Fernando Castro Pacheco (1918-1979): “Venta de esclavos, de Yucatán a Cuba”. Pintor muralista, plasmó el espíritu y la historia del pueblo mexicano, particularmente del yucateco. Con su extraordinaria técnica y su vigor plástico presenta los aspectos más negros que reflejaban las continuas guerras, primero coloniales, y luego civiles.

Fernando Castro Pacheco (1918-1979): “Venta de esclavos, de Yucatán a Cuba”. Pintor muralista, plasmó el espíritu y la historia del pueblo mexicano, particularmente del yucateco. Con su extraordinaria técnica y su vigor plástico presenta los aspectos más negros que reflejaban las continuas guerras, primero coloniales, y luego civiles.

1. ¿Qué o quién puede ser un instrumento?

 

1.  A Francisco de Vitoria le resultaba lacerante la instrumentalización que se hacía de los nativos encontrados por los españoles en el Nuevo Mundo.

Vitoria dedicó su vigor intelectual a explicar de manera sistemática los principios que permitían superar el trato instrumental de los indios, haciendo no sólo una defensa social de aquellos aborígenes, sino previamente y de modo más fundamental, la justificación de una ontología, de una antropología y de una ética que permitían situar la relación exacta entre un hombre y otro hombre, un pueblo y otro pueblo, prescindiendo incluso del hecho del Descubrimiento.

Vitoria piensa el trato inhumano bajo la relación de esclavitud, entendido el esclavo como “instrumento animado”, según la repetida sentencia de Aristóteles: “El instrumento es un siervo inanimado, y el siervo es un instrumento animado”. Para entender aquella instrumentación del hombre impugnada por Vitoria, es conveniente indicar las notas específicas que tenía un instrumento para un profesor de Salamanca, lector de Aristóteles y de su comentarista Tomás de Aquino.

 

2. En el año 1534 escribía Francisco de Vitoria una carta al P. Arcos sobre ne­gocios de Indias, refiriéndose especialmente al trato que ciertos conquista­do­res de México y Perú –en este caso los llamados peruleros– daban a los indíge­nas. Esta carta –célebre por la cantidad de veces que ha sido citada– estaba mo­ti­vada por las preocupantes noticias que llegaban a Salamanca, traídas de primera mano por los misioneros, que relataban el trato degradante e indigno que recibían aquellos nativos, que en teoría eran vasallos libres, súbditos del Emperador. Con tono irritado escribe Vitoria: “En verdad, si los indios no son hombres, sino monas, entonces no son capaces de injurias [o injusticias]. Pero si son hombres y prójimos, con todo lo que eso trae consigo, vasallos del empe­rador, no veo cómo excusar a estos conquistadores de última impiedad y tiranía, ni sé qué tan gran servicio hagan a su majestad de echarle a perder sus vasallos. Si yo desease mucho el arzobispado de Toledo, que está vacante, y me lo hu­biesen de dar porque yo firmase o afirmase la inocencia de estos peruleros, sin duda no lo osara hacer: antes se seque la lengua y la mano, que yo diga ni escri­ba cosa tan inhumana y fuera de toda cristiandad”[1].

Estas palabras son fruto de lo que este brillante maestro de la Universidad de Salamanca había empezado a cuestionar en sus relecciones académicas, a saber, los títulos del dominio que algunos españoles decían poseer sobre las Indias. Especialmente le resultaba lacerante a este gran maestro salmantino la instrumentalización que se hacía de los nativos encontrados por los españoles. Vito­ria dedicó su vigor intelectual a explicar de manera sistemática los prin­cipios que permitían superar el trato instrumental de los indios, haciendo no sólo una defensa social de aquellos aborígenes, sino previamente y de modo más fundamental, la justificación de una ontología, de una antropología y de una ética que permitían situar la relación exacta entre un hombre y otro hombre, un pueblo y otro pueblo, prescindiendo incluso del hecho del Descubrimiento. Sus discípulos, como Alonso de Veracruz, le seguirían en esta tarea de denun­cia[2]. Continuar leyendo