Etiqueta: honor

El insulto

Bosco, "La ira", Mesa de los pecados capitales

El Bosco, «La ira», Mesa de los pecados capitales. La animadversión, en cualesquiera de sus formas, es la fuente del insulto, un modo de rebajar la dignidad de las personas.

La principal manera de relacionarse el hombre con los demás es mediante las palabras.

En lo que atañe al respeto que debemos a los demás, desde el punto de vista psicológico y moral, las palabras pueden entrañar el deshonor de alguien, y esto puede ocurrir de dos maneras. En primer lugar, puesto que el honor es consecuencia de la excelencia que el otro tiene, en principio por ser persona, se le deshonra al privarle de la dignidad que le corresponde, lo cual se produce ciertamente por obras y omisiones. En segundo lugar, se deshonra a alguien cuando se da a conocer lo que es contrario a su honor, y esto acontece por medio de signos; y entre los signos son principales las palabras, utilizadas para expresar los conceptos de la mente. Se trata entonces de ofender verbalmente el honor de otro. Continuar leyendo

El honor nacional y la guerra, en el siglo XVI

Max Ginsburg (1931-): Piedad en la guerra.

Max Ginsburg (1931-): Piedad en la guerra.

La violación del derecho y la guerra

La guerra es un modo expresivo de la fragilidad humana, pues, según la tradición judeocristiana, no existía en el estado de inocencia: es uno de los desórdenes más graves introducidos en la humanidad.

Entre las razones suficientes que inducen a emprender acciones bélicas hay una, la injuria al honor, ya señalada por Tucídides entre otras dos: “el temor y el interés”. O sea, no siempre la búsqueda del poder tiene su aguijón en el miedo o en la consecución de la seguridad o de ventajas materiales, porque hay otra razón igualmente desencadenante: “un prestigio mayor, respeto, deferencia, en resumen, honor”.

En los maestros del Siglo de Oro se aceptó claramente la doctrina de que la “gloria” del príncipe, su “fama” o su “honor” pueden ser puestos en balanza para justificar la guerra misma. Lo decisivo es que la “iniuria” al honor es la violación clara de un derecho. Continuar leyendo

El honor está en otro

Diego Velázquez: "La rendición de Breda" (1635). Trata la rendición  del vencido, la cual es distinta cuando la injuria infligida es realizada por “ocupación indebida” y no por “ofensa al honor”. El cuadro expresa el final de una guerra que se ha producido esgrimiendo uno de los títulos de guerra, el de propiedad, pero no el título del honor. Tanto el general rendido (Nassau) como el general victorioso (Spínola) tienen a salvo su honor.  Los vencidos fueron respetados y tratados con dignidad. En el cuadro no hay vanagloria. Justino de Nassau aparece con las llaves de Breda en la mano y hace ademán de arrodillarse, lo cual es impedido por Spínola que pone una mano sobre su hombro y le impide humillarse.

Diego Velázquez: «La rendición de Breda» (1635). Trata la rendición del vencido, la cual es distinta cuando la injuria infligida es realizada por “ocupación indebida” y no por “ofensa al honor”. El cuadro expresa el final de una guerra que se ha producido esgrimiendo uno de los títulos de guerra, el de propiedad, pero no el título del honor. Tanto el general rendido (Nassau) como el general victorioso (Spínola) tienen a salvo su honor. Los vencidos fueron respetados y tratados con dignidad. En el cuadro no hay vanagloria.

Estructura social y moral del honor

1. El deseo de honor no es un afán de sobresalir por encima de los demás, sino simplemente la voluntad de que los demás reconozcan al sujeto como depositario de valores que él mismo debe desplegar. Una buena descripción fenomenológica del honor está, dentro del mismo Siglo de Oro, en los dramas de honor de Lope y Calderón[1]. Pero me limitaré a exponer brevemente el núcleo esencial del honor.

El honor tiene dos aspectos: de una parte, afecta al interior de nuestra per­sonalidad; un agravio al honor es como una lesión a lo más propio e intrans­ferible del individuo. El sonrojo en que se manifiesta la sensación del agraviado, se diría que trasluce una sangrante herida íntima[2].

Pero, por otra parte, el honor viene de los otros: el honor nos aparece, a un tiem­po, como exigencia interna y como consagración social, pues la honra consiste en el reconocimiento que otros me otorgan o tributan. De un lado, el honor es una dimensión íntima, un “patrimonio del alma”. De otro lado, el honor tiene un aspecto externo, social. Así lo expresaba bellamente Lope[3]:

Honra es aquella que consiste en otro.

Ningún hombre es honrado por sí mismo,

que del otro recibe la honra un hombre…

Ser virtuoso un hombre y tener méritos

no es ser honrado… De donde es cierto,

que la honra está en otro y no en él mismo.

Cuando la vida del individuo está entroncada en la vida de la comunidad, en orgánica compenetración, el sentirse repudiado por ella es como ser amputado del cuerpo y privado de la savia del propio ser.

