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Ninguno es eminente en todo

Velázquez : “El aguador de Sevilla” (1620). Un anciano aguador vestido con un capote pardo ofrece a un muchacho una copa de cristal llena de agua, El aguador apoya la mano en un cántaro grande de cerámica, en cuya superficie rezuman algunas gotas de agua. El anciano aguador más parece letrado que inculto; o es más de lo que parece.

Velázquez : “El aguador de Sevilla” (1620). Un anciano aguador vestido con un capote pardo ofrece a un muchacho una copa de cristal llena de agua. El aguador apoya la mano en un cántaro grande de cerámica, en cuya superficie rezuman algunas gotas de agua. El anciano aguador más parece letrado que inculto; o es más de lo que parece.

Sepa cada uno en lo que vence; y logre su talento allí: que no puede dejar de ser cordura obrar sólo en lo que entiendes, ocultando en lo demás tu imperfección.

Mientras está el cántaro dentro del agua no se le conocen las quiebras; en saliendo de ella, todas se ven.

Basta una eminencia en lo grande, para dorar muchas faltas en lo poco; y en lo poco muchas eminencias, no prueban una eminencia en lo grande.

Ser algo en lo mucho, ya es mucho; y ser mucho en algo, no es más que algo. Perfecto en todo, nadie lo fue: pero lo parece en más el que da a conocer en menos su imperfección.

Gran cordura es saber uno conocer su ventaja; y lo es doblado, saberse mantener en ella. En todos los elementos casi, logra su actividad el fuego: pues el aire lo aviva; y en la tierra se ceba; mas no se meta en el agua, que sin duda perecerá.

Conozca, pues, cada uno su esfera; y en ella hable y obre: mas no eche el pie en ajenas jurisdicciones, si no quiere haber de retirarse con desaire.

Textos seleccionados de la obra de Francisco Garau,
Máximas políticas y morales (Barcelona, 1702),  pp. 47-54

Un lógico complutense: el baezano Miguel de la Trinidad

La Lógica o Dialéctica (1624): Primer tomo -del Curso Complutense-, compuesto por Miguel de la Trinidad

La Lógica o Dialéctica (1624): Primer tomo -del Curso Complutense-, compuesto por Miguel de la Trinidad

Me permito poner a disposición de mis lectores la semblanza biográfica de un intelectual baezano del siglo XVII, cuya figura es conocida por muy pocos. En cambio, su obra de Lógica (Dialéctica) es famosa. Se trata de Miguel de Arjona y Molina, nacido el año 1588. Sus padres fueron Luis de Arjona y Benita de Molina, los cuales tuvieron varios hijos.

Miguel despuntó con “gallardo entendimiento” –según dicen sus biógrafos– y con buen temple religioso. En 1605, a la edad de 17 años, y tras las huellas de San Juan de la Cruz en Baeza, entró en los Carmelitas Descalzos; realizó su noviciado en Granada, tomando el nombre de Miguel de la Santísima Trinidad.

 

Años de formación y docencia

Tras formarse en los cursos filosóficos y teológicos (1606-1612), fue nombrado profesor de varios centros de la región andaluza.

De 1615 a 1618 enseñó Artes en Baeza, dando clases principal­mente de Lógica y Ontología (Teoría de las Categorías). Y allí mis­mo, en Baeza, asumió la Cátedra de Teología desde 1618 a 1628, formando varias generaciones de jóvenes. Estuvo enseñando en los Colegios de la Orden trece años, siempre bajo la inspiración doctri­nal de Aristóteles y Santo Tomás.

Dada la notoriedad de su talento, fue llamado por sus superiores a redactar un Curso Filosófico completo, en latín, con otros profe­sores que enseñaban en la Universidad de Alcalá. La obra completa, en cuatro tomos, se llamaría “Curso Complutense”, que llegaría a tener resonancia internacional.

Miguel redactó el primer tomo (Lógica o Dialéctica), que salió de las prensas el año 1624, teniendo el autor 36 años. En los años siguientes se publicaron los tomos segundo, tercero y cuarto, cuyos autores fueron Juan de los Santos (Comentarios a la Física) y An­tonio de la Madre de Dios (Comentarios a la Psicología).

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La obra lógica de Miguel Arjona

La Lógica de Miguel, de 866 páginas (formato en cuarto menor), contenía ocho partes: viene a ser una “enciclopedia” de las cuestiones lógicas fundamentales, en disputa con las corrientes paralelas de Suárez y Escoto. Salió editada por vez primera –como he dicho– en Alcalá (1624); tuvo otra edición en Madrid (1627), otra en París (1628), otras en Frankfurt (1629, 1636) y Viena (1629), otra en Barcelona (1635), otras tres en Lyon (1637, 1651, 1668); posiblemente haya más ediciones. En general fue aceptada en Europa con gran aplauso universitario; y se implantó como texto en varias Universidades (muy sonada fue la de Salamanca) y Colegios de Órdenes Religiosas (Oratorianos, Jerónimos, Premonstratenses, Dominicos): en España fue libro de referencia, hasta la exclaus­tración de 1835. Continuar leyendo

El juicio histórico y su lógica interna

 

Francisco de Goya (1746-1828): “Carga de los Mamelucos”. El 2 de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se levanta enfurecido contra los mamelucos (traidos por Napoleón de Egipto). La dureza de la escena será representada por Goya en su cuadro, que es ya un juicio histórico verídico, además de una magnífica obra de arte.

Francisco de Goya (1746-1828): “Carga de los Mamelucos”. El 2 de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se levanta enfurecido contra los mamelucos (traidos por Napoleón de Egipto). La dureza de la escena será representada por Goya en su cuadro, que es ya un juicio histórico verídico, además de una magnífica obra de arte.

1. El juicio histórico: su naturaleza

Existe una notable diferencia entre el «juicio de autoridad» –el expresado a través de testimonios y testigos– y el «juicio histórico» que de­fine formalmente al historia­dor. El juicio histórico ha de ser un «saber de conclusiones», un saber terminal, no meramente prope­déutico, como es el «juicio de autoridad», cuya fuerza es buscada por las ciencias metodológicas (heurística, crítica, hermenéutica). El excesivo crecimiento de éstas –que operan por clasificaciones y búsquedas mi­nuciosas– puede entorpecer el saber histórico es­tricto, compuesto de enuncia­bles que afirman o niegan algo del pa­sado. Tras la metodología previa de los instrumentos del saber, ha de venir la interpretación efectiva de un hecho hu­mano pretérito, que enuncie categóricamente en un juicio: «sucedió así».

La simple filología puede hacer perder una incalculable canti­dad de esfuerzo y trabajo sobre toneladas de documentos, con un rendimiento histórico escaso. No es todavía «historiador» el que simplemente es laborioso y se afana en los archivos. La determi­nación de la autenticidad y de la veracidad de documentos y testi­gos constituye, para el historiador, una labor preparatoria, un mero análi­sis de los hechos aislados o extraídos del fluir histórico. Pero aislar es abstraer. Hay que devolver el hecho a la totalidad, pues de otro modo carecería de sen­tido: hay que reconstituir o reconstruir la totalidad: «Si conocemos todos los he­chos –dice Cassirer– en su orden cronológico tendremos un esquema general y un esqueleto de historia pero no poseeremos su vida real. Ahora bien, el tema general y la meta última del conocimiento histórico es una com­prensión de la vida humana»[1]. De la vida humana pasada, claro es. Continuar leyendo

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