Por qué somos historiadores
Cuando el antiguo griego pronunciaba la palabra historia (ἱστορία) se refería inicialmente a una investigación científica o a una descripción de las cosas. En este último sentido hablaba de una historia de los animales, de los minerales, etc. Después la palabra significó la narración de los sucedidos humanos; y en este sentido se hablaba de historia civil, religiosa, etc. Y así la entendemos hoy. Pero, ¿por qué realizamos relatos históricos?
Desde el mismo momento en que el hombre se percata del mundo y de sí mismo se encuentra inundado de instituciones, costumbres y tradiciones que él vive o reactualiza de un modo natural, sin darse cuenta de que en buena medida ha sido forjado por ese entorno, con actitudes y puntos de vista tan profundamente arraigados en su vida psicológica, que no los siente como extraños. Sólo cuando el individuo sale de su perímetro vital y entra en contacto con otras tradiciones y costumbres comienza a compararlas con las suyas propias y a preguntarse reflexivamente por la verdad de unas y otras. La reflexión histórica va unida a la reflexión filosófica. Así ocurrió en Grecia: las diversas costumbres que sus comerciantes y marineros iban conociendo en pueblos lejanos despertaron el deseo de encontrar la verdad que todas ellas encerraban. Se comenzó a comparar, a relacionar, a reflexionar.
Surge, pues, la historia reflexiva de una necesidad humana: la de explicar el origen y la verdad de las propias instituciones, la de hallar el personaje o el acontecimiento que las ha establecido. Para conocerse a sí mismo el hombre tiene que conocer su pasado, preguntando a las generaciones anteriores por qué se han hecho justamente esas instituciones y no otras, por qué han surgido esas precisas costumbres y actitudes, por qué tiene él esta herencia cultural. De esta curiosidad del hombre por sí mismo nace la historia[1]. Somos historiadores porque somos herederos. Continuar leyendo