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Las causas del hombre en la historia, según Marx

 

Francisco de Goya ()

Francisco de Goya (1746-1828 ): “Saturno devorando a su hijo”. Saturno es el símbolo del tiempo que todo lo destruye, dibujado por Goya como un gigante avejentado con las fauces abiertas y los ojos en blanco, devorando el cuerpo sanguinolento del hijo. En cierta manera, refigura el tema de la revolución.

1. La reiterada presencia de Marx en nuestra cultura

En el año 1901 el pensador socialista francés Jean Jaurès expresaba de una manera vibrante el sentido emancipatorio y secularizante de la filosofía marxista de la historia:

«Sólo bajo una transposición hegeliana del cristianismo es como Marx se representa el movimiento moderno de emancipación. Al igual que el Dios cristiano se ha reba­jado hasta el fondo de la humanidad sufriente para elevar a la humanidad entera; al igual que el Salvador, para sal­var efectivamente a todos los hombres, ha debido redu­cirse a ese grado de despojo tan próximo a la animalidad, por debajo del cual no se podía encontrar ningún hombre; al igual que este abajamiento final de Dios era la condi­ción de la elevación infinita del hombre; así también en la dialéctica de Marx, el proletariado, el Salvador moderno, ha debido despojarse de toda garantía, desnudado de todo derecho, rebajado al plano más profundo de la nada histó­rica y social, para elevarse y elevar a toda la huma­nidad»[1].

Destaca Jaurès en estas expresiones un punto im­portante de la historiología dialéctica de Marx. Se trata de la inversión de la escatología cristiana me­diante la alteración materialista de la dialéctica de Hegel, haciendo del reino de Dios un reino del hom­bre: Pecado original y Redención se transmutan en Alienación y Revolución; asímismo, le atribuye al pro­letariado la misma misión redentora que Jesucristo tiene en el Evangelio.

Esta transmutación se deja ver en los análisis que Marx realiza sobre la actividad humana y las causas generales de la historia. Continuar leyendo

Origen y sentido del hilemorfismo

Javier Serrate (1969-): “Materia que busca la forma”. Con gran fuerza expresiva, pone atención a la materia que parece acoger los rastros técnicos del ser humano, aunque no se muestren de manera visual, lo cual permite que la intuición encuentre soprendentes caminos de expresión.

1. El llamado “hilemorfismo”

 

Se suele denominar “hilemorfismo” (del griego ὕλη, materia, y μορφή, forma) la explicación filosófica de la composición de los cuerpos en materia y forma, términos que no han de entenderse en el sentido descriptivo de la Física y demás ciencias positivas, sino en sentido filosófico. Aristóteles sentó las bases del hilemorfismo, respondiendo a las aporías de Parménides y de Heráclito respecto de las mutaciones sustanciales del cosmos. Posteriormente se ha consolidado con mayor número de argumentos. El tema suele estudiarse dentro de la parte de la Filosofía llamada Filosofía de la Naturaleza, al tratar de la estructura de los cuerpos y, concretamente, la esencia de los cambios que se dan en la naturaleza[1].

 

Origen histórico.- Se remonta a la problemática suscitada por los antecesores de Aristóteles; Parménides y Heráclito quedaron absorbidos por el doble problema de la unidad-pluralidad y el de la mutabilidad-permanencia de las cosas. Parménides negaba la pluralidad y la mutabilidad, afirmando la unidad y permanencia monolítica del ser: todo es y nada cambia. Heráclito sostenía que la unidad y la permanencia bajo las distintas mutaciones son algo ilusorio, por lo que sólo admitía la pluralidad y la mutabilidad: todo pasa, todo es puro devenir. Pero Aristóteles comprende que no se puede negar la mutabilidad del ente, y que hay que hacerla compatible en el cambio con la entidad; y esto es posible porque las cosas constan de acto y potencia. Hay potencia porque se da un sujeto capaz de múltiples mutaciones, permaneciendo siempre el mismo; hay acto, porque la capacidad de determinación está realizada por algo distinto de la potencia, por lo actualizante de la potencia. Así quedan superadas las aporías anteriores, pues se le da su realidad correspondiente a la pluralidad y a la unidad.

