Silvia Borovik: Caos. Realmente el caos, como materia informe, no se puede describir ni pintar. Sólo se puede pintar quizás el momento inicial en que el caos recibe las primeras invectivas de la forma, como en este cuadro.

Silvia Borovik: Caos. Realmente el caos, como materia informe, no se puede describir ni pintar. Sólo se puede pintar quizás el momento inicial en que el caos recibe las primeras invectivas de la forma, como en este cuadro. 

1. Perspectiva general sobre la materia

Tanto el griego ὕλη como el latín materia expresan originalmente la «madera» de construcción que el hombre transforma para un fin.

Por relación a la organización nueva que recibe el material preexistente, la materia es el elemento potencial o indeterminado, y se contrapone a forma. La materia funciona como el principio de individuación.

La materia aparece en una primera consideración experimental, no filosófica, co­mo «aquello de que los cuerpos constan», en oposición o distinción a su forma accidental, figura, organización de partes, etc. Las ciencias naturales, la Química y la Física, que se han dedicado a investigar la materia en este sentido, han reducido su multiplicidad a unas 100 «materias elementales» (o elementos químicos), cada una de las cuales consta a su vez de átomos y éstos de otros corpúsculos mínimos (o partículas elementales). La cuestión que plantea la ciencia experimen­tal se refiere a la constitución de la materia física ‒problema menos filosófico que físico, y difícil, porque físicamente la materia se comporta ya como corpúsculo, ya como onda‒. La materia que investigan las ciencias naturales o experimentales sería llamada por los antiguos filósofos materia segunda, distinta de la materia prima o primera, que ni es una sustancia corpórea físicamente acabada ‒sino un co-principio‒, ni puede ser alcanzada con los medios de la Física: es una parte esencial de los cuerpos, cognoscible sólo intelectualmente, y que junto con la forma sustancial constituye a esos cuerpos (tal es la doctrina del hilemorfismo).

Por lo que atañe a una consideración filosófica de la materia, la principal cuestión que se plantea es la de su estatuto ontológico y la de su posición en el orden del ser. A este respecto, se han dado históricamente varias posiciones, que se pueden clasificar en tres direcciones:

a) Nadificación absoluta de la materia;

b) Ontificación absoluta de la materia;

c) Ontificación relativa de la materia.

 

Sobre cada una de ellas, haré aquí una sucinta exposición.

a) Nadificación absoluta de la materia.- La materia sería no-ser. Ésta es fundamentalmente la postura platónica. Desde toda la eternidad habría tres cosas distintas: las ideas subsistentes con el Demiurgo, que siempre son y nunca cambian; la materia, que nunca es y siempre está llegando a ser, donde se agitan los elementos en completo desorden (caos); y el espacio o vacío que separa a la materia de las ideas. La materia sería un elemento malo, negativo, cárcel de las almas.

En el neoplatonismo quedará muy difuminada esta imagen de la materia como no-ser, al admitir el dualismo dinámico-emanativo entre idea y apariencia: la materia sería el último y más débil grado de emanación a partir del uno. Según los neoplatónicos, la materia es puro vacío y más bien debería llamarse no-ser; es esencialmente privación y principio del mal. Esta consideración de la materia lleva fácilmente a formas de panteísmo, o está en estrecha relación con él.

Podría hablarse de una nadificación relativa de la materia, incluyendo aquí al dualismo antiguo, representado fundamentalmente por el gnosticismo, para el que la materia es ser, pero ser malo, en lucha perpetua con el ser bueno, el del espíritu, lucha en la que al final triunfaría éste.

 

b) Ontificación absoluta de la materia.- El ser sería la Únicamente se daría el ser en el modo de la materia; por tanto, la materia poseería de suyo su onticidad actual y activa. El espíritu no sería más que un epifenómeno o eflorescencia de la materia. Esta materia tiene en los autores antiguos (Demócrito, Leucipo, Epicuro) una importancia tal, que llega a las formas más refinadas de la conciencia. Estas formas de materialismo reaparecieron modificadas sobre todo en el s. XIX con las figuras de La Mettrie, Hollbach, L. Büchner, K. Vogt y J. Moleschott; y a continuación con Marx y su materialismo dialéctico.

El materialismo pasa por alto la peculiaridad y las leyes propias de lo supramaterial y espiritual; además, al enfocar la vida práctica y social disgrega la cultura y la moralidad. Uno de los caminos que conducen al materialismo es a veces la confusión entre realidad y perceptibilidad, con lo que fácilmente se llega a confundir la realidad material con la realidad en general.

