Sección: 5.1. Historicidad humana (página 3 de 3)

¿Qué significa progresar? El punto de la esperanza

Joseph Mallord William Turner (1775-1851): “El Temerario remolcado al dique seco”. Representa simbólicamente el último viaje de un viejo y glorioso navío de combate hacia el dique seco.  La pintura resalta la oposición entre dos épocas de la navegación: de un lado la forma estilizada y fantasmagórica del velero, de otro lado la pesadez del remolcador a vapor. La tradición y el progreso unidos por el mismo destino.

Joseph Mallord William Turner (1775-1851): “El Temerario remolcado al dique seco”. Representa simbólicamente el último viaje de un viejo y glorioso navío de combate hacia el dique seco. La pintura resalta la oposición entre dos épocas de la navegación: de un lado la forma estilizada y fantasmagórica del velero, de otro lado la pesadez del remolcador a vapor. La tradición y el progreso unidos por el mismo destino.

Tradición y progreso

La tradición es potenciadora de progreso si pervive y dura “dando de sí”, o sea, si contiene valores que exigen tiempo para revelarse.

Cuando decimos que algo –como un navío–  “no da de sí” queremos significar que “no da para más”, que está agotado, que ha llegado a un límite insuperable. Es probable que ese  letargo  se deba a una forma externa deteriorada, no habiendo perdido vigencia los valores  internos que porta. Por lo que es preciso acudir a otro continente  más poderoso que los siga  acarreando.

El auténtico progreso no corta con una tradición que está “dando más de sí”.  Lo que “da de sí” es lo que hay de verdad, de bondad y de belleza en lo real. El progreso hace que esos valores se hagan más actuales, más presentes, hasta el punto de dinamizar el curso individual y social.

Es el auténtico valor el que “está presente” en todo el proceso histórico. De la fuerza y seguridad interna de ese valor depende que su permanencia en el tiempo se cumpla o no. Pero ese cumplimiento no acontece con la necesidad de un proceso cósmico, porque depende de la respuesta libre del hombre en la historia. El progreso no acontece cuando el hombre transforma la fuerza original e interna de ese valor; sino cuando lo deja “dar de sí” progresivamente. El depósito de la tradición no puede seguir siendo el mismo históricamente más que progresando. Es un progreso hacia la identidad: en ello consiste, a mi juicio, la esencia misma del progreso humano. Continuar leyendo

Formas y génesis de la familia

Eugenio Zampighi (1859–1944): “Familia feliz”. Pintó con fuerte colorido especialmente un repertorio de escenas de género campesino, creando una imagen alegre de la vida rural italiana.

Realidad y abstracción de la familia.

La familia no es una abstracción, sino una realidad. Una realidad de un carácter único, que exige un tratamiento científico especial.

Hay un modo de acercarse a la familia que consiste en considerarla como un objeto de estudio puramente cuantitativo y experimental, como una cosa entre las demás cosas del mundo.

Y desde luego, la familia es una cosa; pero no como las demás cosas. En ella se articulan seres humanos, vidas, afanes, decepciones y alegrías. Si uno se acercara como frío investigador a la familia, y comenzara a diseccionarla para ver su anatomía interna, sólo obtendría el esquema limitado de la visión cuantitativa que ha echado sobre ella.

Diría, por ejemplo, cómo se ha extendido la familia hasta el momento por el mundo, qué tipos han existido, cómo se articulan sus relaciones con el todo social. Incluso con ayuda de ordenadores electrónicos podría hacer un estudio que simulara la experiencia de un comunidad de familias durante un largo período. Se construiría primero un modelo estructural de familia y se le irían aplicando luego elementos variables, como índices de natalidad y de mortalidad, duración de las uniones, incidencias socio-económicas, etc. Con ello se determinarían variedades de familia que podrían aparecer en diversas circunstancias.

Parece que estos ensayos sofisticados pueden incluso quedarse cortos a la hora de determinar la variedad de esos grupos domésticos. Porque el carácter indefinido o plástico del hombre es capaz de ocasionar muchas más variaciones, imprevistas para el programador de un ingenio electrónico.

Y lo que es más importante, el ordenador electrónico diría cómo ha sido la familia hasta el momento y cómo puede ser mañana; pero no diría nada acerca de lo que debe ser la familia. Continuar leyendo

La familia como origen

Joaquin Torres García (Uruguay, 1874-1449): “En familia”. El pintor expresa el clasicismo y al arraigo en la tradición mediterránea, priorizando la composición cromática más allá del realismo pictórico, bajo los principios de proporción, unidad y estructura.