2. Si el honor es el nexo de nuestra vida con la vida de la propia familia y de la ciudad en que se vive, o sea, si la vida individual sólo se estima valiosa en la propia comunidad, puede pensarse que el honor está realmente por sobre la vida propia. Y así se le estimó desde muy antiguo en España. Continuar leyendo

Honor herido, motivo de guerra

 

Jacques David: “Juramento de los Horacios” (1784). Obra neoclasicista, representa el juramento que tres hermanos “Horacios” hacen para defender el honor de su estirpe, frente a los “Curiacios”. Es una alegoría sobre el cumplimiento del deber, la lealtad a la familia y, más allá, al Estado, por encima de cualquier sentimiento personal. Los vencedores habrán decidido la suerte de dos ciudades.  Ambas familias sufren muy ásperos conflictos de conciencia. Vence el último “Horacio”, haciendo una encendida defensa del honor frente al amor.

Jacques David: “Juramento de los Horacios” (1784). Obra neoclasicista, representa el juramento que tres hermanos “Horacios” hacen para defender el honor de su estirpe, frente a los “Curiacios”. Es una alegoría sobre el cumplimiento del deber, la lealtad a la familia y, más allá, al Estado, por encima de cualquier sentimiento personal. Los vencedores habrán decidido la suerte de dos ciudades. Ambas familias sufren muy ásperos conflictos de conciencia. Vence el último “Horacio”, haciendo una encendida defensa del honor frente al amor.

La iniuria como título general de guerra

1. La guerra es un modo expresivo de la fragilidad humana, pues, según la tra­dición judeocristiana, no existía en el estado de inocencia[1].

Entre las razones suficientes que inducen a emprender acciones bélicas hay una, la injuria al honor, ya señalada por Tucídides entre otras dos: “el honor, el temor y el interés”.

Y bajo la tesis de que el honor ha sido una causa importante de las guerras escribió no hace mucho Donald Kagan un libro Sobre las causas de la guerra y la preservación de la paz[2]. Para probarlo repasa los momentos anteriores a la Guerra del Peloponeso (431-404 a. de C.), a la Primera Guerra Mundial (1914-1918), a la Segunda Guerra Púnica (218-202 a. de C.), a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y a la Crisis de los Misiles en Cuba (1962). No relata el desarrollo de cada contienda, sino los actos anteriores al desenlace bélico, las relaciones diplomáticas y las deliberaciones previas de los gobiernos de cada país. Kagan concluye que la lucha -propiciada por los antagonismos- busca fundamentalmente el poder. Pero no siempre la búsqueda del poder tiene su aguijón en el miedo o en la consecución de la seguridad o de ventajas mate­riales, porque hay otra razón igualmente desencadenante: “un prestigio mayor, respeto, deferencia, en resumen, honor”[3]. Continuar leyendo

¿Qué significa respetar? El servicio a la persona

Juan Luis Blanes (1856-1895): “El limpiabotas”. Este pintor uruguayo refleja una página de época, con matices realistas e impresionistas: el pulcro soldado adelanta sus botines a un bolero.

Juan Luis Blanes (1856-1895): “El limpiabotas”. Este pintor uruguayo refleja una página de época, con matices realistas e impresionistas: el pulcro soldado adelanta sus botines a un bolero.

Mirar con respeto, mirar con utilidad

 

Hace unos años tuve la oportunidad de dar unas conferencias en la Universidad Panamericana de México. A la tarde solía dar largos paseos por la antigua ciudad; y recalaba casi siempre en el bullicioso Zócalo. En los soportales que hay enfrente de la Catedral solían ponerse los limpiabotas o “boleros” que prestaban sus servicios a unos clientes que se sentaban vistosamente, leyendo el periódico, en unas altas sillas o banquetas que les permitían, por una parte, dominar el amplio espacio animado y, por otra, descansar sus pies en un peldañito casi a ras de suelo. Allí, una veces hincado de rodillas y otras veces agachado, el bolero se aplicaba muy servicialmente a lustrar los zapatos. Los clientes estaban sentados arriba, dominando el gran espacio; los servidores abajo, charolando la piel del zapato. El de arriba casi nunca hablaba con el de abajo. Tuve yo necesidad de ese favor; y me senté como se suele hacer. A los pocos segundos sentí una enorme desazón. No podía aguantar mi situación regia, desligada de quien me asistía haciéndome el favor. Y me acordé del imperativo moral kantiano: “Que ni en tí, ni en otro, trates a la persona como un mero medio o una simple cosa, sino como un fin en sí”. Este mandato moral no dice que rehuyamos los servicios que los otros nos pueden hacer; sólo indica que no tratemos a esos sujetos como “meros” útiles, como puras cosas, sino como algo más, a saber, como personas que no deben agotarse en ser medios para otras cosas. Y empecé inmediatamente a dialogar con aquel hombre que agachado a mis pies tenía sus ojos fijos en el calzado. Acabamos hablando de nuestras respectivas familias.

En casi todos los sectores de nuestra sociedad existen actividades que, bajo el amparo político, se dedican a “servicios”; por ejemplo, “servicio de salud”, “servicios inmobiliarios”, “servicios ecológicos”, etc. En todos los casos, hay alguien que “da” el servicio y otro que lo “recibe”; así, por ejemplo, un servicio es la actividad entre el proveedor (con sus manzanas tangibles) y el cliente (con su deseo tangible de consumirlas). Pero el interior del acto de servicio mismo no es algo objetivable y tangible ni se puede evaluar con medidas cuantitativas. Cuando de un soldado se dice que “murió en acto de servicio”, importa más la actitud subjetiva intangible del soldado, la cualidad moral, que la cantidad de cosas que podrían haberse salvado con su actitud. Continuar leyendo

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