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Amor, matrimonio y celibato. Sobre Kant, Fichte y Hegel

Jean Béraud (1849-1935): «La Magdalena en casa del Fariseo». Una escena impresionista que traslada una enseñanza evangélica al mundo moderno, siempre con la misma actitud de aturdido asombro ante actitudes de perdón o de sincera entrega a Dios.

1. Amor y persona

 

a) Incondicionalidad de la entrega esponsalicia

 

La propuesta kantiana de centrar el tema de la sexualidad en la idea de persona tiene en sí misma un excepcional interés, tanto desde el punto de vista antropo­lógico como moral, a pesar de la estrecha idea que el Regiomontano se formara de la sexualidad y del amor. Exige la integración del amor –y no sólo del amor– en la unidad de la persona, pues esta integración impide que la per­sona sea tratada como cosa.

Las tendencias cosificantes son permanentes en nuestra cultura, tanto en tiempos de Kant como ahora, especialmente en las for­mas individualistas y socializantes que subordinan la persona a alguno de sus aspectos.

Schlegel y Schleiermacher venían a decir que todos los hom­bres son libres e iguales por naturaleza, teniendo por ello dere­cho todos a la felicidad y, en particular, a esa forma de felicidad que se llama amor, buscado libremente. A esa tesis parece que nada podría objetarse, salvo que conlleva un mensaje subliminal –quizás no sopesado suficientemente por ellos mismos–, a saber, que las tendencias amorosas están en nosotros para que las siga­mos, sin considerar sus consecuencias o sus repercusiones en el hijo, en el cónyuge, en la sociedad entera; en tal caso uno es mo­ralmente virtuoso sólo cuando es sincero con esas propias ten­dencias y las deja ir de suyo. Según este mensaje, el amor se bas­taría a si mismo; sería incluso «inmoral» subordinarlo a algo: con buscar el bien propio quedaría satisfecho y realizado el amor. Lo que ocurre es que, a pesar de las idílicas invocaciones al altruismo y a la unidad amorosa expresadas por Schlegel y Schleiermacher, el propio instinto sexual acaba ordenándose sólo al placer individual. Continuar leyendo

La fidelidad femenina. Apunte sobre la ética matrimonial de Fichte

Christina Robertson-Saunders (1796-1854): “Escena familiar”. Es el retrato de la Duquesa María de Leuchtenberg (Maria Nikolaevna de Russia) con sus hijos. Tratándose de la época en que Fichte reflexiona sobre el amor y la familia es probable que el filósofo tuviera en su mente escenas similares a esta.

 1. El compromiso de la unión matrimonial

a) Matrimonio y celibato

Para Fichte, sólo dentro del matrimonio se da el amor de la mujer y la magnanimidad del varón; y en ambos sentimientos reside la dis­posición natural a la moralidad, que es lo más bello que, según Fichte, proviene de la naturaleza, aunque la moralidad misma no es naturaleza. Dicho de otro modo, no hay verdadera moraliza­ción o cultura moral, antes de que aparezca la relación matrimo­nial en el mundo[1].

Fichte sostiene la tesis –de estricta raigambre luterana– de que el destino absoluto[2] del varón y de la mujer es casarse.

El ser humano, lo que en sentido general se llama  “hombre” (Mensch), puede ser considerado tanto desde el punto de vista fí­sico (conjunto de tendencias biológicas y facultades psíquicas), como desde el punto de vista moral (conjunto de actitudes firmes que desarrolla en su propio ser y en el cuerpo social). Pues bien, para Fichte, el uno y el otro, el “hombre” físico y el moral, no es ni varón (Mann) ni mujer (Frau), sino ambas cosas. El hombre se desarrolla en plenitud si se mantienen unidas sus dos dimensiones. Los más nobles aspectos del carácter humano, según Fichte, sólo pueden desplegarse en el matrimonio; y enumera los siguientes: “el amor entregado de la mujer; la magnanimidad oferente del varón que lo sacrifica todo por la propia compañera; la necesidad de ser una persona digna, no por sí misma, sino por el amor del cónyuge; la verdadera amistad (pues la amistad sólo es posible en el matrimonio, en el cual es además un fenómeno necesario), sensibilidad paterna y materna, etc.”[3].

Refuerza esta argumentación señalando un “egoísmo origina­rio” en el ser humano; egoísmo que, según Fichte, se dulcifica espontáneamente dentro del matrimonio. “La tendencia origina­ria del hombre es egoísta (egoistisch); en el matrimonio, la natu­raleza misma lo guía a olvidarse en otro ser; y partiendo de la naturaleza, el lazo matrimonial de ambos sexos es la única vía de ennoblecer al hombre”[4].

Considera que estos argumentos son  suficientes como para concluir rotundamente que “la persona no casada es un hombre a medias[5]. Continuar leyendo

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