Sección: 5.3. Decir la historia

La historia como ciencia, según Vico

La portada que adorna las ediciones "Principj di Scienza Nuova" (1730 y 1744) de Giambattista Vico, muestra un haz de luz cuyos rayos de colores se comparan con las diversas ciencias.

La portada que adorna las ediciones «Principj di Scienza Nuova» (1730 y 1744) de Giambattista Vico, muestra un haz de luz cuyos rayos se comparan con las diversas ciencias.

 Carácter científico de la historia

Para Vico, el hombre tiene perfecto conocimiento de algo cuando construye mentalmente el sistema de sus no­tas y relaciones: hacer una cosa es el criterio más claro de la verdad de esa cosa. El relojero que cons­truye un reloj hace la verdad íntegra de ese reloj. En tal sentido dice Vico que “lo verdadero es lo hecho”: verum ipsum factum. Pero, ¿puede el hombre cono­cer constructivamente todas las cosas? Sólo aquellas cuyos elementos se encuentren en su mente[1]. Aun­que sea restrictivamente, la clave que nos permite descubrir el carácter científico de una disciplina es el principio verumfactum, el cual responde a la capa­cidad de poseer críticamente la verdad del objeto.

Siguiendo este criterio, aparecen tres planos de objetos: uno matemático o geométrico, que es ideal, donde el espíritu humano es plenamente sabedor, pues puede producir creadoramente; otro, físico, el de la naturaleza real, en el que no puede construir plenamente y del que, por lo tanto, no hay ciencia estricta; otro, en fin, cultural, el de las producciones históricas, que son también reales, pero que, por su carácter social y por estar hechas creadoramente por el hombre, no están tan alejadas del conocimiento pleno como las naturalezas físicas.

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Lo verdadero es lo hecho, según Vico

Juan Bautista Vico (1668-1744). Escribió: Principi d'una scienza nuova intorno alla natura delle nazioni (1725); De nostri temporis studiorum ratione (1708); De antiquissima Italorum sapientia (1710); De universi iuris uno principio et fine uno, (1720).

Juan Bautista Vico (1668-1744). Escribió: Principi d’una scienza nuova intorno alla natura delle nazioni (1725); De nostri temporis studiorum ratione (1708); De antiquissima Italorum sapientia (1710); De universi iuris uno principio et fine uno, (1720).

El ingenio y la verdad

Según Vico, el ingenio es la capacidad que el hombre tiene de interpretar el mundo y su relación con él en un sistema de unida­des significativas, para determinar el puesto que las cosas tienen. Por ello, cada nivel sapiencial exige in­genio, facultad inventiva de conocer lo nuevo, de buscar y reconstruir la verdad. Se trata del aspecto creador de la mente: su acto es un hacer (facere). Su función consiste en recoger elementos diversos y heterogé­neos para reunirlos y construir un todo. De ahí que sea la capacidad sintética y constructiva de la mente. Y se despliega en dos órdenes: precientífico y cientí­fico. En el primero, imaginativo y espontáneo, es la capacidad de buscar y reconstruir la verdad que existe en la forma singular aprehendida por los sen­tidos; o sea, conoce lo verdadero (verum) espontáneamente, antes de todo raciocinio, adscribiéndose a los momentos en que preponderan la memoria y la fantasía; es, pues, aquí una facultad operadora de las artes y de los ex­perimentos en su fase espontánea. En el segundo, ra­cional y reflexivo, es la capacidad de buscar y re­construir la verdad que existe en forma general aprehendida por la razón; o sea, conoce lo verdadero críticamente; es el momento energético del racioci­nio y da lugar a las ciencias y los experimentos en su fase refleja. El ingenio es la función que el espíritu tiene de hallar y ordenar estructuralmente las co­nexiones entre las cosas, comenzando en el nivel sensible de la fantasía y culminando en el nivel in­teligible de la razón. Pero genéticamente el ingenio es antes sensible que inteligible; aunque en sí misma sea una facultad trascendida por el espíritu. (Véase:  Juan Cruz Cruz, Hombre e historia en Vico, Pamplona, Eunsa, 1982, 144-150).

