Sección: 6.4. Modernos (página 1 de 3)

Descartes, Hume, Locke, Leibniz, Spinoza, Kant, Fichte, Schelling, Schopenhauer, Nietzsche,

Nietzsche, detrás de las máscaras

 

Ensor: "Las máscaras y la muerte".1897, óleo sobre lienzo,79×100 cm. Musée d´Art Moderne, Luik. Uno de los más clásicos y representativos cuadros.

Ensor: «Las máscaras y la muerte».1897, óleo sobre lienzo, Musée d´Art Moderne, Luik. Uno de los más clásicos y representativos cuadros.

1. Desenmascaramiento y censura.

Desde los supuestos filosóficos del nihilismo Nietzsche emprende un obstinado proceso de desenmascaramiento. Desenmascaramiento de toda existencia juzgada por él como inauténtica: la que se agota en el aspecto, en el papel de personalidad que el hombre ‑con la carga de su propio pa­sado‑ mantiene frente al mundo. Pero Nietzsche «no nos enseña el ca­mino, ni nos enseña una creencia, ni nos coloca en un terreno sólido. Más bien no nos deja lugar a reposo, nos atormenta incansablemente, nos ex­pulsa de todos los albergues donde buscamos refugio, rasga todo dis­fraz»[1].

Pero esa censura posee una estructura específica, cuyos elementos conviene detectar. Nietzsche se sitúa siempre más allá de todo posible contenido de la individualidad, más allá del bien y del mal. Y en cuanto que el bien y el mal son contenidos de una individualidad, Nietzsche ofrece la antítesis de la moralidad.

La moral es sustituída por los principios del superhombre. «Todos los dioses han muerto, queremos que viva el superhombre; ¡sea ésta nuestra última voluntad al filo del gran mediodía!»[2]. ¿Qué significa este super­hombre? ¿Será una posición determinada de contenido individual, de suerte que una vez arrancada la máscara del hombre normal quedara una individualidad valiosa por debajo de ella? De ningún modo. Simplemente el superhombre es la expresión de la antítesis; desde la antítesis, la moral es considerada como un fetichismo. Nietzsche cumple así una función positiva al suprimir todos los tópicos morales que han sido el refugio du­rante generaciones de nuestra vida occidental. Lo terrible del caso es que con este desenmascaramiento de las formas tópicas de moralidad Nietzsche hace naufragar también la auténtica moral vivida desde una in­timidad que reflexivamente reconoce principios no meramente sociales, no simplemente sobreimpuestos, sino que requieren al hombre por en­cima de lo social y de lo individual.

La antítesis nietzscheana presenta dos vertientes, que son como la cara y la cruz de una misma moneda; expresan los dos aspectos, externo e in­terno, de su vivencia, en la medida en que es denuncia de la máscara. Por su lado ex­terno, la antítesis nietzscheana connota la erradicación de los contenidos sociales de la máscara. Por su lado interno, connota la supre­sión del pesimismo con que la máscara siente sus contenidos.

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La esencia de la libertad en Schelling

Conceptografía básica del libro de Schelling: "La esencia de la libertad humana".

Conceptografía básica del libro de Schelling: «La esencia de la libertad humana».

La tesis central de Schelling (en su obra sobre la esencia de la libertad humana) es que la libertad es un poder del bien y del mal  (Vide: Libertad Schelling). Y justamente aquí se sitúa, en el punto central de consideración, un dualismo metafísico del bien y del mal. Puede decirse que con respecto a la desgarradora contradicción del bien y del mal en el mundo —mundo que existe, sin embargo, como formando unidad con el origen unitario y absoluto— se trata de mostrar la identidad que le precede y, a partir de ella, de comprender la oposición como necesaria por sí misma. Dado que Dios es el origen absoluto y la unidad omnicomprensiva del mundo, Schelling trata nada menos que de mostrar en Dios mismo el origen del mal, pero sin abandonar la absolutividad del bien que se da en Él.

