Sección: 5.2. Metahistoria (página 3 de 3)

¿La «humanidad» es el fin de la historia? Herder

 

Johann Gottfried Herder (1744-1803). De amplia cultura filosófica, teológica y literaria, contribuyó a la aparición del romanticismo alemán. Su modo de ser es pre-romántico y, como tal. Influyó en autores como Goethe. Para Herder la literatura no debe seguir unas pautas o unos modelos, sino la inspiración del genio, enraizado en su época y su entorno cultural. En su principal obra, Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad (1784-1791), enseña que la naturaleza y la historia humana obedecen a las mismas leyes.

Johann Gottfried Herder (1744-1803). De amplia cultura filosófica, teológica y literaria, contribuyó a la aparición del romanticismo alemán. Su modo de ser es pre-romántico y, como tal. Influyó en autores como Goethe. Para Herder la literatura no debe seguir unas pautas o unos modelos, sino la inspiración del genio, enraizado en su época y su entorno cultural. En su principal obra, Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad (1784-1791), enseña que la naturaleza y la historia humana obedecen a las mismas leyes.

Polémica de Herder contra la Ilustración

Uno de los efectos de la secularización histórica, ocurrida en la época contemporánea, es el desplaza­miento del interés especulativo hacia aquellas dimen­siones del hombre que pueden tener cierta perdurabi­lidad temporal, hacia sucedáneos intrahistóricos de la inmortalidad personal y única que el Dios cristiano prometía a cada individuo. Y como es evidente que el sujeto empírico ‑mortal‑ no puede cumplir por sí mismo esa misión de inmortalidad, símbolo y presa­gio de la Ciudad de Dios en el mundo, la atención fi­losófica se centró en la construcción sistemática de las individualidades históricas, puntos orgánicos ‑de re­lativa consistencia temporal‑ del despliegue de la humanidad sobre la tierra. Johann Gottfried Herder (1744-1803)[1] describe sus bases antropológicas, pole­mizando con los ilustrados.

Herder se revuelve contra la confianza ilustrada en el poder del método científico-racional, contra la exclusividad de sus leyes universales e inmutables que absorbían lo peculiar de cada período histórico en un esquema intemporal. Y opone al universalismo abs­tracto el nacionalismo concreto, el “Volkgeist” o Espíritu del pueblo.

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Organicismo histórico

Herder ha dado una fórmula de organicismo histó­rico, si por orgánico se entiende lo contrapuesto a mecánico. Las propiedades de lo orgánico son la funcionalidad, la totalidad y la finalidad, determina­das por el carácter fundamental de autoposición y, por tanto, de automovimiento y autoformación.

Aho­ra bien, ni Herder, ni los idealistas que le siguieron, han pensado el «organismo histórico» como un cuer­po «biológico». Simplemente sostienen que la vida histórica se comporta y estructura conforme al prin­cipio de la primacía del todo sobre las partes: no pue­de concebirse mecanicistamente, al modo de un ar­tefacto complicado, sino a la manera de un organismo cuyos miembros están conectados internamente, a pesar de las contradicciones que cada uno pueda traer consigo; pero la totalidad orgánica resuelve y supera tales contradicciones, en virtud de una polarización teleológica que la atraviesa de parte a parte. Nada es indiferente en dicha totalidad coherente: todo sirve para el todo. La heterogeneidad de las partes no es óbice para que estas se combinen de forma que pue­dan realizar las funciones pertinentes.

Pero cada autor entiende de una manera distinta la índole del principio que rige la individualidad histó­rica y el enlace de los individuos. Así, el modelo orgá­nico de Herder tiene un carácter «estético»; el de Fi­chte «moral»; y el de Hegel «dialéctico». Continuar leyendo

¿Progreso humano hacia la religión de la razón?: Lessing

Gotthold Ephraim Lessing (1729 -1781) fue quizás el escritor alemán más importante de la Ilustración europea, influyendo con sus dramas y sus ensayos filosóficos en la evolución del pensamiento alemán.

Gotthold Ephraim Lessing (1729 -1781) fue quizás el escritor alemán más importante de la Ilustración europea, influyendo con sus dramas y sus ensayos filosóficos en la evolución del pensamiento alemán.

