1. El juicio histórico: su naturaleza
Existe una notable diferencia entre el «juicio de autoridad» –el expresado a través de testimonios y testigos– y el «juicio histórico» que define formalmente al historiador. El juicio histórico ha de ser un «saber de conclusiones», un saber terminal, no meramente propedéutico, como es el «juicio de autoridad», cuya fuerza es buscada por las ciencias metodológicas (heurística, crítica, hermenéutica). El excesivo crecimiento de éstas –que operan por clasificaciones y búsquedas minuciosas– puede entorpecer el saber histórico estricto, compuesto de enunciables que afirman o niegan algo del pasado. Tras la metodología previa de los instrumentos del saber, ha de venir la interpretación efectiva de un hecho humano pretérito, que enuncie categóricamente en un juicio: «sucedió así».
La simple filología puede hacer perder una incalculable cantidad de esfuerzo y trabajo sobre toneladas de documentos, con un rendimiento histórico escaso. No es todavía «historiador» el que simplemente es laborioso y se afana en los archivos. La determinación de la autenticidad y de la veracidad de documentos y testigos constituye, para el historiador, una labor preparatoria, un mero análisis de los hechos aislados o extraídos del fluir histórico. Pero aislar es abstraer. Hay que devolver el hecho a la totalidad, pues de otro modo carecería de sentido: hay que reconstituir o reconstruir la totalidad: «Si conocemos todos los hechos –dice Cassirer– en su orden cronológico tendremos un esquema general y un esqueleto de historia pero no poseeremos su vida real. Ahora bien, el tema general y la meta última del conocimiento histórico es una comprensión de la vida humana»[1]. De la vida humana pasada, claro es. Continuar leyendo