No puede haber nada absolutamente independiente de Dios. Por tanto, el mal no puede ser ningún principio original junto a Dios. Únicamente puede nacer por una caída desde Dios, einen Abfall. ¿Pero cuál es el fundamento (Grund) de la caída? De nuevo, sólo puede ser buscado en Dios, y únicamente ese fundamento es el mal original mismo (Urböse). La libertad sólo es posible en Dios; pero el mal, que es el supuesto de la libertad, sólo es posible fuera de Dios. Esta contradicción no se elimina, sino que se la debe reconocer y resolver. Mas esto último se puede efectuar si se muestra un momento (Moment) en Dios que no sea Dios mismo. Pero ¿cómo es concebible semejante momento? Continuar leyendo

El genio y su fuerza ejemplar

 

Dalí: El nacimento de una divinidad (1960)

Dalí: El nacimiento de una divinidad (1960)

Qué es un genio, según Kant

En la Edad Moderna confluyen, en primer lugar, las teorías meta­físicas, de corte platónico-leibniciano, sobre el genio. Este vendría a ser una especie de ser superior o semidivino, con una fuerza supra­personal de inspiración. En tal sentido se pronunciaría Shaftesbury (1711), para quien el genio es la revelación del espí­ritu universal; el artista sería como una pequeña divinidad.

En segundo lugar, comparecen las teorías psicológico-raciona­les, como la de Helvetius (1758), para quien el genio es una cuali­dad ge­neral humana, penetrable por la conciencia, una facultad creadora y combinadora que existe en varia medida en todos los hombres. De aquí vendría el genio a significar el hombre dotado de especiales fa­cultades espirituales, de superiores facultades crea­doras.

Se encuentra, en tercer lugar, la teoría  transcedental y extra­rra­cional de Kant. Para éste, el genio no es una potencia misteriosa o di­vina, un mediador de potencias superiores, ni la personifica­ción de una fuerza creadora de la Naturaleza que origina la idea productiva de la obra de arte, sino una dimensión natural, incons­ciente e impene­trable a la conciencia, anclada en la fantasía. El ge­nio es el talento o don natural innato que da reglas al arte[5].

Este talento, como facultad productiva innata, pertenece sólo a la naturaleza. En el genio, facultad innata, la naturaleza toma la inicia­tiva dando reglas al arte. La regla para el arte es dada por una facul­tad natural, el genio. Este no da reglas a la ciencia, sino al arte; y no al arte mecánico, sino al arte bello. El científico pre­supone reglas co­nocidas que determinan su método. Pero el genio no, aunque conlleve un aprendizaje mecánico[6]. El genio muestra en sus productos, según Kant, las siguientes cualidades: regulari­dad no-científica, originalidad, ejemplaridad, inconsciencia inicial y libertad de juego. Continuar leyendo

Hombre e historia en Vico

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Pintura alegórica recogida en la edición de 1744 de la Scienza Nuova. La mujer con la cabeza alada representa la Metafísica que contempla a Dios, de cuyo ojo sale un rayo que reverbera en una gema prendida en el pecho de la mujer. El rayo se refracta y sale fuera, para significar que la Metafísica conoce a Dios providente en las cosas morales y públicas, en las costumbres civiles, en la historia humana.

El pensamiento de Vico (1668-1744) está regido por el principio de la precedencia psicológica de la espontaneidad sobre la reflexión, en el ámbito de la poesía, del mito, de la retórica, de la praxis y de la historia.

Vico parte a la vez de raíces humanistas y de planteamientos modernos, siendo capaz de enfrentarse a Descartes y contribuir con aspectos filológicos, etnológicos y jurídicos a configurar una obra (la “Ciencia Nueva”) de sorprendente actualidad, en la que están predibujadas tesis de pensadores actuales, como Gehlen, Lévi-Strauss y Chomsky.