Veamos a continuación el aspecto energético o constructivo del ingenio en su nivel reflexivo. Continuar leyendo

La verdad en el juicio histórico

Ferdinand-Victor-Eugène Delacroix (1798-1863): “La libertad guiando al pueblo”. Representa una escena del 28 de julio de 1830 en la que el pueblo de París levantó barricadas, oponiéndose a los decretos que el rey francés había dado para suprimir el parlamento y restringir la libertad de prensa. La libertad es una figura alegórica, pero real. A sus pies un moribundo la mira fijamente, convencido de que ha luchado por ella. La revolución, en cualquier caso, deja tras de sí un reguero de muertos, como ocurrió en 1792.

Ferdinand-Victor-Eugène Delacroix (1798-1863): “La libertad guiando al pueblo”. Representa una escena del 28 de julio de 1830 en la que el pueblo de París levantó barricadas, oponiéndose a los decretos que el rey francés había dado para suprimir el parlamento y restringir la libertad de prensa. La libertad es una figura alegórica, pero real. A sus pies un moribundo la mira fijamente, convencido de que ha luchado por ella. La revolución, en cualquier caso, deja tras de sí un reguero de muertos, como ocurrió en 1792.

1. El juicio histórico: su verdad

La historia es siempre perfectible: continuamente inserta co­rrecciones en los hechos que son probables y señala nuevas cir­cunstancias. Cada hecho individual ha surgido de un ambiente es­piritual y social en que los individuos viven, a saber, del “estilo de vida” (intrahistoria, espíritu objetivo), por cuya virtualidad se co­munican y manifiestan los hombres. A su vez, el hecho remoto re­cogido por un historiador actual queda automáticamente tamizado por el “estilo de vida” en que vive. Esa tamización debe corregirse con la investigación, con el método riguroso, con la observación y la crítica. La comprensión histórica ha de aspirar a un grado nece­sario de exactitud: la suficiente para restituir aquel hecho a su in­trahistoria propia, a su estilo de vida original. Esa es, en parte, la explicación histórica: encuadra el hecho en su propio ambiente humano, indicando procedencia u origen. Y como cada testimonio refleja un lado o aspecto particular de su ambiente, el historiador ha de reconstruir, con un número suficiente de testimonios, una visión total del pasado, haciéndose, sólo por la inteligencia, con­temporáneo de lo que pretende conocer. El contacto con un se­gundo testimonio posibilitará una mejor comprensión del primero; y cada uno de los siguientes hará más inteligible la significación espiritual única de todos ellos: todos se verán surgir de un estilo de vida propio. Con todo, el relato histórico será un conocimiento aproximativo: no falso, pero sí inadecuado, susceptible de aumen­tar su convergencia hacia la realidad pasada.

De ahí que, desde el punto de vista gnoseológico, el juicio his­tórico carezca de una certeza metafísica o física: tiene sólo una certeza moral, la cual se refiere a los hechos libres del hombre[1]. Lograr esta certeza no es imposible, pues considerando las cos­tumbres, las inclinaciones, las necesidades y las circunstancias que acompañan al acto libre se puede obtener un carácter común. Y aunque el carácter más cierto de los actos libres es la contingencia que tienen en la misma operación, es claro que una vez puesto o realizado el acto, éste tiene la necesidad de estar fijado (una “necesidad hipotética”, decían los clásicos), la cual es suficiente para lograr un conocimiento cierto, como enseguida veremos. Continuar leyendo

El problema de las leyes históricas y la periodización

Tiziano Vacellio (1477-1576): Alegoría del tiempo. Un contraste de luces y sombras relata la inscripción latina que aparece bordeando las cabezas, y que quiere decir: "Del pasado al presente hay que actuar con prudencia para no dañar la acción futura". Se trata de una alegoría del Tiempo gobernado por la Prudencia del anciano. Las tres cabezas humanas manifiestan las tres edades del hombre, asociadas con tres cabezas de animales, símbolos respectivos de la memoria (el lobo devorador del pasado), la inteligencia (el león que se agita en el presen te) y la providencia (el perro que se apacigua en la esperanza del futuro). El cuadro parte de la penumbra del pasado o vejez, sigue en la luminosa transparencia del presente o madurez y resplandece con la luz del futuro o juventud.