1. El sentido del curso histórico

“Sí, llegará ciertamente el tiempo de la plenitud, cuando el hombre,  completamente identificado su entendimiento con la idea de un futuro siempre mejor, no considere ya necesario tomar de prestado este futuro y se mueva por sus propias accio­nes […] Llegará ciertamente el tiempo de un Nuevo Evangelio Eterno (“neuen ewigen Evangeliums”), que ya fue prometido en los libros elementales de la Nueva Alianza. Incluso ciertos visionarios (Schwärmer) de los siglos XIII y XIV habían ya sido iluminados por un rayo de este Nuevo Evangelio Eterno; y sólo se equivocaron en anunciar como algo próximo su adveni­miento. De modo que su triple edad del mundo no era una fantasía necia; y por cierto, no estaban mal orientados cuando enseñaban que la Nueva Alianza debía quedar tan anticuada como la Vieja. Ellos expresaban  la misma y eterna economía del mismo Dios. O, hablando en mis propios términos, el mismo plan de la educación del género humano” (Die Erziehung des Menschengeschlechts nº 85-88).

Estas palabras fueron escritas a mediados del siglo XVIII por Lessing. Educado en el seno de una familia protestante, comenzó estudiando Teología; pero su verdadera vocación estuvo en las letras y también en la filosofía. De hecho los escrito­res que inmediatamente le siguieron, siendo en parte contemporáneos suyos (Kant, Goethe, Schiller, Schlegel, Fichte, Schelling y Hegel) son impensables sin su estética, su estilo y sus ideas. “Por primera vez en Alemania  –dice   Thomas Mann– se corporifica el tipo europeo del gran escritor que –con su palabra libre, brillante, superobjetiva– se con­vierte en formador y educador de su nación” (Thomas Mann, Zu Lessings Gedächtnis, 1929). Es un forjador de ideas y de espíritus. Y aunque su filo­sofía provenga de Leibniz, brilla en un orbe nuevo de hu­manidad histórica. Entre sus obras principales de crítica y creación literaria deben ser cita­das: Laokoon, o sobre los límites entre la Pintura y la PoesíaDramaturgia de Hamburg, Nat­han, el sabio, … Pero significativas para su Metahistoria son: Die Erziehung des Menschengeschlechts (Erz.), Die Religio Christi (Rel.), Das Christentum der Vernunft (Chr. ), Über die Entstehung der geoffebartes Religion (Entst.), Einwände zu den Frangmenten eines Ungenannten (Fragm.).

Las palabras arriba citadas continúan y culminan el planteamiento de un monje del siglo XII, Joaquín de Fiore. En ellas se afirma, en primer lugar, una tesis básica del progresismo general de la Ilustración europea, a saber: que en el futuro se dibuja una época de plenitud y perfección; y, en segundo lugar, que esta época es la del Evangelio Eterno, preconizado por el joaquinismo: dicho Evangelio es una revocación del Viejo y del Nuevo Testamento. Con esta segunda afirmación, Lessing supera por cierto el carácter trivial y mecánico de la Ilustración francesa. Continuar leyendo

Metahistoria. La teleología trascendente de Molina

Miguel Angel (1475–1564): “El Juicio Final: La barca de Caronte”. Los elegidos son atraídos por la fuerza de Cristo; mientras que los impíos son condenados y les espera Caronte, que los tira al río del Infierno desde su barca.

Miguel Angel (1475–1564): “El Juicio Final: La barca de Caronte”. Los elegidos son atraídos por la fuerza de Cristo; mientras que los impíos son condenados y les espera Caronte, que los tira al río del Infierno desde su barca.

1. ¿Qué es la Metahistoria?

Si buscamos un concepto preciso y unívoco –“claro y distinto”– de la palabra  “Metahistoria” entre los autores que la utilizan, podemos llevarnos una gran decepción.  Suponiendo que no tenemos problemas epistemológicos para entender la palabra “historia” –aunque problemas los hay– tendríamos que dar en ella un paso adelante, un paso que los griegos designaban como μετὰ (que viene después).

Y como por historia se entiende tanto el relato mismo de los hechos temporales humanos (los libros de historia) como la realidad procesual de esos hechos (la realidad histórica misma que luego es relatada o contada), para unos la Metahistoria se reduce a los elementos lingüísticos y culturales subtendidos en los relatos históricos; y para otros, la Metahistoria está constituida por principios y fundamentos que dirigen la realidad histórica. La primera faena es propia de una Epistemología de la historia. La segunda, de una Ontología o Metafísica de la historia.