 

c) Ontificación relativa de la materia.- La materia es ser, pero un modo de ser entre otros. Esta postura ofrece algunas variantes, que se pueden tipificar: de un lado, el dualismo cartesiano; de otro lado, la teoría aristotélico-tomista.

Para Descartes habría dos sustancias que dividen a la realidad: «sustancia pensante» y «sustancia extensa». El hombre no sería una sustancia o un ente uno: es un ente bi-sustancial. La materia se identificaría con la extensión, donde no habría formas sustanciales ni fines. La materia está regida, según Descartes, por el mecanicismo. En este dualismo habrá enseguida una exposición continua a la absorción o, por lo menos, preponderancia de una sustancia sobre otra, abocando o bien al espiritualismo (al derivar los modos de la sustancia extensa a partir de la pensante), o bien al materialismo (al derivar los modos de la sustancia pensante a partir de la extensa), o bien finalmente al monismo (donde la realidad material aparecería como fundada en la espiritual, como el aspecto mecánico, extenso e inerte del espíritu, o viceversa). Spinoza es un caso notable del monismo.

 

2. Aspecto lógico, físico y ontológico de la materia

 

La teoría explicada por Aristóteles, completada o perfeccionada luego por Santo Tomás[1], presenta un análisis filosófico de la materia, de tres maneras complementarias: negativa, positiva y estructural. De este triple enfoque nos ocupamos ahora.

 

a) Definición negativa.- La materia, dice Aristóteles, es «aquello que en sí mismo no es algo determinado, ni es cantidad, ni es cualidad, ni ninguna de las demás categorías por las que se determina el ser» (Metaphys. VII, 3,1029 a 20). No es «algo» porque no es esencia ni cuerpo constituido, sino mera potencia para ser cuerpo junto con otro co-principio (la forma); no da especificación alguna al cuerpo, ni es categoría que determine al ente, ya que no es un género de entes completos.

Para algunos investigadores, la indicada definición aristotélica podría responder a una consideración lógica: sería el primer sujeto lógico del que se predican todas las determinaciones que en él hay, pero él mismo no se predica de nada, pues se encuentra sin ninguna determinación. Todas las determinaciones podrían ser aplicadas a este sujeto por predicaciones universales. Sería entonces pura potencia en el plano lógico, lo puramente determinable en el orden del ser.

Pero la mayoría de los investigadores consideran que Aristóteles hace un enfoque metafísico, sin que lo contamine el orden de la predicación lógica.

 

b) Definición positiva.- La materia «es el primer sujeto de cada ser, como elemento intrínseco y no accidental de la generación y en el que el compuesto se resuelve al corromperse» (Aristóteles, Phys. I, 9, 192 a 31-32). Es «sujeto» porque a él se proporcionan las formas que van surgiendo en las transformaciones sustanciales; y es «primero» porque ya no tiene otro sujeto en que sustentarse. Es sujeto «del que» algo surge, porque la forma surge cuando la materia se transmuta. Es una parte inmanente del compuesto, pero determinable: no es causa eficiente o final, sino parte potencial, determinable por otra cosa. Es elemento «esencial» pues con la forma da lugar a una sustancia.

El nudo gordiano de la presente definición es la materia física. En opinión de Suárez, ésta permanece idéntica en todas las transformaciones según toda su actualidad propia. Sin embargo, otros escolásticos han identificado corrientemente la definición negativa y la positiva ‒tomadas como complementarias‒, pues ambas se referirían a la materia física: por eso afirmaban que para Aristóteles la materia primera era pura potencia. Los suarecianos, en cambio, han sostenido que para Aristóteles la materia primera no es pura potencia física, sino pura potencia formal, ya que carece de la perfección de la forma que puede recibir. Volveremos enseguida sobre este punto.

 

c) Definición estructural.- La materia es «la posibilidad de ser y no ser cada uno de los entes generables» (Aristóteles, Metaphys. VII, 7, 1032 a 21-22); o como la definen los escolásticos: «sustancia incompleta que, como parte determinable, constituye al compuesto sustancial material». Es una parte constitutiva de la sustancia corpórea, es decir, es sustancia como co-principio, pero no es algo acabado en sí mismo: es sustancia incompleta, pues de suyo no puede ser una totalidad, sino un miembro de una totalidad; es el co-principio determinable, siendo determinado por el otro co-principio, por la forma; la unión de ambos co-principios da la sustancia corpórea o material (tal es la doctrina clásica del hilemorfismo).