En este pensador barroco tuvo sus raíces modernas el surgimiento de las llamadas “Ciencias del Espíritu” a finales del XIX. Él expuso una filosofía del lenguaje y una hermenéutica, dentro de una Filología original, en la que integraba el estudio de la Retórica y de la Poética.  Las investigaciones de Gadamer y Apel sobre Vico recogen y subrayan estas novedades.

Existencia y nihilismo en Jacobi

 

Friedrich Heinrich Jacobi (1743-1819) es uno de los pocos filósofos que, sin regentar cátedra universitaria alguna, estuvo inserto con enorme fuerza intelectual, en la atmósfera literaria y filosófica de su época. Hegel estimó que con sus «Cartas sobre Espinosa» (1785) comenzó la filosofía moderna. Fue muy respetado por Fichte, Schleiermacher y Schelling.

Su esfuerzo intelectual se centró en recuperar, a través del órgano espiritual que el llamaba «corazón» (denominado «intelecto» por los clásicos), la inmediatez existencial que la modernidad había perdido con la entronización de la «razón» analítica, un órgano monocular que Jacobi comparaba con Polifemo, el gigante de un solo ojo . A ese objetivo se ordenaban sus tempranas publicaciones, de corte pre-romántico, especialmente sus dos novelas, «Allwill» y «Woldemar».

Pero el sentido de la relación entre la inmediatez existencial del corazón y la mediación conceptual de la razón fue profundizado y matizado en obras filosóficas dirigidas contra Espinosa, Kant, Fichte y Schelling, cuyo núcleo estructural había abierto, según Jacobi, una crisis «nihilista».

Jacobi previó incluso los giros más significativos y problemáticos de la filosofía moderna.

Filosofar desde la subjetividad. Apunte sobre Fichte

Antonio Callejas Cabanillas: "El otro, yo mismo" (2009)

Antonio Callejas Cabanillas: «El otro, yo mismo» (2009)

El reto permanente de la subjetividad

Uno de los envites más apasionantes que, también para este milenio, le vienen dados al filósofo, es volver a pensar la subjetividad como punto focal de inflexión temática. Esa subjetividad que ha sido anatematizada tantas veces como responsable del giro moderno de la razón.

Programáticamente puedo decir que un modelo claro de filosofía de la subjetividad es el de Fichte. Y este ha sido el motivo por el que he querido que mi traducción de la Doctrina del a Ciencia, hecha en 1973 en Aguilar, se volviera a editar este año de 2013 en Gredos. En la filosofía fichteana el hombre vuelve hacia su propia subjetividad para encontrar sentido y valor a la totalidad de lo dado.

Ocurre que en muchas filosofías de la subjetividad, el hombre vuelve hacia sí mismo, buscando la mediación consigo mismo de una manera inmediata, sin relacionarse con lo demás.  Al hacerlo, el hombre entra en una reflexión que se cierra en sí misma, la cual se ha expresado históricamente, de un lado, en la autoposición abstracta del yo absoluto en el sentido de algunos idealismos y, de otro lado, en la no menos abstracta autoelección de la existencia, en el sentido de buena parte del existencialismo.

Pero lo que Fichte propone es que la subjetividad, en sentido estricto, ha de comparecer siempre por encima de sí misma y, a la vez, por medio de algo distinto de ella misma. Y dice además que esta automediación indirecta no puede ser puesta en marcha por sí misma. Y esto significa que deja abierta una exigencia que apunta más allá de la subjetividad, pues sólo así se llegaría a comprender, por ejemplo, que yo hago la mediación y a la vez soy mediado. Sólo esta comprensión nos eleva por encima de una enquistada autorreferencia egológica o existencial y hace posible una real estructuración de la filosofía de la subjetividad. Continuar leyendo

Goethe y la modernidad. 2: La autogénesis del hombre

Joseph Karl Stieler (1781-1858): "Goethe".

Joseph Karl Stieler (1781-1858): «Goethe».

