Sección: 4.1. Unión interpersonal

Nietzsche, detrás de las máscaras

 

Ensor: "Las máscaras y la muerte".1897, óleo sobre lienzo,79×100 cm. Musée d´Art Moderne, Luik. Uno de los más clásicos y representativos cuadros.

Ensor: «Las máscaras y la muerte».1897, óleo sobre lienzo, Musée d´Art Moderne, Luik. Uno de los más clásicos y representativos cuadros.

1. Desenmascaramiento y censura.

Desde los supuestos filosóficos del nihilismo Nietzsche emprende un obstinado proceso de desenmascaramiento. Desenmascaramiento de toda existencia juzgada por él como inauténtica: la que se agota en el aspecto, en el papel de personalidad que el hombre ‑con la carga de su propio pa­sado‑ mantiene frente al mundo. Pero Nietzsche «no nos enseña el ca­mino, ni nos enseña una creencia, ni nos coloca en un terreno sólido. Más bien no nos deja lugar a reposo, nos atormenta incansablemente, nos ex­pulsa de todos los albergues donde buscamos refugio, rasga todo dis­fraz»[1].

Pero esa censura posee una estructura específica, cuyos elementos conviene detectar. Nietzsche se sitúa siempre más allá de todo posible contenido de la individualidad, más allá del bien y del mal. Y en cuanto que el bien y el mal son contenidos de una individualidad, Nietzsche ofrece la antítesis de la moralidad.

La moral es sustituída por los principios del superhombre. «Todos los dioses han muerto, queremos que viva el superhombre; ¡sea ésta nuestra última voluntad al filo del gran mediodía!»[2]. ¿Qué significa este super­hombre? ¿Será una posición determinada de contenido individual, de suerte que una vez arrancada la máscara del hombre normal quedara una individualidad valiosa por debajo de ella? De ningún modo. Simplemente el superhombre es la expresión de la antítesis; desde la antítesis, la moral es considerada como un fetichismo. Nietzsche cumple así una función positiva al suprimir todos los tópicos morales que han sido el refugio du­rante generaciones de nuestra vida occidental. Lo terrible del caso es que con este desenmascaramiento de las formas tópicas de moralidad Nietzsche hace naufragar también la auténtica moral vivida desde una in­timidad que reflexivamente reconoce principios no meramente sociales, no simplemente sobreimpuestos, sino que requieren al hombre por en­cima de lo social y de lo individual.

La antítesis nietzscheana presenta dos vertientes, que son como la cara y la cruz de una misma moneda; expresan los dos aspectos, externo e in­terno, de su vivencia, en la medida en que es denuncia de la máscara. Por su lado ex­terno, la antítesis nietzscheana connota la erradicación de los contenidos sociales de la máscara. Por su lado interno, connota la supre­sión del pesimismo con que la máscara siente sus contenidos.

Continuar leyendo

Recordar y olvidar

Gustvo Doré: Las almas se lavan de sus recuerdos en el río Leteo, el afluente del olvido.

Gustvo Doré: Las almas se lavan de sus recuerdos en el río Lete (griego Λήθη, olvido). Platón, al final de su libro «República», narra el mito de Er: en él cuenta que los muertos llegan a la «llanura del Lete» u olvido.

Principales teorías filosóficas de la memoria

¿Existen algunas claves que permitan enfocar, no sólo desde un punto de vista psicológico, sino también moral, los actos de memoria y olvido?

Para contextualizar metódicamente el núcleo de esta pregunta, me adelanto a mencionar las dos teorías clásicas que, a mi juicio, son las más representativas del occidente europeo acerca de  la memoria y el olvido: la del realismo ontológico y la del hiperrealismo metafísico.

Ambas teorías tienen a sus espaldas una correspondiente y venerable tradición literaria, con grandes autores.La explicación del realismo ontológico es, en el fondo, experimental: considera que la memoria es la capacidad de evocar y retener representaciones y sentimientos que se fraguaron paulatinamente en un tiempo pasado, a lo largo de la vida individual. El olvido sería la pérdida o el cese de esa retención. Sus explicaciones se construyen sobre la base de las aportaciones de la psicología, de la neurofisiología, y de otras ciencias conectadas con estas. Tal dirección explicativa se puede encontrar en la tradición aristotélica[1], muy extendida en la Edad Media y en el Siglo de Oro[2]. Su razón de ser está identificada en la relación sustancial de alma y cuerpo.