En la actualidad hay una porción de investigadores que se consuelan reductivamente identificando la Metahistoria con el conjunto de categorías lingüísticas y culturales que se precisan para contar historias (véase: Hayden White  Metahistoria. La imaginación histórica en el siglo XIX, 1973). Pero desde la Edad Moderna la Metahistoria ha sido más ontológica, más implicada en la realidad histórica como tal.

Está claro que, en una perspectiva horizontal, lo que viene después de la historia es la cesación misma de la historia, por lo tanto, nada.  Pero en una perspectiva vertical, quizás la historia esté fundada por un acto que la trasciende y la lleva a un cierto fin: la historia tendría propiedades, principios y causas que no afloran empíricamente en los sucesos temporales, pero que actúan y dirigen el curso histórico. Ciertamente ese fin y aquellos principios quedan velados a una primera mirada. Y el investigador se afana, después de indagar los hechos conectados históricamente, por encontrar el sentido de todos ellos, un fundamento o una motivación que los explique en su globalidad: un fin que anidaría en el seno de la historia y que la arrebataría más allá (μετὰ) de su desarrollo empírico. Es la Metahistoria. Continuar leyendo

Revolución e historia: la utopía como rapto del futuro

Ferdinand-Victor-Eugène Delacroix (1798-1863): “La libertad guiando al pueblo”. Representa una escena del 28 de julio de 1830 en la que el pueblo de París levantó barricadas, oponiéndose a los decretos que el rey francés había dado para suprimir el parlamento y restringir la libertad de prensa. La libertad es una figura alegórica, pero real. A sus pies un moribundo la mira fijamente, convencido de que ha luchado por ella. La revolución, en cualquier caso, deja tras de sí un reguero de muertos, como ocurrió en 1792.

Ferdinand-Victor-Eugène Delacroix (1798-1863): “La libertad guiando al pueblo”. Representa una escena del 28 de julio de 1830 en la que el pueblo de París levantó barricadas, oponiéndose a los decretos que el rey francés había dado para suprimir el parlamento y restringir la libertad de prensa. La libertad es una figura alegórica, pero real. A sus pies un moribundo la mira fijamente, convencido de que ha luchado por ella. La revolución, en cualquier caso, deja tras de sí un reguero de muertos, como ocurrió en 1792.

 1. Revolución para «mejorar» al hombre

Cuando se habla de «revolución» acuden a la mente dos fechas que abarcan en Europa un período excepcional: 1789-1792. Revo­lución significó entonces liberación, entendida como superación de una injusticia que estaba encarnada en la tiranía, en el feu­dalismo, en la servidumbre, en la pobreza y en la privación de de­rechos.

Como la injusticia se define con unos criterios morales, cabría haber esperado que la Revolución implantara inmediatamente ins­tituciones jurídicas rectas. Sin embargo, la luz del criterio moral de la justicia no fue lo que guió totalmente la Revolución desenca­denada entonces en Francia.

Es cierto que con esa Revolución llegó el acontecimiento fun­damental europeo de la democracia. Pero su adquisición costó de­masiado: dos millones de muertos –de una población francesa de 27 millones de habitantes– y la desestabilización de un Continente que aún no ha encontrado su equilibrio.

La Revolución Francesa tuvo como preámbulo la Revolución Americana (1770) con su declaración de independencia[1]. Ésta fué vista desde Europa como un triunfo de las ideas de los ilustrados. Pero la Revolución Americana fue más política que social o eco­nómica: culminaba en una Constitución y una Declaración política de libertades y derechos humanos (1776).

La Revolución Francesa es un período que, teniendo como ob­jetivo la liberación, comenzó (1789) realizando una transforma­ción de la sociedad por el derecho[2] (suprimiendo un derecho in­justo y creando instituciones justas), para desembocar (1792) en una utopía racionalista que culminó en el Terror, un estadio al servicio de la liberación total del hombre. Quería inicialmente lograr un «hombre mejor», pero acabó deseando realizar «otro» hombre. Continuar leyendo

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