Aplicando estos principios a la realidad física, Aristóteles llega a explicar cómo los cuerpos constan de materia prima y forma sustancial. La materia prima es una sustancia incompleta que, como parte determinable, constituye el compuesto sustancial material. No es un principio ya “determinado” (quod), sino un principio determinante (quo), parte constitutiva de la sustancia; no es una sustancia completa, porque de suyo es siempre parte de una sustancia, determinable, indiferente a cualquier forma, ya que no da la determinación y la especificación del cuerpo; no es cuerpo, sino constitutivo del cuerpo, como su parte potencial y determinable. La forma sustancial es, entonces, la realidad que determina la indiferencia y potencialidad de la materia, actuando intrínsecamente sobre ella; es lo que actualiza o realiza la posibilidad de la materia en el orden sustancial; por tanto, es una sustancia simple e incompleta que, como acto de la materia, constituye con ella a la sustancia completa. La materia segunda es un cuerpo que está ya constituido en su propia especie y que está todavía en potencia para recibir otras determinaciones accidentales.

 

El hilemorfismo en la escolástica.- Tomó un nuevo sesgo, aunque el hallazgo fundamental anterior fue respetado; sobre todo, se opuso al dinamismo y al mecanicismo filosóficos.

La tesis del mecanicismo es que el mundo corpóreo está formado por una masa material, inerte y homogénea en sí misma; la diversidad de los seres no proviene de cualidades intrínsecas, sino de movimientos exteriores que agitan las partes de esa masa. El mecanismo geométrico de Descartes consideraba esa masa material como continua, haciendo de la extensión la esencia misma de los cuerpos; también las plantas y los vivientes son meros mecanismos complicados, carentes de cualidades activas. El mecanicismo atomista de Gassendi (s. XVII) afirmaba que tal materia es discontinua, compuesta de corpúsculos indivisibles o átomos separados por el vacío.

El dinamismo, en cambio, niega la extensión en favor de la actividad: los cuerpos están compuestos de fuerzas inextensas. La más célebre teoría dinámica es la de Leibniz, el cual veía en las mónadas fuerzas simples, inextensas, espirituales y desiguales; también Boscovich (1711-87) y Kant se adhirieron al dinamismo. El energetismo, de Meyer, March, Ostwald y Duhem, considera la energía como la última y única realidad sustancial de la materia, siendo, por eso, una teoría dinamista.

El hilemorfismo filosófico considera que las sustancias corpóreas no están constituidas por otras sustancias completas, materiales (atomismo) o espirituales (dinamismo), sino por principios físicos realmente distintos: uno, indeterminado, fundamento de la cantidad extensa y de la inercia, desempeña el oficio de potencia (materia prima); el otro, determinante, razón de ser de las propiedades y actividad específicas, desempeña el oficio de acto (forma sustancial). En este sentido el hilemorfismo fue ampliamente estudiado y desarrollado en la filosofía escolástica. El fundamento necesario del hilemorfismo es, a juicio de algunos modernos escolásticos, la realidad de las mutaciones sustanciales, donde se da corrupción de una forma anterior, generación o producción de una nueva forma y, finalmente, privación de la nueva forma a la que la materia está ya dispuesta antes de que esa forma advenga; tal privación es, por eso, una exigencia de nueva forma. Para otros, en cambio, el hilemorfismo puede defenderse sin acudir al supuesto de la diversidad esencial o sustancial en el mundo inorgánico. Procuraremos a continuación exponer con la mayor imparcialidad los principales argumentos propuestos y las críticas que los mismos escolásticos les han hecho.

