Diego Velázquez: "La rendición de Breda" (1635). Trata la rendición  del vencido, la cual es distinta cuando la injuria infligida es realizada por “ocupación indebida” y no por “ofensa al honor”. El cuadro expresa el final de una guerra que se ha producido esgrimiendo uno de los títulos de guerra, el de propiedad, pero no el título del honor. Tanto el general rendido (Nassau) como el general victorioso (Spínola) tienen a salvo su honor.  Los vencidos fueron respetados y tratados con dignidad. En el cuadro no hay vanagloria. Justino de Nassau aparece con las llaves de Breda en la mano y hace ademán de arrodillarse, lo cual es impedido por Spínola que pone una mano sobre su hombro y le impide humillarse.

Diego Velázquez: «La rendición de Breda» (1635). Trata la rendición del vencido, la cual es distinta cuando la injuria infligida es realizada por “ocupación indebida” y no por “ofensa al honor”. El cuadro expresa el final de una guerra que se ha producido esgrimiendo uno de los títulos de guerra, el de propiedad, pero no el título del honor. Tanto el general rendido (Nassau) como el general victorioso (Spínola) tienen a salvo su honor. Los vencidos fueron respetados y tratados con dignidad. En el cuadro no hay vanagloria.

Estructura social y moral del honor

1. El deseo de honor no es un afán de sobresalir por encima de los demás, sino simplemente la voluntad de que los demás reconozcan al sujeto como depositario de valores que él mismo debe desplegar. Una buena descripción fenomenológica del honor está, dentro del mismo Siglo de Oro, en los dramas de honor de Lope y Calderón[1]. Pero me limitaré a exponer brevemente el núcleo esencial del honor.

El honor tiene dos aspectos: de una parte, afecta al interior de nuestra per­sonalidad; un agravio al honor es como una lesión a lo más propio e intrans­ferible del individuo. El sonrojo en que se manifiesta la sensación del agraviado, se diría que trasluce una sangrante herida íntima[2].

Pero, por otra parte, el honor viene de los otros: el honor nos aparece, a un tiem­po, como exigencia interna y como consagración social, pues la honra consiste en el reconocimiento que otros me otorgan o tributan. De un lado, el honor es una dimensión íntima, un “patrimonio del alma”. De otro lado, el honor tiene un aspecto externo, social. Así lo expresaba bellamente Lope[3]:

Honra es aquella que consiste en otro.

Ningún hombre es honrado por sí mismo,

que del otro recibe la honra un hombre…

Ser virtuoso un hombre y tener méritos

no es ser honrado… De donde es cierto,

que la honra está en otro y no en él mismo.

Cuando la vida del individuo está entroncada en la vida de la comunidad, en orgánica compenetración, el sentirse repudiado por ella es como ser amputado del cuerpo y privado de la savia del propio ser.

2. Si el honor es el nexo de nuestra vida con la vida de la propia familia y de la ciudad en que se vive, o sea, si la vida individual sólo se estima valiosa en la propia comunidad, puede pensarse que el honor está realmente por sobre la vida propia. Y así se le estimó desde muy antiguo en España.

Honor, según las Partidas del Rey Sabio, es loor, reverencia o consideración que el hombre gana por su virtud o buenos hechos. Mas aunque la honra se gana con actos propios, depende de actos ajenos, de la estimación y fama que otorgan los demás. Así es que se pierde igualmente por actos ajenos, cuando cualquiera retira su consideración y respeto a otro: por eso, una bofetada, un mentís, deshonran si no se desagravian, y la deshonra es lo mismo que la muerte. Claramente dicen las Partidas: “el infamado, aunque no haya culpa, muerto es cuanto al bien y a la honra de este mundo”[4].

Por ejemplo, con la venganza –casi siempre un duelo de sangre– el hombre reparaba su honor, volvía a la vida, bajo los principios sociales en que su honor se fundaba. El ultraje al honor había de ser vengado.

En algunos dramas de capa y espada el deshonrado se muestra fiero, incluso sanguinario, invadido más por respetos sociales que por principios morales. Sin embargo, Lope indicaba: “el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo de Dios”.

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Sin perdón, la moral del honor

1. Lo dicho lleva a pensar que en el mismo Siglo de Oro se vive un con­flic­to profundo entre la moral cristiana del perdón y las exigencias psico­sociales, a veces homicidas, del honor.

Bajo esta dialéctica –oposición entre las leyes de la moral que manda no ma­tar, de un lado, y las leyes del honor que exigen venganza, de otro lado– se muestra la vigencia social del honor.

