Pietro Longhi (1701-1785), El Alquimista. La alquimia consideraba que si una cosa era posible, podría ser lograda mediante procesos elementales de química y física, destinados a obtener metales preciosos y la «piedra filosofal», la llave del universo. Se practicó en la Edad Antigua y Media.

Las cuestiones que surgieron durante el Siglo de Oro al filo de la pregunta sobre los posibles y las ideas, se refieren al modo concreto que Dios tiene de conocer tanto los posibles irrealizados, como los realizados.

Los seres posibles, con posibilidad absoluta e interna (incontradictorios), se hallan necesariamente representados según su propia naturaleza en las ideas divinas; y éstas contienen realmente la razón suficiente de tal posibilidad, toda vez que conteniendo y representando todo lo que puede tener razón de ser, contienen y representan todas las cosas posibles con posibilidad interna.

Pero Dios es el fundamento primero y remoto de la posibilidad de las cosas, y de las verdades necesarias, en cuanto ser supremo, origen y fuente de todo ser, y como esencia absoluta e infinita; aunque solamente es funda­mento próximo e inmediato en cuanto es imitable y contiene las ideas ejempla­res de todos los entes posibles. La dialéctica de unidad y pluralidad en este caso se cumple respectivamente entre el fundamento primero y original de la posibi­lidad interna del ser y de las verdades, de un lado, y el fundamento próximo, de otro lado.

En cuanto a los distintos modos de posibilidad (e imposibilidad), resultan tres puntos importantes. Primero, que la posibilidad y la imposi­bilidad externas se multiplican en proporción a la multiplicidad de causas efi­cientes y de la eficacia o poder de su fuerza activa. Segundo, que la posibilidad externa que se divide en física y moral, se divide del mismo modo en tantas especies cuantas son las especies de causas eficientes que existen: el efecto que es posible al hombre, no lo es respecto del animal, de la planta o de otro agente inferior. La serie, pues, de las posibilidades externas corresponde a la serie y naturaleza de los seres; porque “toda potencia activa es conforme a la actualidad y entidad de la cosa a la cual pertenece”. Tercero, solamente en Dios la posibili­dad externa coincide y se identifica realmente con la posibilidad interna; porque únicamente en él la potencia activa, siendo infinita como su esencia, carece absolutamente de toda limitación respecto al ente como efecto.

Ahora bien, la pura posibilidad interna es en cierto modo una posibilidad incom­ple­ta, y su concepto no envuelve explícitamente la posibilidad perfecta y ade­cuada. Podríamos indicar una esencia a la cual le es compatible la existencia porque sus términos no se excluyan recíprocamente, teniendo su realidad y su fundamento en las ideas divinas; pero esa esencia no es todavía algo posible com­ple­tamente y bajo todos conceptos. Es preciso además que esta esencia in­contradictoria sea empujada por alguna fuer­za, algún poder capaz de comunicar existencia propia a tal naturaleza interna­mente posible. Luego la posibilidad completa y adecuada del ente envuelve su posibilidad externa.

Así pues, la posibili­dad externa de las cosas coincide con la omnipotencia de Dios como fuerza capaz de producir todos los entes posibles. De modo que la posibilidad completa y adecuada de todos los entes finitos depende de Dios, que es el fundamento y origen de toda la realidad objetiva que se atribuye a los entes posibles.

Sexta, hay, no obstante, inde­pendencia de la posibilidad interna con relación a la omni­potencia divina. Por referencia a la omnipotencia divina, la anterio­ridad y la independencia de la posibilidad interna no lleva consigo la inde­pendencia absoluta de los entes posibles con respecto a Dios. Por eso, la posibilidad completa y adecuada de las cosas depende de Dios; pues si la posibilidad externa se refiere a su omnipoten­cia, la posibilidad interna se refiere a las ideas divinas, las cuales vienen a ser de este modo la razón suficiente primitiva y a priori de la realidad fundamental que envuelven los entes posibles, y sobre la cual se fundan las verdades necesa­rias e inmutables.

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