 

3. La diferencia esencial de los cuerpos elementales.- Para los modernos escolásticos mencionados, cuerpo es un ente extenso y activo, divisible e impenetrable ordinariamente. El cuerpo elemental es aquel que no se compone de cuerpos de diversa especie y ni aun por análisis podría resolverse en otros de diversa especie. El cuerpo mixto, en cambio, se compone de cuerpos de diversa especie, no por simple agregación, sino por combinación química. Los cuerpos elementales suman hoy más de cien. Estos cuerpos difieren esencialmente entre sí; la mayoría de ellos son de diversa especie, aunque no todos. Estos cuerpos simples tienen propiedades físicas y químicas completamente diversas, pero de modo fijo y constante.

Bastaría fijarse en la tabla de los elementos de Mendelejeff para percatarse de la gran diversidad de propiedades: número atómico, peso atómico, valencia, oxidación, densidad, etc. Aunque algunos cuerpos tienen propiedades semejantes a las de otros, el tipo de propiedades es muy distinto en todos ellos. Estas propiedades, además, no son aditivas, sino constitutivas: de ser aditivas, aumentarían o disminuirían proporcionalmente con los elementos aditivos (peso atómico, número atómico, etc.), cosa que no ocurre. Si consideramos las columnas verticales de la tabla de Mendelejeff, veremos que algunas tienen el mismo grado de oxidación y de hidrogenación, la misma valencia, aunque son diversos los estratos de electrones, el número atómico y el peso atómico; por tanto, sus propiedades no dependen de elementos aditivos. Si consideramos los períodos horizontales, veremos que se conserva el número de los estratos de electrones, aunque el peso atómico, la valencia, la oxidación y la hidrogenación varían; por tanto, la propiedad que consiste en el número de estratos y de órbitas no depende de elementos aditivos, sino constitutivos. Pues bien, estas propiedades diversas y constantes exigen una entidad esencialmente distinta, deben tener una razón suficiente en el núcleo entitativo de la sustancia. Así, pues, los cuerpos elementales convienen en el aspecto genérico de cuerpo, pero difieren sustancialmente en el aspecto específico. El fundamento intrínseco y último de tal conveniencia y de tal diferencia se encuentran en la composición hilemórfica.

En los cuerpos elementales se da una mutación sustancial de un elemento en otro; el ciclotrón, el bevatrón y el sincrotón desintegran los átomos en sus corpúsculos (protones, electrones, deutrones, neutrones). Estos corpúsculos pueden ser acelerados hasta alcanzar la velocidad de la luz, irrumpiendo contra el núcleo de otros átomos. En esa colisión los átomos dejan de ser lo que eran, para convertirse en elementos isóbaros u otros distintos (así, el platino se convierte en oro, el aluminio en helio y fósforo, etc.). En los cuerpos se dan, pues, dos géneros de mutaciones: unas en que los cuerpos se combinan sin mutación esencial de los elementos; otras en que un elemento se convierte en otro nuevo. Pues bien, si los elementos se distinguen sustancialmente, al modificarse uno en otro, la mutación es sustancial. Y esa transformación es ininteligible sin una forma sustancial nueva; en esas transformaciones se adquiere una nueva especificación, perdiendo la anterior, y sólo la especificación esencial proviene de la forma sustancial. De estos mismos hechos se desprende la existencia de un sujeto permanente potencial: en toda transformación se da un sujeto permanente, pues de lo contrario no habría mutación, sino aniquilación y creación sucesivas. Tal sujeto es potencial, ya que en esas mutaciones sustanciales el sujeto se ve actuado por formas diversas, es decir, el sujeto puede recibir aquellas formas, y en esto estriba su carácter potencial. Este sujeto potencial es la materia prima, entendida por lo menos en un sentido muy amplio. En efecto, la materia prima es el último sujeto permanente de las mutaciones sustanciales y coincide plenamente con aquel sujeto permanente y potencial que se mantiene en las mutaciones sustanciales. Es verdad que de estos hechos no se puede llegar a concluir la presencia de una materia prima en sentido estricto; la materia prima, en sentido estricto, es el sustrato de las mutaciones y carece de toda especificación y dinamismo. De los hechos arriba citados se desprende que hay un sustrato sustancial, permanente y potencial, pero no consta que tal sustrato, o materia segunda, no tenga una estructuración corpuscular; pues bien, aunque sea completo en su propio orden, tiene una capacidad pasiva de recibir diversas formas.