En segundo lugar está la concepción del hiperrealismo metafísico; para esta teoría, el olvido no está ligado a partes o contenidos de la experiencia humana, sino a la vida en su totalidad. Encontramos esta dirección en la tradición platónica y gnóstica: el alma humana estaría habitando el cuerpo en el modo de olvido y cautividad[3]: su forma originaria habría sido perdida por una culpa moral. El mundo y el propio cuerpo serían una terra oblivionis[4]. Así fue vista también por Plotino y por San Agustín. En algunas corrientes de la filosofía contemporánea los términos de memoria y olvido conservan un significado ligado a esa tradición metafísica; y a mi modo de ver, tal es el caso de Heidegger[5]. Este pensador ha dicho reiteradamente que Occidente ha creído hablar del ser, cuando en realidad se ha dedicado a hablar del ente. Se ha producido un “olvido del ser”[6], una desmemoria que radica en la esencia misma del ser y de la metafísica occidental.

Continuar leyendo

Serenidad

Franciso de Goya (1746- 1828): "El Quitasol". “scena costumbrista dentro del ambiente del pueblo: una jovencita vestida a la moda francesa, sentada en un ribazo, y un criado vestido de “majo” acompaña a la mujer haciéndole sombra con un quitasol. Goya hay resalta con espontaneidad, realismo y naturalidad la expresión de una serenidad alegre. El estudio lumínico situa el rostro de la dama en el centro der la composición. La matizada difusión del a luz sombreada en el rosotro del aj oven están resueltos para expresar serenidad.

Franciso de Goya (1746-1828): «El Quitasol». Escena costumbrista: una jovencita vestida a la moda francesa está sentada en un ribazo, y un criado vestido de “majo” acompaña a la mujer haciéndole sombra con un quitasol. Goya hace resaltar con realismo y naturalidad la expresión de una serenidad alegre: procurada por la matizada difusión del la luz sombreada en el rostro de la joven.

Doble conexión del hombre con el futuro

La filosofía moderna ha insistido en que para comprender al hombre debemos contar con que su vida está determinada internamente por una referencia al tiem­po y, especialmente, al futuro. De modo que un instante singular y con­creto no es un punto cerrado, sino que está determinado por una tensión temporal: se puede decir que estamos más en el futuro que en el presente. El tiempo es fugaz, claro está: pero en su estricta realidad anida también un don precioso, una oportunidad que el hombre ha de aprove­char en todas sus actividades. La actitud profunda del hombre que encara atinadamente esa futurición y el don que la habita se llama serenidad[1].

Tra­bajamos en el presente para el futuro; cambiamos nuestras circunstancias externas de vida, y con ellas transfor­mamos también  interna­mente nuestra personalidad.

Ahora bien, ese paso de futurición es cada vez más ligero por el papel que cumple en nuestra vida laboral la técnica mo­derna, la cual hace que el tiempo se despliegue con más apremio y celeridad. Este tiempo podría considerarse como una línea horizontal que no conoce ni puntos de parada naturales ni una arti­culación rítmica en sí mismo; corre sin hacer pau­sas; su marcha excitante siempre se apresura más, y con­duce a la preci­pitación de la moderna existencia civiliza­da, que tiene un efecto agotador en el hombre. Sufrimos bajo este ago­tamiento; y pre­guntamos: ¿es inevitable este proceso? ¿Está el hombre entre­gado completamente a la temporalidad evanescente que acaba­mos de mencionar y que parece no tener otra salida, salvo la de correr sin término?