Tiziano Vacellio (1477-1576): Alegoría del tiempo. Un contraste de luces y sombras relata la inscripción latina que aparece bordeando las cabezas, y que quiere decir: «Del pasado al presente hay que actuar con prudencia para no dañar la acción futura». Se trata de una alegoría del Tiempo gobernado por la Prudencia del anciano. Las tres cabezas humanas manifiestan las tres edades del hombre, asociadas con tres cabezas de animales, símbolos respectivos de la memoria (el lobo devorador del pasado), la inteligencia (el león que se agita en el presen te) y la providencia (el perro que se apacigua en la esperanza del futuro). El cuadro parte de la penumbra del pasado o vejez, sigue en la luminosa transparencia del presente o madurez y resplandece con la luz del futuro o juventud.

1. Presunción de una ley absoluta

En el hecho histórico se encuentran factores antropo­lógicos y sociológicos que limitan las preten­siones de quienes –como Hegel– construyen la historia de una manera ab­so­luta e inmanente: esos factores impiden que la historia se desarrolle conforme a leyes propias de un «modelo ab­soluto» o apriórico. Porque el factor más decisivo es la libertad huma­na.

¿Qué elementos fundamentales poseería un modelo absoluto que se decla­rase como disciplina filosófica y cientí­fica? Debería tener, en primer lugar, un ob­jeto determi­nado, pues sin objeto no hay disciplina; en segundo lugar, unos principios cier­tos y eviden­tes que garanticen unas conclusiones legítimas y cla­ras.

El objeto, para un modelo absoluto, sería la determina­ción de las leyes o ra­zones fundamentales de todas las vicisitudes históricas que se mostraran en el pa­sado, en el presente y en el porvenir. Los princi­pios que podrían guiarnos con certeza a determinar esa ley general de las trans­forma­ciones sólo los podríamos sacar del conocimiento de las conexiones de la li­bertad en el tiempo. Úni­camente en­tonces se definirían con seguridad los fines del nacimiento, de la elevación y de la decadencia de las dife­rentes naciones. Dicho de otro modo, el único criterio por el que se podría conocer con seguridad la ley del movimiento histórico –en su pasado, en su presente y en su futuro– sería la li­bertad indi­vidual, si ésta nos diese su secreto. De no poder lograr sus conexiones, es imposible hallar una ley o un fin universales.

Pero, ¿es posible conocer a priori las conexiones de la libertad individual en el tiempo? Se trata de la libertad. Y la única vía posible para hallar esas co­nexiones es la observación; y no una ob­servación cualquiera, sino una observa­ción que debe ser exacta y completa de los hechos históricos (propiamente li­bres). De esta exacta y com­pleta observación podríamos llegar a una generali­zación racional de estos hechos, en la que se decantasen los principios referen­tes al objeto apuntado. Pero ocurre que esta observación no podría ser exacta ni completa. Continuar leyendo

Propedéutica del juicio histórico

Antonio Gisbert (1835-1902): "El fusilamiento de Torrijos en 1831". El cuadro es una proclama en defensa de la libertad frente al autoritarismo. El General Torrijos, militar liberal español y combatiente en la Guerra de Independencia española, fue exiliado, perseguido y traicionado, hasta su fusilamiento. Hábil composición de 1880, caracterizada con innumerables testimonios, que muestra las sensaciones a través de los gestos de los personajes.

Antonio Gisbert (1835-1902): «El fusilamiento de Torrijos en 1831». El cuadro es una proclama en defensa de la libertad frente al autoritarismo. El General Torrijos, militar liberal español y combatiente en la Guerra de Independencia española, fue exiliado, perseguido y traicionado, hasta su fusilamiento. Hábil composición de 1880, caracterizada con innumerables testimonios, que muestra las sensaciones a través de los gestos de los personajes.

1. El juicio histórico: su presupuesto

El hombre posee el don especial de comunicar sus pensamientos y senti­mientos objetivándolos en el mundo y dotándolos de una forma relativamente sólida y permanente: en lo oral, en lo escrito, en lo monumental. Así constituye también la cultura objetiva: los instrumentos de la técnica y las obras de arte. En la medida en que cada forma petrificada y estática de la cultura encierra el rasgo de un impulso original se llama «testimonio». Un pasado que no ha dejado traza alguna no existe para el historiador.

El testimonio dado por testigos veraces es el presupuesto del juicio histórico.

