiempo. El ins­tante, por tanto, no es una parte constitutiva del tiempo, sino la actualidad que el tiempo tiene. Por eso es preciso que lo anterior y lo posterior del tiempo estén unidos por algo simple e indivisible, a saber, por el instante.

5. De suerte que el instante es toda la actuali­dad o realidad que el tiempo posee. La parte anterior se llama pretérito o pasado, porque ya fue; la posterior futuro, porque todavía no es; el instante copulativo no es un «ahora estable» o invariable (el «nunc stans» que convendría a un espíritu infinito), sino un «ahora flu­yente», porque varía perpetuamente. Las partes del tiempo son, pues, el pasado y el futuro; pero el «ahora fluyente» no es parte constitutiva del tiempo, sino la actualidad de éste.

Aprehendemos el tiempo porque aprehendemos el flujo del ahora, del instante, el cual sigue la suerte de la actualidad del movimiento mismo: cada ahora desa­parece en la corriente del tiempo.

Propiamente nada hay presente en el tiempo sino el «ahora»; pues lo «anterior» no es ya presente, sino que fue presente; lo «posterior» no es todavía presente, sino que vendrá.

Pero insistamos en que el «ahora» no es una parte del tiempo, ya que no puede dividirse en «antes» y «después», sino algo indivisible del tiempo. Luego el tiempo no es actual por razón de las partes, sino por razón de algo indivisible que tiene la doble virtualidad de ser término del pretérito y comienzo del futuro; pero él mismo es ajeno al tiempo, el cual es un conti­nuo sucesivo. El instante es un indivisible terminal, por el que comienza el tiempo (abre el futuro) y ter­mina el tiempo (cierra el pretérito): por el instante existe el tiempo en acto en cada momento.

La parte del pretérito se «presenta» y tiene existen­cia de pretérito no por razón de sí misma, sino por ra­zón del instante indivisible y conectivo; a su vez, las partes del futuro se hacen presentes como futuras por razón del instante desde el que comienzan; y se con­vierten en existentes como ulterior presente por otro instante actual.

6. He dicho que las partes del tiempo son divisi­bles, pero el instante mismo es indivisible. Esto signi­fica que las partes divisibles sólo pueden existir en el instante indivisible no como «contenidas» en él, sino como «ligadas» por él. De ahí su evanescencia. El presente no es un continente, sino un nexo. Por el instante las partes son presentes o existentes, pues al hacer él de término de la parte an­terior y al incoar la siguiente enlaza a las dos y así hace existir el tiempo; lo mismo que la unión que liga un eslabón a otro eslabón hace existir la cadena. Siendo término del pretérito y comienzo del futuro, no es tiempo. Si las partes existen por razón del instante, lo «anterior» y lo «posterior» se unen por el mismo «ahora». Pero aunque se unen por el mismo «ahora» no existen simultáneamente. Pues aunque el mismo ahora es el que enlaza la parte anterior con la poste­rior, sin embargo se refiere a ambas de distinta ma­nera, a saber: hace de término de la primera y hace de comienzo de la segunda; ser terminado y ser incoado por el mismo ahora no es lo mismo que existir simul­táneamente, sino sucederse una a otra. El instante, como indivisible, es toda la actualidad del tiempo.

*

Al final, el instante

Este análisis filosófico es completamente válido para el caso del instante antropológico, analizado por Heidegger, y reforzado por la metáfora poética de Quevedo. En efecto, el pasado, el presente y el futuro adquieren unas profundas connotaciones sentimentales, en vivencias emocionantes, de las que el tiempo cosmológico carece.

En su carácter existencial el instante presente del hombre no es un corte inextenso que divide el pa­sado del futuro, sino un lazo, un nexo, doloroso por su anbigüedad. De manera que el pasado no es solamente lo que fué y ya no es, sino lo que se inserta, como efecto de lo ya sido, en el pre­sente: bien para apoyarlo (como fondo y base ya sida) bien para trabarlo (como límite): el pasado es, en cualquier caso, un agente del presente. Este carácter desconcertante es el expresado por Quevedo con metáforas inigualables.