El argumento arriba propuesto es la versión moderna del que mantenían los filósofos medievales sobre las propiedades contrarias de los elementos. Los antiguos sostenían que estamos ante un cambio sustancial cuando, antes y después del cambio, se dan propiedades contrarias. Cuando el agua, que tiene la propiedad de tender hacia abajo, se convierte en aire, que tiende hacia arriba, se daría una mutación sustancial. Algunos ponen como reparo, a la forma antigua y moderna de este argumento, el que, según ellos, la concepción de las propiedades contrarias o diversas no tiene valor. En la física moderna, toda propiedad física se define por un procedimiento de medida; mas como todos los procedimientos de medida son aplicables a todas las porciones de materia, entonces todos los cuerpos tienen todas las propiedades, pero, en diferentes medidas, con lo cual, un cambio de grado no entraña necesariamente un cambio de naturaleza. El punto débil de este reparo sería: ¿hasta qué punto unas medidas físicas sirven para determinar la esencia de unas propiedades?

 

4. La nutrición de los vivientes.- Los alimentos orgánicos de que se alimenta el ser vivo quedan transformados en sustancias nuevas y vitalizadas; lo que no era mío queda transformado en mío; la sustancia de pan se convierte en mi sustancia. La sustancia que cambia no es simple, comporta determinabilidad (materia) y determinación (forma), una capacidad de poseer una propiedad y después otra diversa o contraria, junto a un modo de ser actual y determinado.

Una de las críticas que se le han hecho a este argumento es que no se puede comprobar que la nutrición lleve necesariamente consigo la generación y corrupción de sustancias, o sea, una transformación sustancial. En ésta es preciso que después de la mutación no estemos en presencia de las mismas sustancias que había antes de ella.

Otra consideración que suele hacerse es que, en la nutrición, los cuerpos inorgánicos se hacen materia viva sin dejar su propia determinación específica, sino adquiriendo una nueva forma vital. Con la muerte, los cuerpos vivos se hacen no-vivos, sin perder toda su determinación sustancial, sino perdiendo la forma del viviente; con la cual no estaríamos ante una materia prima, sino ante una materia segunda. La cuestión así planteada, depende de que se considere el aspecto material como conjunto de muchas sustancias o no; es decir, de que el conjunto de los elementos o cuerpos elementales se considere como una única sustancia o como tantas sustancias como elementos, de lo que ya se ha hablado antes.

 

2. Determinación y determinabilidad de los seres mundanos

 

1. La multiplicidad de sustancias de una misma especie.- Es un hecho incontrovertible que existe una multiplicidad de individuos en una misma especie, o sea, que hay seres que tienen la misma esencia o definición. Entonces un ser es individuo (dividido) por algo distinto de su esencia; de otro modo habría tantas especies como individuos. Luego hay un principio de determinación (forma) que constituye al individuo dentro de una misma especie, y un principio de determinabilidad (materia) por el que la esencia o especie es multiplicada en una pluralidad de individuos. El «principio de individuación», decían los escolásticos, es la materia. La esencia o especie es multiplicada en una pluralidad de individuos; y la esencia o especie no puede ser determinación pura, porque no podría multiplicarse. Si la esencia «hombre» fuera determinación pura, no compuesta de indeterminación, no podría haber «dos» hombres. «Ser hombre» significaría «ser lo que soy yo», y en mí se agotaría la esencia «hombre»: no habría más hombres. Mas si en realidad hay por lo menos «dos hombres», entonces la esencia hombre no es determinación pura, sino que está mezclada intrínsecamente de indeterminación.