Lo primero que moralmente se entiende entonces de la esencia del honor es que tiene su fundamento en la virtud; y ésta es su más íntima esencia, a pesar de su discrepancia con la mera vigencia social.

a) En tal sentido, el honor que está basado en la virtud expresa la nobleza del hombre. De manera que donde no hay virtud no podrá haber nobleza.

b) La mera ascendencia noble no arguye nobleza, sino obligación de ser noble, y, a lo más, un crédito de confianza: se espera un noble comportamiento de quien tal ascendiente tiene.

c) En realidad, la virtud se prueba por las obras, como por los frutos se co­no­ce el árbol. Por consiguiente, cada cual es hijo de sus obras. Así lo reconoce Don Quijote, dirigiéndose a Sancho: “Repara, hermano Sancho, que nadie es más que otro, si no hace más que otro”.

d) Pero las obras en cuestión consisten más en la acción esforzada que en el resultado o el éxito. Quizás por este argumento, Cervantes proclamó la falta de nobleza y honor que hay en dejarse seducir por el éxito, en ponerse –sin más motivo– de parte del vencedor. Exclama Don Quijote contra su Escudero: “Bien parece, Sancho, que eres villano, y de aquellos que dicen ¡Viva quien vence!”. Hasta cierto punto son opuestos el honor y el éxito.

e) El honor hispánico es animoso y valiente, hasta fanfarrón a veces, pero puesto al servicio de lo cristiano. El honor está inmediatamente unido a la virtud y al ideal religioso, en su sentido más elevado.

f) El honor intragrupal sólo cede ante el rey. En el Siglo de Oro, todos los móviles humanos debían subordinarse al honor personal y social, pero ese honor sólo cedía ante la persona del rey. Este fenómeno fue advertido por Tomás de Aquino, quien expone una objeción según la cual en el honor se muestra reverencia en testimonio de virtud; pero ocurre que a veces hay superiores que no son virtuosos; por tanto, no se les debería honrar. A esta objeción contesta el Aquinate que los superiores no se honran por su virtud propia: lo que se honra realmente es la excelencia de su dignidad; lo que se honra en ellos es a la comunidad íntegra, tota communitas[5].

Esta subordinación de la dignidad individual al bien común expresa termi­nantemente el carácter social del sentimiento del honor.

La dialéctica entre las vigencias sociales y la virtud que ocurre en el ámbito familiar y conyugal, es la misma dialéctica que, en el plano más elevado de la patria, comparece en la propuesta de Suárez –vigente en el Siglo de Oro– sobre el derecho a la guerra motivada por una injuria al honor de la nación y del sobe­rano.

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El honor de la nación y la «opinión pública»

1. La tesis de Suárez sobre “la injuria al honor” de la nación y del soberano como título de guerra, se halla, como dije, en la disertación XIII Sobre la caridad. En otra obra dice Suárez: “La infamia es la disminución injusta de un estado de reconocimiento, hecha sobre alguien por la opinión pública injusta”[6]. El honor patrio, en este caso, es afectado por la injuria.

En este momento la injuria intragrupal al honor se desplaza a la injuria supragrupal. Esto es así porque en el siglo XVI ha cobrado fuerza una nueva noción, un nuevo modo de encarar los asuntos políticos: ha nacido la opinión pública, un concepto decididamente moderno.

Quien desee conocer la vivencia que un español del Siglo de Oro tiene ante la planetización de España, oiga la exhortación que el jesuita Pedro de Riba­de­neira (1527-1611) escribió para los soldados de la Armada Invencible, apelando nada menos que a la opinión pública: “El mundo se gobierna por la opinión, y más las cosas de guerra; con ella se sustentan los imperios mientras ella está en pie, ellos están; y cayendo ella, caen; y con la reputación muchas veces se acaban más cosas que con las armas y con los ejércitos. Y los reyes y príncipes poderosos de ninguna cosa deben ser más celosos después de hacer lo que deben a Dios y a sus reinos, en ninguna más vigilantes y solícitos, que en ganar, conservar y acrecentar esta opinión, y que todo el mundo sepa, que ni ellos quieren hacer agravios, ni consentir que nadie se los haga a ellos. Porque per­diéndose esta reputación se pierde mucho; y una vez perdida, con dificultad se vuelve a recobrar. Todo el mundo teme nuestro poder, y aborrece nuestra gran­deza; tenemos muchos enemigos descubiertos y muchos más encubiertos y ami­gos fingidos; los descubiertos, faltando la reputación, tomarán ánimos para aco­meternos, y los encubiertos para descubrirse y publicar lo que tienen encerrado en sus pechos”[7]. Ribadeneira afirma que todo estaría perdido si “se perdiese la reputación con que los reinos se sustentan”[8].

 

2. El honor es ahora una relación social entre estados. Y un pueblo no puede quedar impasible ante el honor ultrajado[9]. El honor es el valor irrenunciable no sólo de la persona física, sino también de esa persona moral que es el estado. “El catedrático de Coimbra ha elevado esa tesis a derecho público como título de guerra justa, fórmula viva en la conciencia nacional del pueblo. Ante el honor, los demás bienes naturales no tienen importancia; y lo que no puede evitarse sin gran infamia y deshonra moralmente es inevitable, porque todos los estados tienen derecho a su fama”[10].

