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La verdad en el juicio histórico

Ferdinand-Victor-Eugène Delacroix (1798-1863): “La libertad guiando al pueblo”. Representa una escena del 28 de julio de 1830 en la que el pueblo de París levantó barricadas, oponiéndose a los decretos que el rey francés había dado para suprimir el parlamento y restringir la libertad de prensa. La libertad es una figura alegórica, pero real. A sus pies un moribundo la mira fijamente, convencido de que ha luchado por ella. La revolución, en cualquier caso, deja tras de sí un reguero de muertos, como ocurrió en 1792.

Ferdinand-Victor-Eugène Delacroix (1798-1863): “La libertad guiando al pueblo”. Representa una escena del 28 de julio de 1830 en la que el pueblo de París levantó barricadas, oponiéndose a los decretos que el rey francés había dado para suprimir el parlamento y restringir la libertad de prensa. La libertad es una figura alegórica, pero real. A sus pies un moribundo la mira fijamente, convencido de que ha luchado por ella. La revolución, en cualquier caso, deja tras de sí un reguero de muertos, como ocurrió en 1792.

1. El juicio histórico: su verdad

La historia es siempre perfectible: continuamente inserta co­rrecciones en los hechos que son probables y señala nuevas cir­cunstancias. Cada hecho individual ha surgido de un ambiente es­piritual y social en que los individuos viven, a saber, del “estilo de vida” (intrahistoria, espíritu objetivo), por cuya virtualidad se co­munican y manifiestan los hombres. A su vez, el hecho remoto re­cogido por un historiador actual queda automáticamente tamizado por el “estilo de vida” en que vive. Esa tamización debe corregirse con la investigación, con el método riguroso, con la observación y la crítica. La comprensión histórica ha de aspirar a un grado nece­sario de exactitud: la suficiente para restituir aquel hecho a su in­trahistoria propia, a su estilo de vida original. Esa es, en parte, la explicación histórica: encuadra el hecho en su propio ambiente humano, indicando procedencia u origen. Y como cada testimonio refleja un lado o aspecto particular de su ambiente, el historiador ha de reconstruir, con un número suficiente de testimonios, una visión total del pasado, haciéndose, sólo por la inteligencia, con­temporáneo de lo que pretende conocer. El contacto con un se­gundo testimonio posibilitará una mejor comprensión del primero; y cada uno de los siguientes hará más inteligible la significación espiritual única de todos ellos: todos se verán surgir de un estilo de vida propio. Con todo, el relato histórico será un conocimiento aproximativo: no falso, pero sí inadecuado, susceptible de aumen­tar su convergencia hacia la realidad pasada.

De ahí que, desde el punto de vista gnoseológico, el juicio his­tórico carezca de una certeza metafísica o física: tiene sólo una certeza moral, la cual se refiere a los hechos libres del hombre[1]. Lograr esta certeza no es imposible, pues considerando las cos­tumbres, las inclinaciones, las necesidades y las circunstancias que acompañan al acto libre se puede obtener un carácter común. Y aunque el carácter más cierto de los actos libres es la contingencia que tienen en la misma operación, es claro que una vez puesto o realizado el acto, éste tiene la necesidad de estar fijado (una “necesidad hipotética”, decían los clásicos), la cual es suficiente para lograr un conocimiento cierto, como enseguida veremos. Continuar leyendo

El problema de las leyes históricas y la periodización

Tiziano Vacellio (1477-1576): Alegoría del tiempo. Un contraste de luces y sombras relata la inscripción latina que aparece bordeando las cabezas, y que quiere decir: "Del pasado al presente hay que actuar con prudencia para no dañar la acción futura". Se trata de una alegoría del Tiempo gobernado por la Prudencia del anciano. Las tres cabezas humanas manifiestan las tres edades del hombre, asociadas con tres cabezas de animales, símbolos respectivos de la memoria (el lobo devorador del pasado), la inteligencia (el león que se agita en el presen te) y la providencia (el perro que se apacigua en la esperanza del futuro). El cuadro parte de la penumbra del pasado o vejez, sigue en la luminosa transparencia del presente o madurez y resplandece con la luz del futuro o juventud.

Tiziano Vacellio (1477-1576): Alegoría del tiempo. Un contraste de luces y sombras relata la inscripción latina que aparece bordeando las cabezas, y que quiere decir: «Del pasado al presente hay que actuar con prudencia para no dañar la acción futura». Se trata de una alegoría del Tiempo gobernado por la Prudencia del anciano. Las tres cabezas humanas manifiestan las tres edades del hombre, asociadas con tres cabezas de animales, símbolos respectivos de la memoria (el lobo devorador del pasado), la inteligencia (el león que se agita en el presen te) y la providencia (el perro que se apacigua en la esperanza del futuro). El cuadro parte de la penumbra del pasado o vejez, sigue en la luminosa transparencia del presente o madurez y resplandece con la luz del futuro o juventud.

1. Presunción de una ley absoluta

En el hecho histórico se encuentran factores antropo­lógicos y sociológicos que limitan las preten­siones de quienes –como Hegel– construyen la historia de una manera ab­so­luta e inmanente: esos factores impiden que la historia se desarrolle conforme a leyes propias de un «modelo ab­soluto» o apriórico. Porque el factor más decisivo es la libertad huma­na.

¿Qué elementos fundamentales poseería un modelo absoluto que se decla­rase como disciplina filosófica y cientí­fica? Debería tener, en primer lugar, un ob­jeto determi­nado, pues sin objeto no hay disciplina; en segundo lugar, unos principios cier­tos y eviden­tes que garanticen unas conclusiones legítimas y cla­ras.

El objeto, para un modelo absoluto, sería la determina­ción de las leyes o ra­zones fundamentales de todas las vicisitudes históricas que se mostraran en el pa­sado, en el presente y en el porvenir. Los princi­pios que podrían guiarnos con certeza a determinar esa ley general de las trans­forma­ciones sólo los podríamos sacar del conocimiento de las conexiones de la li­bertad en el tiempo. Úni­camente en­tonces se definirían con seguridad los fines del nacimiento, de la elevación y de la decadencia de las dife­rentes naciones. Dicho de otro modo, el único criterio por el que se podría conocer con seguridad la ley del movimiento histórico –en su pasado, en su presente y en su futuro– sería la li­bertad indi­vidual, si ésta nos diese su secreto. De no poder lograr sus conexiones, es imposible hallar una ley o un fin universales.

Pero, ¿es posible conocer a priori las conexiones de la libertad individual en el tiempo? Se trata de la libertad. Y la única vía posible para hallar esas co­nexiones es la observación; y no una ob­servación cualquiera, sino una observa­ción que debe ser exacta y completa de los hechos históricos (propiamente li­bres). De esta exacta y com­pleta observación podríamos llegar a una generali­zación racional de estos hechos, en la que se decantasen los principios referen­tes al objeto apuntado. Pero ocurre que esta observación no podría ser exacta ni completa. Continuar leyendo

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