Es preciso añadir que la materia no es potencia en el sentido de «lo puramente posible», que no es, pero puede existir. La materia es una potencia existente, es decir, física. Ahora bien, la potencia física puede ser activa o pasiva; la potencia activa es capacidad de hacer, aunque ella misma no sea una acción; la potencia pasiva ‒como la materia‒ es capacidad de recibir una perfección. Pero como hay unas perfecciones que completan a la potencia en la línea de la esencia o de la sustancia y otras que la completan en la línea meramente accidental, correspondientemente habrá una potencia pasiva esencial y otra accidental; evidentemente, no es esta última la que define a la materia. Así, pues, la materia primera es una potencia física, pasiva y sustancial por relación a la forma sustancial; es un co-principio referido esencialmente a la forma.

De ahí refieren los escolásticos algunas propiedades de la materia primera: 1ª: es apetito de forma (pues todo ser tiende naturalmente o está orientado hacia lo que le perfecciona); 2ª: es ingenerable (pues figura como el primer sujeto de todas las cosas engendradas: no sale de otra cosa, sino que es creada; para Aristóteles, en cambio, como desconocía el concepto de creación, la materia primera sería eterna); 3ª: es incorruptible (pues queda siempre bajo diferentes formas, como sujeto último, únicamente podría cesar por aniquilación); 4ª: es «una» abstractamente (pero en concreto y de hecho es sustancialmente múltiple y variada); 5ª: es simple (no compuesta a su vez de materia y forma); 6ª: es raíz de la cantidad; 7ª: es cognoscible únicamente por relación a la forma (su naturaleza se realiza al recibir las formas, y si éstas no pueden ser entendidas, tampoco la materia).

 

3. El problema de la potencialidad de la materia

 

1. Para hacer comprensible, desde un punto de vista pedagógico, la potencialidad de la materia, solían los antiguos poner una imagen sencilla: la figura de César en mármol. Está hecha de una sustancia determinada que ya existía en la realidad antes de recibir la figuración de un emperador romano: o sea, tenía una forma sustancial “marmórea”. Una vez que ese mármol es tallado, recibe una forma secundaria sobreañadida: la forma “estatuaria”, forma accidental sobre un mármol que figura como materia determinable. El artificio se añade a lo natural.

Los escolásticos se plantearon la cuestión de si la original materia del mármol era potencia pura o tenía de suyo un acto. Suárez distingue, entre acto entitativo (la existencia por la que una cosa es puesta fuera de sus causas, oponiéndose contradictoria­mente a la nada) y acto formal (la forma en cuanto que está unida a la materia para integrar el compuesto). Para los suarecianos la materia no tiene un acto formal, pero sí entitativo: la materia tiene de suyo esencia, actualidad y existencia que no recibe de la forma; pero es pura potencia, pura capacidad de recibir la forma por la que se hace un cuerpo determinado. Y opinan así porque consideran que la existencia no se distingue de la esencia real con una distinción real y adecuada. De aquí deducen que la materia, al tener su esencia propia, debe tener su propia existencia; de otro modo, según ellos, no sería nada, ya que al suprimirle su propia existencia desaparecería toda realidad.

Los tomistas, en cambio, niegan que la materia tenga acto formal o acto entitativo. La materia primera no se ordena inmediatamente a la existencia. Sólo se ordena mediante la forma. En todo compuesto solamente hay un ser o esse existencial, por razón del cual existen, en común vínculo, la materia y la forma. La materia está inmediatamente ordenada a la forma, recibiendo la existencia cuando recibe la forma. La relación a la existencia se fundamenta en la relación a la forma, y no al revés.

 

