JAN VAN EYCK El matrimonio Arnolfini (1343)
© Copy right. Juan Cruz Cruz. Amor y matrimonio. Enfoques de la época romántica.
Pamplona, 2019
Imagen de portada: Jan van Eyck: El matrimonio Arnolfini (1434)
JAN VAN EYCK El matrimonio Arnolfini (1343)
© Copy right. Juan Cruz Cruz. Amor y matrimonio. Enfoques de la época romántica.
Pamplona, 2019
Imagen de portada: Jan van Eyck: El matrimonio Arnolfini (1434)
Feminización del amor en la Lucinde de Schlegel
El amor libre y la emancipación de la mujer.- Tanto Kant como Fichte y Hegel[1] rechazan explícitamente el enfoque puramente físico del matrimonio, en su mera existencia natural, como si sólo fuera “una relación entre sexos”. Ni la Ilustración ni el Romanticismo habían caído en tan craso error: la primera, por la severidad legal con que realza el matrimonio; el segundo, por la profundidad psicológica que encuentra en sus relaciones.
En el siglo XVIII seguía vigente el matrimonio convencional: a las mujeres las casaban sus familias, siguiendo ordinariamente criterios económicos o sociales. Por ejemplo, Dorothea, hija del filósofo Moses Mendelshon, es entregada según costumbre judía al banquero Simon Veit. Algún tiempo más tarde, Dorothea y Friedrich Schlegel se enamoran y realizan una unión libre que los contemporáneos vieron reflejada en su novela Lucinde. Ein Roman, escrita en 1799.
Friedrich Schlegel había sido inspirado por el Sturm und Drang en su teoría del amor libre y de la emancipación de la mujer. En el fragmento 34º del “Athenäum” llega a decir ampulosamente que casi todos los matrimonios son concubinatos y que no ve lo que se puede objetar a un matrimonio a cuatro[2]. Continuar leyendo
1. Amor y persona
a) Incondicionalidad de la entrega esponsalicia
La propuesta kantiana de centrar el tema de la sexualidad en la idea de persona tiene en sí misma un excepcional interés, tanto desde el punto de vista antropológico como moral, a pesar de la estrecha idea que el Regiomontano se formara de la sexualidad y del amor. Exige la integración del amor –y no sólo del amor– en la unidad de la persona, pues esta integración impide que la persona sea tratada como cosa.
Las tendencias cosificantes son permanentes en nuestra cultura, tanto en tiempos de Kant como ahora, especialmente en las formas individualistas y socializantes que subordinan la persona a alguno de sus aspectos.
Schlegel y Schleiermacher venían a decir que todos los hombres son libres e iguales por naturaleza, teniendo por ello derecho todos a la felicidad y, en particular, a esa forma de felicidad que se llama amor, buscado libremente. A esa tesis parece que nada podría objetarse, salvo que conlleva un mensaje subliminal –quizás no sopesado suficientemente por ellos mismos–, a saber, que las tendencias amorosas están en nosotros para que las sigamos, sin considerar sus consecuencias o sus repercusiones en el hijo, en el cónyuge, en la sociedad entera; en tal caso uno es moralmente virtuoso sólo cuando es sincero con esas propias tendencias y las deja ir de suyo. Según este mensaje, el amor se bastaría a si mismo; sería incluso «inmoral» subordinarlo a algo: con buscar el bien propio quedaría satisfecho y realizado el amor. Lo que ocurre es que, a pesar de las idílicas invocaciones al altruismo y a la unidad amorosa expresadas por Schlegel y Schleiermacher, el propio instinto sexual acaba ordenándose sólo al placer individual. Continuar leyendo
1. El compromiso de la unión matrimonial
a) Matrimonio y celibato
Para Fichte, sólo dentro del matrimonio se da el amor de la mujer y la magnanimidad del varón; y en ambos sentimientos reside la disposición natural a la moralidad, que es lo más bello que, según Fichte, proviene de la naturaleza, aunque la moralidad misma no es naturaleza. Dicho de otro modo, no hay verdadera moralización o cultura moral, antes de que aparezca la relación matrimonial en el mundo[1].
Fichte sostiene la tesis –de estricta raigambre luterana– de que el destino absoluto[2] del varón y de la mujer es casarse.
El ser humano, lo que en sentido general se llama “hombre” (Mensch), puede ser considerado tanto desde el punto de vista físico (conjunto de tendencias biológicas y facultades psíquicas), como desde el punto de vista moral (conjunto de actitudes firmes que desarrolla en su propio ser y en el cuerpo social). Pues bien, para Fichte, el uno y el otro, el “hombre” físico y el moral, no es ni varón (Mann) ni mujer (Frau), sino ambas cosas. El hombre se desarrolla en plenitud si se mantienen unidas sus dos dimensiones. Los más nobles aspectos del carácter humano, según Fichte, sólo pueden desplegarse en el matrimonio; y enumera los siguientes: “el amor entregado de la mujer; la magnanimidad oferente del varón que lo sacrifica todo por la propia compañera; la necesidad de ser una persona digna, no por sí misma, sino por el amor del cónyuge; la verdadera amistad (pues la amistad sólo es posible en el matrimonio, en el cual es además un fenómeno necesario), sensibilidad paterna y materna, etc.”[3].
Refuerza esta argumentación señalando un “egoísmo originario” en el ser humano; egoísmo que, según Fichte, se dulcifica espontáneamente dentro del matrimonio. “La tendencia originaria del hombre es egoísta (egoistisch); en el matrimonio, la naturaleza misma lo guía a olvidarse en otro ser; y partiendo de la naturaleza, el lazo matrimonial de ambos sexos es la única vía de ennoblecer al hombre”[4].