Rehacer la creación

«FAUSTO: Pero vamos a ver: ¿quién eres tú?
MEFISTOFELES: ¡Yo soy el espíritu que siempre niega! Y con razón, pues todo cuanto existe es digno de irse al fondo; por lo que sería mejor que nada hubiese. De suerte, pues, que todo eso que llamáis pecado, destrucción en una palabra, el mal, es mi verdadero elemento» (vv. 1334-1344).

Aparece aquí el el principio formal de la realidad: la ne­gación. Lo dice Mefistófeles: «Soy el espíritu que siempre niega». Hegel,  cincuenta años más tarde dirá que la contradicción es el motor de lo real. Hay que tomar el pasado para negarlo en la positividad que tuvo. La positividad del presente está hecha de negatividades. Hegel dirá que no existe bondad sin pecado. Desde ahora la bondad no será un trascendental en sí mismo (a diferencia de la filosofía clásica, que afirmaba el carác­ter privativo del mal, pero positivo y trascendental del bien). El mal es tan verdadero, tan positivo, como la bondad. La contradic­ción es la forma misma en la que concurre aquella eficiencia y aquella materia. En el orden trascendental no tiene primacía el bien, sino el mal en relación al bien y el bien en relación al mal. En los primeros párrafos del Fausto se resume la actitud básica de la filosofía moderna. Continuar leyendo

Goethe y la modernidad. 1: La acción como principio

Johann Heinrich Wilhelm Tischbein (1751-1829): "Goethe en la campiña romana".

Johann Heinrich Wilhelm Tischbein (1751-1829): «Goethe en la campiña romana».

En el principio era la acción

Johann Wolfgang von Goethe nació en Francfurt del Main el 28 de agosto de 1749 y murió en Weimar el 22 de marzo de 1838. En 1773 culminó en Estrasburgo  los estudios de leyes. Con el título de licenciado regresó a Frankfurt en 1771 pensando dedicarse a la abogacía, aunque en realidad se dedicó a la literatura.
Carlos Augusto, duque de Sachsen-Weimar, le nombró consejero y poco después ministro. Desde 1779 estuvo al frente de la Comisión de Obras Públicas y a partir de 1782, administró la Hacienda. El 3 de septiembre de 1786 emprendió viaje a Italia. Vivió un año en Roma. Italia se le reveló como su nueva patria.
Cuando marcha a Italia, lleva consigo el manuscrito del Fausto, con intención de acabarlo. Pero no logró entonces dar cima a la obra. A su regreso de Italia renunció a la mayoría de sus cargos. En 1794 comienza una gran amistad con Schiller. Juntos colaboran en varias publicaciones y en revistas.

El Fausto es el drama que preocupó a Goethe durante toda su vida; y en realidad encierra el nervio, la médula de toda su obra. Ya en su juventud ese argumento despertaba múltiples ecos en su alma. Entre 1773 y 1775 escribe las escenas del Urfaust  o Fausto primitivo. En él se encuentran ya diseñadas las figuras principales. El motivo central es el titanismo, al que se une la tragedia de Margarita.  Pero fue en 1808 cuando apareció por primera vez completa la primera parte de la tragedia del Fausto bajo el título de Faust. Eine Tragödie. Los últimos años de su vida los dedicará a la composición de la segunda parte del Fausto, acabada el 22 de julio de 1831. Mientras que el Goethe joven se encuentra inmerso en el movimiento prerromántico denominado Sturm und Drang (Tormenta e impulso), el Goethe maduro estará dominado por el Klasizismus. Ambas tendencias influyen en el Fausto, cuya composición abarca prácticamente toda la vida del poeta.El ti­tanismo, la acción fáustica, es la  que Goethe nos propone para interpretar el sentido de la Modernidad. Continuar leyendo

La historia como ciencia, según Vico

La portada que adorna las ediciones "Principj di Scienza Nuova" (1730 y 1744) de Giambattista Vico, muestra un haz de luz cuyos rayos de colores se comparan con las diversas ciencias.