La dificultad de este argumento es parecida a la del anterior: estriba en encontrar en el mundo estrictamente material lo que constituye una sola sustancia. Pero no es difícil aplicar al mundo material el mismo razonamiento que se ha hecho para el caso del hombre.

 

2. Oposición entre pasividad y actividad, divisibilidad y cohesión.- Los cuerpos elementales en los átomos y corpúsculos (protones, electrones, fotones, etc.) tienen una propiedad estrictamente pasiva (ligada siempre a la cantidad y a la extensión) y también propiedades activas (que se dan con el movimiento físico). Tales propiedades tienen que fundamentarse en un respectivo principio sustancial último, pues siendo completamente irreductibles y diversas, postulan principios distintos e irreductibles. El hecho mismo de la divisibilidad y de la cohesión nos llevaría al mismo resultado. La divisibilidad pertenece a la materia, pues el cuerpo es de suyo cuantitativo, es decir, divisible. La cohesión es debida a la forma sustancial, pues si la divisibilidad tiende a la dispersión del ente en sus íntimas partículas, o sea, a la destrucción del ente corpóreo y continuo, entonces tiene que haber un vínculo cohesivo, distinto realmente del principio de divisibilidad, para que el ente no se disperse.

La principal dificultad que se opone a este argumento viene de los aspectos de divisibilidad y de cohesión, de pasividad y de actividad. Sin embargo, ha de considerarse que la distinción real entre dos principios puede ser física o metafísica; en el primer caso, los principios son separables físicamente; en el segundo, aunque los principios se distingan realmente, no son físicamente separables, lo que sería el caso de la materia y de la forma.

 

3. El ser espacio-temporal, esencialmente compuesto.- Todo ser material existente está determinado por una localización en el espacio y en el tiempo. Entonces, todas las propiedades físicas tienen que reducirse al módulo de las determinaciones espacio-temporales. En primer lugar, estas determinaciones no son exigidas por la esencia del ser material; ellas cambian y pasan continuamente, sin transformar la esencia del ser material, el cual se hace distinto sin ser otro (cambio accidental). Se ve así que el ser material tiene capacidad de pasar a ser de un modo distinto, sin dejar de ser él mismo. Aunque le faltara una acción que le viniera de fuera, estaría sometido al cambio de la temporalización, a la duración, por la cual se hace en cada instante de un modo distinto a como era antes. El ser material sometido a la duración no puede ser simple, pues todo lo que es simple es necesaria y constantemente todo lo que es, o si no, no es. Pero no hay aquí una composición accidental formada de dos seres compuestos y yuxtapuestos, pues es el mismo ser el que es y el que cambia. La composición es metafisica y resulta de la unión de dos co-principios de ser que constituyen un solo ser complejo. El principio de determinación o forma sustancial explica que el ser material sea y siga siendo, en las sucesivas modificaciones, de una esencia determinada. El principio de determinabilidad o materia prima explica la sujeción de la esencia al cambio, a las modificaciones accidentales.

Algunos escolásticos niegan la validez de este argumento. No es contradictorio que el cuerpo esté totalmente en reposo. Si la afirmación de que el cuerpo está por esencia en un devenir espacio-temporal, significa que está sometido a mutaciones sustanciales, en las que permanece una parte sustancial (materia) y se adquiere otra parte sustancial (forma), entonces estamos ante una premisa que se debe probar y no ante una conclusión. La esencial aptitud de un cuerpo al devenir espacio-temporal sólo implica una composición accidental.

