Entender, representar, decir: según Tomás de Aquino

J. Vermeer, "El arte de la pintura" (s. XVI). Colores brillantes, realzados por el impacto de la luz que se filtra por la ventana: es una luz natural que se convierte en palabra generativa que recae en una musa polivalente.

J. Vermeer, «El arte de la pintura» (s. XVI). Colores brillantes, realzados por el impacto de la luz que se filtra por la ventana: es una luz natural que se convierte en palabra generativa que recae en una musa polivalente.

Analogías de orden psicológico

 Quienes estudian el pensamiento moderno saben que casi todo el esfuerzo de los filósofos se ha volcado hacia la “representación” como quicio hermenéutico de los distintos sistemas, muchos de los cuales desembocan en tesis idealistas. Mi reciente libro sobre “Conciencia y representación” es una pequeña contribución al estudio de este problema[1]. Ahora quiero volverme a Santo Tomás de Aquino (1224-1274) para explorar el alcance que tiene en su planteamiento psicológico la representación[2], la cual estaría vinculada, por el lado objetivo, a la cosa extramental y, por el lado subjetivo, al acto de entender, acto que se cumple también expresivamente en el decir, en el habla interior auto-reflexiva.

En la época medieval y tardomedieval, la “teoría psicológica” del conocimiento se fra­guó frecuentemente en paralelo con la explicación teológica del orden “personal” interno de la Santísima Trinidad. Así, la procesión del Hijo por vía de inteligencia, es generación; pero la procesión del Espíritu Santo por vía de amor no es generación, sino espiración. Se enseñó también que el Hijo ha nacido, pero no el Espíritu Santo, puesto que el Hijo procede, mediante la obra de la inteligencia, como imagen y semejanza, pero no así el Espíritu Santo, que procede por obra de la voluntad, a saber, como amor y nexo de los dos.

En un polo doctrinal opuesto, Durando (1270-1334) explicaba que la procesión de la divina Palabra (el Hijo o Verbo) es emanación de la misma naturaleza divina, pero no operación surgida de la inteligencia divina; con ello eliminó de la Persona del Hijo lo más peculiar, propio y real de la Palabra: porque si el Hijo emanara naturalmente de Dios, no sería “palabra” (verbum) o habla, ni obra de la inteligencia[3].

Sin esta advertencia hermenéutica, no se comprenderían fácilmente algunos puntos de la teoría psicológica clásica. Aquellos maestros ejercían una casi obligada diplopía o visión doble, que lejos de ser considerada como alteración visual (percepción de dos imágenes de un mismo objeto), era un acople hermenéutico que les permitía asegurar a la vez, y con cierta coherencia, las tesis filosóficas y las teológicas. Esta doble vertiente tuvo su desarrollo más notable a partir de los innumerables Comentarios que se hicieron al Libro de las Sentencias de P. Lombardo[4].

[1]     Juan Cruz Cruz, Conciencia y representación: una introducción a Reinhold, Eunsa, Pamplona, 2017.

[2]     Véase la clara exposición hecha por Joannes a Sancto Thoma, In I Summa Theologiae Commentaria, q. 27; Cursus Philosophicus, t. III, De Anima, qq. 4-8 y qq. 9-11.

[3]     Asimismo, teológicamente no es lo mismo “entender” que “decir”: el entender es esencial a las tres personas y tan sólo implica referencia a la cosa entendida. En cambio, “decir” tan solo conviene al Padre e implica relación al Verbo (al Hijo) como “expresado” y procedente del principio que habla. Thomas de Aquino, STh, I, q. 34, a. 1, ad 3; q. 37, a. 1.

[4]     Especialmente las glosas y exégesis hechas al libro I, dist. 13. Cfr. mi traducción del Comentario de Santo Tomás al Libro de las Sentencias, Eunsa, Pamplona, 2003.

Véase:  Entender, representar, decir

 

1 Comment

  1. Sí, la solución está en tí.

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