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Cada uno es por lo que es, no por lo que fueron los suyos

"Venciendo la resistencia". Imagen frente al mar, en la ciudad brasileña de Fortaleza.

«Venciendo la resistencia». Imagen frente al mar, en la ciudad brasileña de Fortaleza.

Más es hacerse, que nacer noble. Ningún espíritu animoso se contentó con lo heredado, antes estimó más la gloria que se debió a sí mismo. Ciertamente ha de ser dichoso quien nace en la nobleza, o sea, bajo aquel esfuerzo de los suyos y aquella excelencia de sus obras, que llaman eficazmente a la emulación. En este sentido, es divina la nobleza, cuando empeña al valor y a la virtud, siendo afrenta del ocioso y gloria del valiente. Por eso, no cumple con ella un mediano valor. Al final, muchos deslucieron el esplendor de sus mayores con sus vicios. Y al revés, los mayores héroes se hicieron su linaje. Cada uno se puede hacer su nobleza. Pero no cumple la nobleza con solo un común bien obrar; fuerza es que obre más que todos, quien nació con obligaciones mayores que todos. La alabanza o el vituperio no se reciben del nacer, pero mídense bien con el nacer. Entre pequeños, una medianía es eminencia; entre eminentes, una ordinaria grandeza es poquedad. Continuar leyendo

Tragedia y trascendencia

Charles François Jalabert (1819-1901): "Edipo ciego y Antígona abandonan" Tebas.

Charles François Jalabert (1819-1901): «Edipo ciego y Antígona abandonan Tebas». La tragedia de Edipo –obra maestra de Sófocles– empieza cuando se casa con la bella Yocasta, sin saber que era su madre. Al enterarse se quita los ojos con los broches del vestido de Yocasta; huyó de Tebas y sólo su hija Antígona le acompaña en su destierro para servirle de guía.

La tragedia y sus pasiones constitutivas

Lo trágico es primariamente una dimensión de la existencia humana concreta e histórica. Y porque existe lo trágico en la existencia puede haber «tragedias» en la escena teatral producidas por la actividad artística.

Es más, lo trágico, como categoría de la existencia histórica, pede ser encontrado en formas distintas de la literaria: en la escultura del Laocoonte, en las pinturas negras de Goya, en la música de Wagner. Sin embargo, la tragedia, como obra teatral, es una atalaya privilegiada para observar el fenómeno de lo trágico, justo por la diversidad de obras existentes, concebidas en épocas distintas y con dispares intenciones espirituales. Me propongo, por tanto, acercarme metódica­mente a la esencia de lo trágico a través de una fenomenología de las tragedias escritas. El carácter prioritario de esta fenomenología excluye, en el marco de este estudio, la confrontación crítica con las filosofías pantragicistas –como las de Hegel, Schopenhauer o Nietzsche–.

El problema está, pues, en saber qué sea lo trágico mismo y si puede ser descubierto fácilmente en las obras que llamamos «tragedias». Aristóteles, cuando definió la tragedia en su Poética, pasó como de puntillas sobre el fenómeno de lo trágico. Escondió astutamente su significación en el seno de unos términos sugestivos que indican sentimientos de piedad y temor. Pero dejó que sus lectores libraran la batalla de encontrar el correlato objetivo y real de tales términos. Por eso, muchos autores –como Henri Gouhier– han pensado que acercarse al Esta­girita con el fin de encontrar una significación de lo trágico es un empeño vano[1]. Continuar leyendo

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