Los hechos históricos, por ser pretéritos, no son observados di­rectamente por el investigador. La inteligencia humana es esen­cialmente limitada y no puede conocer por sí misma, de modo di­recto e inmediato, muchos objetos, y menos los pasados: lo que fue vivido por el hombre está separado del historiador por una distan­cia temporal. Lo pasado ha de ser conocido, pues, bien en el ves­tigio –huella del pasado que no fue destinada a transmitir su re­cuerdo a la posteridad– o bien en el estricto testimonio, dejado ex­presamente para informar a los tiem­pos posteriores. La intenciónque el vestigio (una joya, un arma, una estatua) tuvo de no trans­mitir al futuro un significado es irrelevante para la historia, por­que todo él testifica tanto como el testimonio escrito en crónicas, ins­cripciones y arcos de triunfo. La historia no se hace sólo con tex­tos; también con monumen­tos y piezas de alfarero, con relieves y desechos, con todo lo que, supliendo el silencio de los textos, pueda testimoniar el pasado real del hombre. La historia versa so­bre la realidad concreta e individual, pero sólo en cuanto es cono­cida por testificación, pues no puede ser percibida en una expe­riencia actual. Continuar leyendo

Historia y narración

Léon Maxime Faivre (1856-1914): “La muerte de la princesa de Lamballe” (1908). Con un clasicismo modernizado retrata los inicios del “Terror” de la Francia revolucionaria de 1792. María Teresa de Saboya fue cruelmente asesinada: sus verdugos se encarnizaron con su cuerpo; algunos mojaron pan en su sangre, antes de decapitarla. Muchos siguen entendiendo aquellas salvajadas como signos de la libertad.

Léon Maxime Faivre (1856-1914): “La muerte de la princesa de Lamballe” (1908). Con un clasicismo modernizado retrata los inicios del “Terror” de la Francia revolucionaria de 1792. María Teresa de Saboya fue cruelmente asesinada: sus verdugos se encarnizaron con su cuerpo; algunos mojaron pan en su sangre, antes de decapitarla. Muchos siguen entendiendo aquellas salvajadas como signos de la libertad.

¿QUÉ SIGNIFICA NARRAR?

Propongo dos reflexiones sobre cuestiones epistemológicas acerca de la historia como narración, suponiendo la historia como realidad.

La primera trata de la narración formalmente histórica. Y la segunda enfoca la objetividad del conocimiento histórico.

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a)   El discurso conectivo

1. Antes de empezar una reflexión sobre la naturaleza de la narración, voy a poner ante vuestra consideración dos páginas de las Memoires d’Outre-Tombe, obra escrita por Chateaubriand[1]. En una de ellas indica el acontecimiento sórdido del 14 de julio de 1789, cuando unos exaltados penetran en la Bastilla, donde había unos pocos detenidos, pero no una guarnición militar defensiva, y ejecutan salvajemente al gobernador. Ese mismo día por la tarde Luis XVI  escribe en su Diario: “Rien á signaler”, nada que destacar. Luego, en otra página, Chateaubriand evoca la fuerza simbólica de ese acontecimiento, en el que todo un pueblo ha tomado conciencia de que el absolutismo regio ha muerto definitivamente. O sea, la toma de la Bastilla reviste el valor de un acontecimiento fundador, a cuyo través se cuenta la historia. Lo cual significa que si bien la historia contada es una narración de cosas verdaderas y no es un caos informe de hechos, el relato mismo entraña una interpretación, un acto hermenéutico referido al acontecimiento. Continuar leyendo

El juicio histórico y su lógica interna

 

Francisco de Goya (1746-1828): “Carga de los Mamelucos”. El 2 de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se levanta enfurecido contra los mamelucos (traidos por Napoleón de Egipto). La dureza de la escena será representada por Goya en su cuadro, que es ya un juicio histórico verídico, además de una magnífica obra de arte.

Francisco de Goya (1746-1828): “Carga de los Mamelucos”. El 2 de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se levanta enfurecido contra los mamelucos (traidos por Napoleón de Egipto). La dureza de la escena será representada por Goya en su cuadro, que es ya un juicio histórico verídico, además de una magnífica obra de arte.