La portada que adorna las ediciones «Principj di Scienza Nuova» (1730 y 1744) de Giambattista Vico, muestra un haz de luz cuyos rayos se comparan con las diversas ciencias.

 Carácter científico de la historia

Para Vico, el hombre tiene perfecto conocimiento de algo cuando construye mentalmente el sistema de sus no­tas y relaciones: hacer una cosa es el criterio más claro de la verdad de esa cosa. El relojero que cons­truye un reloj hace la verdad íntegra de ese reloj. En tal sentido dice Vico que “lo verdadero es lo hecho”: verum ipsum factum. Pero, ¿puede el hombre cono­cer constructivamente todas las cosas? Sólo aquellas cuyos elementos se encuentren en su mente[1]. Aun­que sea restrictivamente, la clave que nos permite descubrir el carácter científico de una disciplina es el principio verumfactum, el cual responde a la capa­cidad de poseer críticamente la verdad del objeto.

Siguiendo este criterio, aparecen tres planos de objetos: uno matemático o geométrico, que es ideal, donde el espíritu humano es plenamente sabedor, pues puede producir creadoramente; otro, físico, el de la naturaleza real, en el que no puede construir plenamente y del que, por lo tanto, no hay ciencia estricta; otro, en fin, cultural, el de las producciones históricas, que son también reales, pero que, por su carácter social y por estar hechas creadoramente por el hombre, no están tan alejadas del conocimiento pleno como las naturalezas físicas.

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Lo verdadero es lo hecho, según Vico

Juan Bautista Vico (1668-1744). Escribió: Principi d'una scienza nuova intorno alla natura delle nazioni (1725); De nostri temporis studiorum ratione (1708); De antiquissima Italorum sapientia (1710); De universi iuris uno principio et fine uno, (1720).

Juan Bautista Vico (1668-1744). Escribió: Principi d’una scienza nuova intorno alla natura delle nazioni (1725); De nostri temporis studiorum ratione (1708); De antiquissima Italorum sapientia (1710); De universi iuris uno principio et fine uno, (1720).

El ingenio y la verdad

Según Vico, el ingenio es la capacidad que el hombre tiene de interpretar el mundo y su relación con él en un sistema de unida­des significativas, para determinar el puesto que las cosas tienen. Por ello, cada nivel sapiencial exige in­genio, facultad inventiva de conocer lo nuevo, de buscar y reconstruir la verdad. Se trata del aspecto creador de la mente: su acto es un hacer (facere). Su función consiste en recoger elementos diversos y heterogé­neos para reunirlos y construir un todo. De ahí que sea la capacidad sintética y constructiva de la mente. Y se despliega en dos órdenes: precientífico y cientí­fico. En el primero, imaginativo y espontáneo, es la capacidad de buscar y reconstruir la verdad que existe en la forma singular aprehendida por los sen­tidos; o sea, conoce lo verdadero (verum) espontáneamente, antes de todo raciocinio, adscribiéndose a los momentos en que preponderan la memoria y la fantasía; es, pues, aquí una facultad operadora de las artes y de los ex­perimentos en su fase espontánea. En el segundo, ra­cional y reflexivo, es la capacidad de buscar y re­construir la verdad que existe en forma general aprehendida por la razón; o sea, conoce lo verdadero críticamente; es el momento energético del racioci­nio y da lugar a las ciencias y los experimentos en su fase refleja. El ingenio es la función que el espíritu tiene de hallar y ordenar estructuralmente las co­nexiones entre las cosas, comenzando en el nivel sensible de la fantasía y culminando en el nivel in­teligible de la razón. Pero genéticamente el ingenio es antes sensible que inteligible; aunque en sí misma sea una facultad trascendida por el espíritu. (Véase:  Juan Cruz Cruz, Hombre e historia en Vico, Pamplona, Eunsa, 1982, 144-150).

Veamos a continuación el aspecto energético o constructivo del ingenio en su nivel reflexivo. Continuar leyendo

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