- El orden ontológico, el orden lógico, el orden gnoseológico
Etimológicamente “forma” significa el aspecto exterior de una cosa, su aire, su apariencia. Pero cabía distinguir entre figura y forma, expresando aquélla el perfil o contorno de un objeto, el aspecto externo, pasando entonces la forma a significar el aspecto interno, la esencia. Es más, el primer concepto conduce al segundo, pues si el aspecto externo distingue a una cosa de las demás, constituyendo su fisonomía patente, es porque responde a una estructura interna, a una figura latente e invisible, captable sólo por la mente. De aquí que la forma signifique, en su sentido metafísico, aquello que hace a la cosa ser lo que es. En su connotación a la patencia y visibilidad traduce el griego μορφή y el latín forma; en su connotación a lo latente e invisible, traduce el griego εῖδος y el latín species o genus[1]. En cuanto a su repercusión estrictamente filosófica, se pueden distinguir tres enfoques de la forma:
- Absolutización objetiva, como principio ontológico;
- Absolutización subjetiva, como principio lógico-gnoseológico
- Proyección objetivo-subjetiva, como co-principio gnoseológico-ontológico.
Es de advertir que, en cualquiera de estos tres enfoques, la forma conserva una doble función: determinante y unificante. Determinante, porque la forma determina y reduce lo ilimitado e indeterminado, lo amorfo e indefinido, que haría función de materia. Unificante, pues la forma ordena la multiplicidad y dispersión material, configurando una síntesis con significación y sentido, confiriendo a los objetos una jerarquía y unas relaciones de subordinación y dependencia, las cuales garantizan una legalidad constante. Por esas dos funciones, la forma da consistencia universal e intemporal a los objetos, proviniendo de ella la dimensión necesaria y universal que requiere la ciencia[2]. Continuar leyendo