1. El juicio histórico: su naturaleza

Existe una notable diferencia entre el «juicio de autoridad» –el expresado a través de testimonios y testigos– y el «juicio histórico» que de­fine formalmente al historia­dor. El juicio histórico ha de ser un «saber de conclusiones», un saber terminal, no meramente prope­déutico, como es el «juicio de autoridad», cuya fuerza es buscada por las ciencias metodológicas (heurística, crítica, hermenéutica). El excesivo crecimiento de éstas –que operan por clasificaciones y búsquedas mi­nuciosas– puede entorpecer el saber histórico es­tricto, compuesto de enuncia­bles que afirman o niegan algo del pa­sado. Tras la metodología previa de los instrumentos del saber, ha de venir la interpretación efectiva de un hecho hu­mano pretérito, que enuncie categóricamente en un juicio: «sucedió así».

La simple filología puede hacer perder una incalculable canti­dad de esfuerzo y trabajo sobre toneladas de documentos, con un rendimiento histórico escaso. No es todavía «historiador» el que simplemente es laborioso y se afana en los archivos. La determi­nación de la autenticidad y de la veracidad de documentos y testi­gos constituye, para el historiador, una labor preparatoria, un mero análi­sis de los hechos aislados o extraídos del fluir histórico. Pero aislar es abstraer. Hay que devolver el hecho a la totalidad, pues de otro modo carecería de sen­tido: hay que reconstituir o reconstruir la totalidad: «Si conocemos todos los he­chos –dice Cassirer– en su orden cronológico tendremos un esquema general y un esqueleto de historia pero no poseeremos su vida real. Ahora bien, el tema general y la meta última del conocimiento histórico es una com­prensión de la vida humana»[1]. De la vida humana pasada, claro es. Continuar leyendo

El genio de la historia: un libro de Gerónimo de San José (s. XVII)

Francisco de Goya: "La Verdad, el Tiempo y la Historia" (hacia 1800). La Verdad viene hacia el presente traída por un anciano que porta un reloj de arena, el Tiempo, siendo registrada por la calmosa Historia mediante la escritura. Toda la composición confluye en la parte central del cuadro, ocupada por una refulgente figura femenina, la Verdad.

Francisco de Goya: «La Verdad, el Tiempo y la Historia» (hacia 1800). La Verdad viene hacia el presente traída por un anciano que porta un reloj de arena, el Tiempo, siendo registrada por la calmosa Historia mediante la escritura. Toda la composición confluye en la parte central del cuadro, ocupada por una refulgente figura femenina, la Verdad.

La historia como narración

El término narratividad está presente no sólo en las formas comunes de la literatura (y así se habla, por ejemplo, de la narrativa del romanticismo, del realismo, del simbolismo, etc.), sino en los modos o métodos de las ciencias humanas más o menos próximas a la filosofía, como la psicología, la sociología y la psiquiatría[1].

No es mi intención iniciar una navegación en torno a las distintas islas de este archipiélago de la narratividad. Quiero anclarme en un antiguo islote casi patrimonial, titulado Genio de la historia, un libro de historiología, escrito en 1650[2] por el aragonés Gerónimo de San José Ezquerra de Rozas (1589-1669). Resaltaré algunas tesis suyas, para reflexionar sobre el alcance veritativo de la narratividad en historia, recordando algunos de los principales indicadores metódicos de una obra que, tras las huellas de Luis Vives[3], puede considerarse clásica en la materia.

En ella se dice que historia, en su más amplia y universal acepción, es “cualquier narración de algún suceso o cosa. De suerte que ora sea la narración hablada, escrita o significada […], o en otra cualquier manera, como sea finalmente narración, será, en este sentido y acepción, historia[4].  Advierto que ya en tiempos de este autor se usaba en el lenguaje castellano la palabra “suceso” –implicado en esa definición de historia– para significar el transcurso o discurso del tiempo. No habría historia sin tiempo.

Acerca de esa definición, he de adelantar en primer lugar que la narración ha venido a ser el centro de atención de muchos contemporáneos que piensan la historia. Ya Ortega lo utilizó varias veces, por ejemplo en Historia como sistema. Y más recientemente Ricoeur en Historia y relato[5], entre otros muchos. Sin saberlo,  todos ellos coinciden con el aragonés en que la historia es narración; y narrar es contar un suceso, real o imaginario, de manera oral o escrita o significada[6]. Narrar es referir de la manera que sea una sucesión de hechos que se producen a lo largo de un tiempo determinado. Continuar leyendo

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