La paternidad y el hijo que se espera

 

La “idea ejemplar” de padre humano no incluye que él sea creador absoluto del hijo, sino que acepte al hijo como un don[1], pues la existencia que los padres otorgan pertenece a una corriente ontológica de la que ellos mismos participan. El hijo debe ser esperado por el hombre como un fruto «sorprendente», algo que excede a las fuerzas que los esposos mismos han puesto, pues ellos no tienen el poder externo de formar su organismo: sólo desencadenan un proceso cuya finalidad interna se les escapa[2].

De la unión amorosa íntegra los esposos «esperan» el don del hijo. El lenguaje coloquial español es ilustrativo: en muchos pueblos los esposos dicen que «encargan» el niño; saben que encargarlo o pedirlo no es «ha­cerlo» o «confeccionarlo». La naturaleza dispone que el hijo se haga por sí mismo mediante un «arte» interno, una idea ejemplar interiorizada en el óvulo fecundado. El hijo es «distinto» de ellos mismos, es «el otro». Dis­tinto también de la representación o proyección psicológica que a veces anhelantemente se hacen de él. Sólo si los cónyuges aceptan esta alteridad posible abren para el hijo su primer espacio de libertad: le reconocen la primera libertad de todas, la de vivir dentro del ámbito propio, intangible e intransferible en que se desarrollará como persona. Continuar leyendo

La técnica ya no imita a la naturaleza

El Jerome van Aken, El Bosco (1450?-1516), “Jardín de las delicias”. El pintor muestra el lado tenebroso del ser humano, rodeado de demonios, magos y brujas. Invita a mirar más allá de las imágenes haciaun trasfondo expresado en figuras simbióticas entre hombre y animal, alertando acerca de la quiebra del hombre por una técnica que pretende ser creadora.

Varios autores modernos, como Marcel o Jaspers, han llamado la atención hacia un fenómeno, extremadamente grave, producido en la Edad Moderna y concerniente a una forma de la razón práctica, a saber, aquélla que establece la objetivación tecnológica del mundo.

Como es sabido, la razón práctica referida a lo factible –a las obras que hacemos en el mundo– fue llamada por los medievales arte (tékhne por los griegos), habitud que se diferencia del comportamiento natural; pues natural es lo que surge a partir de lo que ya está ahí, sin colaboración humana alguna, mientras que el arte es la producción intencional de algo por obra del hombre.

El arte era para un antiguo o un medieval imitación de la naturaleza. La proposición de que “el arte imita a la naturaleza” era entendida en un sentido muy preciso. Sólo en las cosas que pueden hacerse por el arte y por la naturaleza, el arte imita a la naturaleza: pues si un sujeto enferma por causa de un elemento frío, la naturaleza lo sana calentándolo; y por tanto, también el médico, si lo ha de curar, lo sanará calentándolo.

Pero en su esfuerzo imitativo el arte tan sólo alcanzaba a realizar objetos de una esfera muy limitada. En sentido absoluto es el arte lo ontológicamente deficiente respecto a la operación de la naturaleza: ésta otorga la forma sustancial, cosa que no puede hacer el arte, porque todas las formas artificiales son accidentales; a lo sumo el arte aplica un agente estricto natural a la materia misma natural, como el fuego al combustible. Lo vinculante e importante era lo que existía ya desde siempre por obra de la naturaleza, lo envidiablemente imitable, lo susceptible de mímesis. La naturaleza era una entidad independiente, a la que el hombre obedece en gran medida, no sólo para obtener los frutos de su subsistencia, sino para lograr el ejemplar de las cosas factibles. Dicho de otro modo, el objeto factible nunca era completamente técnico, pues había mucho comportamiento natural en su seno. Lo cual significa que el arte era imitación cuando es capaz de repristinar en su propia operación los modos de la naturaleza misma.

En cambio, durante la Edad Moderna el quehacer técnico deja de ser imitación de la naturaleza y pretende la originalidad de las obras hechas por el hombre. El objeto factible es tecno-lógico, o sea: su logos, su esencia viene dada por la técnica. La naturaleza misma viene a ser un objeto de explotación. Por objetivación tecnológica no entiende el simple cálculo de aquellos procesos naturales que se realizan sin nuestra intervención, como los movimientos de los astros; más bien, la objetivación tecnológica consiste en producir artificialmente procesos naturales, conociendo previamente las condiciones y las leyes que los obligan a discurrir conforme al fin que el hombre se ha propuesto.

El hombre deja de ser paulatinamente hijo de la naturaleza; y el objeto técnico abandona su antigua impregnación natural.

Véase: La técnica frente a la naturaleza

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