Considera que estos argumentos son suficientes como para concluir rotundamente que “la persona no casada es un hombre a medias”[5]. Continuar leyendo
1. La tragedia de Antígona
La tragedia de Antígona, magistralmente concebida por Sófocles en Atenas 441 años a.C., significaba para Hegel el más alto presentimiento que el mundo antiguo tuvo sobre el sentido ético de la mujer en la familia. Densas páginas de la Fenomenología del Espíritu (concretamente los dos primeros títulos completos de la penúltima parte, dedicada al espíritu o Geist) se proponen desentrañar ese sentido.
Dicha tragedia comienza en el momento en que Creonte manda honrar pomposamente el cadáver de Etéocles y prohibe enterrar el cadáver de Polínice, condenado a ser pasto de animales carroñeros[1].
Antígona es el paradigma de la «piedad» (eusébeia)[2], del culto a la unidad de la familia. Siente la necesidad imperiosa de dar sepultura a ese hermano sublevado contra la «patria», pues el acto de enterramiento es el modo de devolver el muerto a los ancestros, al ámbito de su familia. Por la noche, aprovechando un descuido de la guardia, cubre de tierra el cadáver; pero es sorprendida y llevada ante el rey. Continuar leyendo
En los siglos XIV y XV conviven en España dos paradigmas ético-sociales femeninos, que se ha convenido en llamar antifeminista y profeminista. Obras en pro y en contra fueron abundantes[1].
*
El paradigma antifeminista
Podría resumirse en la tesis de que, en virtud de la primacía biológica del varón, la mujer se subordina a éste desde el punto de vista ontológico, psicológico y social. Pueden distinguirse dos modelos: el moderado y el exagerado.
a) El antifeminismo moderado está representado por los seguidores de los más egregios tratadistas clásicos, especialmente de Santo Tomás de Aquino y Duns Escoto. Tales seguidores repiten en el siglo XIV y XV los mismos argumentos de los maestros, explicándolos a su vez en las escuelas teológicas o universidades regentadas por Órdenes religiosas: por ejemplo, en Salamanca había en 1381 una cátedra de Santo Tomás en el convento de San Esteban y otra de Escoto en el de San Francisco. Dentro de la orientación franciscana, aunque más próximo al paradigma profeminista moderado, hay que incluir Lo libre de les dones (1396) del catalán Fransec Eiximenis, un libro sistemático y abarcador, muy conocido en su tiempo y traducido al castellano[2].
b) El antifeminismo exagerado plantea incluso el problema de la perversidad espiritual de la mujer. En este modelo confluyen los versos de Pere Torrellas y Juan de Tapia, o novelas tales como el Corbacho de Martínez de Toledo y la Celestina de Fernando de Rojas.
*
El paradigma profeminista
se opone a ese antifeminismo que hunde sus raíces en la tradición más clásica de la biología, de la filosofía y de la jurisprudencia antiguas. El sano «sentido común» se rebela contra el aparente cientifismo de ese paradigma negativo. Es lo que ocurre en los siglos XIII y XIV, cuando toma auge la literatura cortesana, impregnada de profeminismo, que ponía en evidencia el mérito y la superioridad de la mujer. Hay en la España del siglo XIV y XV declarados profeministas que seguían la moda del «amor cortés», como Juan Rodríguez del Padrón, Álvaro de Luna, Diego de Valera, Alonso de Cartagena y Diego de San Pedro, cada uno en distinta medida. Continuar leyendo
1. Sexualidad como amor
Kant vivió hasta su muerte una soltería impuesta y sin un proyecto personal de familia: su vocación decidida estaba orientada a la “ciencia”, la única alternativa femenina que permitió en su vida[1]. Sin embargo, trabajó incansablemente y de modo original por comprender el fenómeno de la sexualidad en sus dimensiones antropológicas, éticas y jurídicas, articuladas especialmente en el matrimonio. Es más, llegó a escribir: “El hombre no puede lograr gozo alguno de la vida sin la mujer; y esta no puede calmar sus necesidades sin el hombre”[2].
Ahora bien, en la obra capital donde Kant plantea el problema del matrimonio, en su Metaphysik der Sitten de 1797, sus tesis sobre el particular aparecen envueltas en una terminología aparentemente objetivista y jurídica. Parece que carecieran de alma y humanismo las frases que determinan el matrimonio como “derecho personal con índole de cosa”, o sentencian que “el hombre adquiere una mujer” y “en el matrimonio una persona hace un uso recíproco de los órganos sexuales de otra”. Continuar leyendo
1. Amor, trabajo y mando en la Reforma.
De una manera general se puede decir que el contenido de lo designado por Hegel como «moralidad» (Moralität) se encuentra en la Etica Nicomaquea de Aristóteles; mientras que lo que él entiende por «eticidad» (Sittlichkeit) se corresponde con lo que el Estagirita había tratado en su Política.
En efecto la Política de Aristóteles establece tres niveles de adecuación del hombre a sus distintas necesidades: el plano de la procreación, el de la conservación y el del régimen político. Para lo primero, se exigía el matrimonio (comunidad conyugal); para lo segundo, era preciso la riqueza propia (comunidad económica); para lo tercero, la organización de mando y obediencia entre iguales (comunidad política). Continuar leyendo
© 2024 Ley Natural