A propósito de esta línea temporal de marcha acelera­da, que parece cons­tituir para muchos contemporáneos lo específica­mente humano, pregunto: ¿no exis­ten acaso en el transcurso implaca­ble del tiempo evanescente puntos de parada naturales, incisio­nes que posibiliten una arti­culación rítmica del acontecer y que respon­dan a la verdad de nuestra vida, pues no toda ella se pierde en el devenir temporal?  Es decir, ¿existe un momento espe­cial que corte en vertical ese “tiempo asfixiante” y posibilite una apertura a dimensiones humanas que, aun corriendo hacia ade­lante, no se deshagan en el tiempo mismo? Continuar leyendo

Dar y agradecer: el eje interpersonal de la intimidad

Detalles figurativos en un sarcófago etrusco de una pareja casada, conocido como el de “los esposos”. (Museo de la Villa Giulia en Roma). Data del siglo VI a.C. En su actitud cariñosa sorprende la figuración de un amor que mira hacia un futuro  eterno.

Detalles figurativos en un sarcófago etrusco de una pareja casada, conocido como el de “los esposos”. (Museo de la Villa Giulia en Roma). Data del siglo VI a.C. En su actitud cariñosa sorprende la figuración de un amor que mira hacia un futuro eterno.

Los fenómenos del “dar” y del “agradecer” vienen a ser como polos de un eje que atraviesa el movimiento intersubjetivo de la intimidad y, por su fuerza atractiva, condensa las demás actitudes intersubjetivas, sirviéndoles de foco referencial, y acreditando la originalidad y la mismidad individual.

Sin forzar la metáfora, puede considerarse la intimidad del ser humano como un enigmático sistema cristalino, cuyo eje de simetría es una línea que pasa a través del cristal. Los sistemas cristalinos se caracterizan por la longitud y posición de sus ejes. Cuando el cristal realiza un giro, ocurre que el mismo aspecto se repite dos o más veces alrededor de la citada línea.

También cada intimidad, en su aspecto intersubjetivo, se caracteriza por la longitud y posición de su eje psicológico, cuyos polos son el dar y el agradecer, y a su alrededor se cuajan las actitudes fundamentales de la vida espiritual orientadas intersubjetivamente.

El crecimiento o la mengua de la intimidad humana está en manos del propio yo humano que da y agradece. De hecho hay actitudes intersubjetivas básicas que –como el amor, la fidelidad, el respeto, la veracidad, la serenidad, el dar, la gratitud, la vergüenza– robustecen la interioridad humana. Otras actitudes contrarias–como el odio, la infidelidad, la procacidad– la debilitan e incluso la anulan.

Los temas indicados expresan actitudes fundamentales de la intimidad, sean cuales fueren los lazos corporales y espirituales que entrañen y las distancias psicológicas que mantengan respecto a las otras personas. El libro que presento se ocupa de estos temas.

Persona y Sexualidad

René Magritte (1928): "Los amantes"

René Magritte (1928): «Los amantes». Dos personas –hombre y mujer–, cubiertas sus cabezas y caras con velos, se besan juntando los rostros. Su amor no es secreto. Más bien, Magritte representa el secreto de su unión. Las sensaciones de los protagonistas se reabsorben en las profundidades del amor.

Los orígenes modernos del debate sobre el amor tienen sus referentes en Jacobi, Kant, Fichte y Hegel. Estos autores postulan, en diálogo con la Ilustración, una personalización de la sexualidad en el matrimonio y exponen una tipología de los sexos, recogida también por los defensores del amor romántico, como Schlegel y Schleiermacher.
En esa tipología resalta la feminización del amor y la masculinización del matrimonio, categorías que pretendo explicar en este libro.
Fichte y Hegel mantienen también la idea de que la relación entre varón y mujer coincide íntegramente con la relación conyugal.
Tomando como temas recurrentes las tesis indicadas (feminización del amor, masculinización del matrimonio y absolutización de la conyugalidad) el presente trabajo explora las doctrinas de Jacobi, Schleiermacher, Kant, Fichte y Hegel sobre la articulación de amor y sexo en la persona.
El Apéndice final estudia esta misma problemática en los autores tardomedievales.
El libro termina con una valoración crítica de las principales categorías apuntadas.

Ver libro

 

© 2024 Ley Natural