Suárez analiza el concepto y formas de honor en su libro Sobre las censuras eclesiásticas y el Tratado sobre las leyes.

El prestigio de que goza un estado en la comunidad de pueblos por sus actos y dignidad personal, constituye la fama. La opinión pública es su elemento esen­cial. El derecho a este estado de opinión pública positiva es exigido por el honor[11].

Incluso el tratamiento del vencido es distinto cuando la injuria infligida es la rea­lizada por “ocupación indebida” y no por “ofensa al honor”. Así, en el cua­dro de Velázquez llamado de Las lanzas o La rendición de Breda se expresa el final de una guerra que se ha producido esgrimiendo uno de los títulos de guerra, el de propiedad, pero no el título del honor. Por lo tanto, tanto el general rendido (Nassau) como el general victorioso (Spínola) tienen a salvo su honor.

“Todos tienen derecho a que su prestigio internacional se respete, porque es necesario para la convivencia social. El atentado, pues, contra esta reputa­ción nacional es la mayor injuria que se puede inferir a la persona. Cuando a un pueblo se le difama o se le calumnia y pierde su prestigio en la opinión pública; cuando se le desprecia, posterga o se le pospone a estados menos dignos, se dice que su honor ha sido ultrajado”[12].

 

3. La exposición que acabo de hacer se atiene a un ambiente, a una con­ciencia nacional, a una dimensión hispánica. Si el honor era la más grande ofen­sa que podía recibir el hidalgo del siglo XVI[13], también la mancha en la dignidad de la Patria puede ser vengada con las armas, dice Suárez.

Este honor nacional estaba tan exaltado en el español del siglo XVI, que el Nuncio de Roma en Madrid afirmaba en su instrucción de 1581 que por ello eran odiados los españoles en el extranjero[14].

Así, el tratado sobre la guerra en Francisco Suárez es la justificación de la hazaña española en defensa del honor.



[1]     A. van Beysterveldt, Répercussions du souci de la pureté de sang sur la conception de l’hon­neur dans la “comedia nueva” espagnole, Brill, Leiden, 1966; E. Honig, Calderón and the seizu­res of honor, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1972; A. Castro, De la edad con­flictiva, vol. I: El drama de la honra en España y en su literatura, Taurus, Madrid, 1961; D. R. Larson, The honor plays of Lope de Vega, Harvard University Press, Cambridge [Mass.], 1977; M. Chiabò / F. Doglio (eds.), Tragedie dell’onore nell’Europa barocca, Centro studi sul teatro medioevale e rinascimentale, Torre d’Orfeo, Roma, 2003; C. Brown Watson, Shakespeare and the Renaissance concept of honor, Greenwood Press, Westport, 1960; E. I. Serrano Martínez, «Honneur» y «Honor», su significación a través de las literaturas francesa y española (Desde los orígenes hasta el siglo XVI), Universidad de Murcia, Murcia, 1956; H. Th. Oostendorp, El conflicto entre el honor y el amor en la literatura española hasta el siglo XVII, Van Goor Zonen, La Haya, 1962.

[2]     A. García Valdecasas, El hidalgo y el honor, p. 119.

[3]     Lope de Vega, Los comendadores de Córdoba, Acto III, Escena 11.

[4]     Partida 2, título 13, ley 4; Partida 2, título 223. En esos textos se vincula la salvaguarda del “honor” a los justos títulos de guerra. E. Nys, “Les siete Partidas et le droit de la guerre” Revue de Droit Internacional et Législastion Comparée, 1883 (15), p. 485.

[5]     Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q103, a2: “Si praelati sunt mali, non honorantur propter excellentiam propriae virtutis, sed propter excellentiam dignitatis, secundum quam sunt dei ministri. Et in eis etiam honoratur tota communitas, cui praesunt”.

[6]     Francisco Suárez, De censuris, disp48, sec1. n1.

[7]     P. de Ribadeneira, Exhortación para los soldados y capitanes que van a esta jornada de Inglaterra, en nombre de su capitán general, Apéndice I, publicado en el Tratado de la tribulación [1589], Salamanca 1988, pp. 440-441.

[8]     P. de Ribadeneira, Exhortación para los soldados, p. 441.

[9]     Véanse estas ideas muy bien argumentadas en la obra de L. Pereña, Teoría de la guerra en Francisco Suárez, v. I: Guerra y Estado, C.S.I.C., Instituto Francisco de Vitoria, Madrid, 1954, p. 147-148.

[10]   L. Pereña, Teoría de la guerra en Francisco Suárez, p. 149.

[11]   L. Pereña, Teoría de la guerra en Francisco Suárez, p. 149.

[12]   L. Pereña, Teoría de la guerra en Francisco Suárez, p. 149.

[13]   L. Pereña, Teoría de la guerra en Francisco Suárez, p. 149.

[14]   L. Pereña, Teoría de la guerra en Francisco Suárez, p. 150.