2. Las anteriores consideraciones se refieren a una antigua cuestión, formulada bajo el resguardo de otra tesis: “de la nada, nada se hace”: ¿puede existir la materia informe, o sea, desprovista de toda forma? Tomás de Aquino lo negaba, frente a filósofos del pasado, que sostenían la precedencia real de la materia sobre cualquier forma: “Resulta imposible afirmar que el estado informe de la materia haya precedido en el tiempo a su formación y diversificación. Con respecto a la formación resulta evidente: pues si la materia informe ya existía, es que estaba en acto; y eso implica duración, pues el término de la creación es el ser en acto. Además, lo mismo que es acto, es forma. Por lo tanto, decir que existía la materia sin forma, equivale a decir que existía el ser en acto sin acto; y esto es contradictorio” (STh, I, q. 66, a.1). De manera que la materia se refiere a la forma y a la existencia con una ordenación principial. Esta ordenación no es la misma que mantiene el accidente con el sujeto o sustancia; y aunque en virtud de su imperfección el accidente dependa del sujeto ‒con relación de radicación o inhesión‒, no así la materia, la cual no es “algo” imperfecto en acto, sino mera potencia. Estamos hablando de una potencia ontológica profunda, que anega todo el mun­do corpóreo. Ni siquiera Dios puede hacer que simultáneamente algo sea y no sea, como tampoco puede hacer lo contradictorio; y es contradictorio que la materia sea en acto sin la forma. “Pues ocurre que todo lo que está en acto o bien es el mismo acto o bien es la potencia que participa del acto. El ser acto repugna a la noción de materia, que por su propia razón de ser es ente en potencia. Por consiguiente, no puede ser en acto sino en cuanto participa del acto. Y el acto participado por la materia no es nada más que la forma. Decir que la materia está en acto equivale a declarar que la materia tiene forma. Afirmar que la materia está en acto sin forma equivale a decir que los contradictorios existen simultáneamente” (Quodl. 3, a. 1). Ni siquiera puede la materia existir en estado de privación. No puede darse en la materia una existencia no especificada ni proveniente de la forma. Y si la materia no puede ser sin acto, tampoco puede serlo sin forma: hay un solo acto participado en la materia y en la forma.

No se debe perder de vista que en el párrafo anterior se hace una consideración estrictamente metafísica de la materia llamada materia primera, que no debe confundirse con la materia física propiamente dicha[2], una materia segunda u organizada. Tampoco es necesario entender la potencialidad de la materia pri­mera como una estructura puramente pasiva (aunque las propiedades de la misma, que se acaban de reseñar en apartados anteriores, parecieran sugerirlo).

 

3. Tras lo dicho se comprende que la física moderna no tematice una «materia primera» potencial, sino una materia segunda. Con los métodos de la física cuántica se llega a una estructura del mundo material que comienza con «acciones», múltiplos de la constante h de Planck. En el nivel de la física cuántica no hay primariamente masa o energía, sino acciones. Una acción es la energía efectuada en la unidad de tiempo; de modo que el tiempo es un constitutivo de la energía; se trata aquí de un producto de energía y tiempo = acciones como unidades. No hay primariamente «algo material o hylético» acabado, al que además le ocurre algo en el tiempo; sino algo para el que el tiempo es constitutivo; es justamente un «algo de tiempo», es decir, la acción.

Tampoco hay primariamente, en la Física moderna, algo acabado e hylético que «además» llene un espacio, sino algo para lo que el espacio es constitutivo, algo «de espacio»; o sea, de nuevo una «acción». También la acción puede definirse como el producto del impulso. Lo cual significa que «algo de tiempo» es temporización; «algo de espacio» es espacialización. Ambos aspectos expresan la ensambladura «espacio-tiempo-energía». La acción más pequeña sería la constante h de Planck (= 6,621 x 10‾27).

Según podemos apreciar, y en este nivel físico, el cuanto de acción no tiene que ver con la pura potencia, ya que no es indeterminado, sino profundamente determinado matemáticamente; es inteligible. No tiene carácter de materia como potencia; tiene índole actual, de temporalización y espacialización efectuadas actualmente. No estamos aquí ya ante una primera materia potencial, sino ante una materia «segunda» ya actualizada. El cuanto de acción está en acto. Lo que hay en la base de la materia física son energías estructuradas o conformadas. Más que a la pura potencia se acercan a la índole de la forma; o mejor, las estructuras energéticas o entidades primarias de este mundo físico tienen el modo de ser del “compuesto de materia y forma”, constituyendo una jerarquía de estructuraciones progresivas y ascendentes. Nada que ver con el concepto límite de «materia prima»; y muy alejadas de la “escala humana”.

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NOTAS

[1]     J. Balta: “Estudio físico de la materia y de sus transmutaciones”, Ciencia Tomista, 60(1941), 191-228. L. Cencillo, Hyle, La materia en el Corpus Aristotelicum, Madrid 1958 (cap. II). H. Happ, Hyle, Berlín 1971 (cap. I). R. Masi, Struttura della materia: essenza metafísica e costituzione física, Brescia 1957 (cap. IV).

[2]     F. Budde: “Physikalisches und philosophisches Denken”, Divus Thomas Frib, 30 (1952), 51-72.