 

Una aclaración final. Los escolásticos explicaban que la “materia prima” contribuye a la “educción” (eductio) de las formas sucesivas que van apareciendo: Formae educuntur de potentia materiae.  No es que tal materia figure como un “saco” o “maleta” llena de formas sustanciales ya existentes en acto, aunque fuese de modo inacabado. Más bien, el aforismo citado significa que una forma sólo es producida en “tal” materia, pues depende de una materia concreta ya dispuesta por la alteración de las anteriores propiedades y abierta a la forma nueva.

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NOTAS

[1]     J. Bellido, Los cambios sustanciales y la ciencia moderna, «Salmanticensis» 3 (1956) 90-136. P. Descoqs, Essai critique sur l’hylémorphisme, París 1924 (cap. I-II). D. Dubarle, L’idée hylémorphique d’Aristote et la compréhension de l’univers, «Rev. des sciences philosophiques et théologiques» 36 (1952) 3-20, 205-230. J. Echarri, Autocrítica histórica del hilemorfismo, «Pensamiento» 8 (1952) 147-186. M. Fatta: “Ilemorfismo e física contemporánea”, Divus Thomas Piac, 38 (1935) 523-536; 39 (1936) 143-152; 229-242. G. Fraile: “En torno al problema de la materia”, Ciencia Tomista, 61(1941), 245-272; 62(1942), 232-258; 63(1942), 312-328. J. Hellín, Sistema hilemórfico y ciencias modernas, «Pensamiento» 12 (1956) 53-64; R. Masi, Le prove dell’ilemorfismo ed il loro significato metafísico, «Aquinas» 2 (1959) 60-94; J. M. Marling, “Hylemorphism an the Conversion of Mass in to Energy”, New Scholasticism 10(1936), 311-323. H. Straubingern, “Quantenphysik und Metaphysik”, Philosophisches Jahrbuch, 60(1950), 306-322.

 

 

Forma: su naturaleza

Salvador Dalí (1904–1989): “Nacimiento del nuevo hombre”. Fiel a su estilo surrealista, Dalí describe un universo simbólico que responde a la virtualidad inmensa de la forma, de la vida incipiente, de la esperanza.

  1. El orden ontológico, el orden lógico, el orden gnoseológico

Etimológicamente “forma” significa el aspecto exterior de una cosa, su aire, su apariencia. Pero cabía distinguir entre figura y forma, expresando aquélla el perfil o contorno de un objeto, el aspecto externo, pasando entonces la forma a significar el aspecto interno, la esencia. Es más, el primer concepto conduce al segundo, pues si el aspecto externo distingue a una cosa de las demás, constituyendo su fisonomía patente, es porque responde a una estructura interna, a una figura latente e invisible, captable sólo por la mente. De aquí que la forma signifique, en su sentido metafísico, aquello que hace a la cosa ser lo que es. En su connotación a la patencia y visibilidad traduce el griego μορφή y el latín forma; en su connotación a lo latente e invisible, traduce el griego εῖδος y el latín species o genus[1]. En cuanto a su repercusión estrictamente filosófica, se pueden distinguir tres enfoques de la forma:

  1. Absolutización objetiva, como principio ontológico;
  2. Absolutización subjetiva, como principio lógico-gnoseológico
  3. Proyección objetivo-subjetiva, como co-principio gnoseológico-ontoló­gico.

Es de advertir que, en cualquiera de estos tres enfoques, la forma conserva una doble función: determinante y unificante. Determinante, porque la forma determina y reduce lo ilimitado e indeterminado, lo amorfo e indefinido, que haría función de materia. Unificante, pues la forma ordena la multiplicidad y dispersión material, configurando una síntesis con significación y sentido, confiriendo a los objetos una jerarquía y unas relaciones de subordinación y dependencia, las cuales garantizan una legalidad constante. Por esas dos funciones, la forma da consistencia universal e intemporal a los objetos, proviniendo de ella la dimensión necesaria y universal que requiere la ciencia[2]. Continuar leyendo

Naturaleza y cosas naturales, según Juan Poinsot

Joseph Anton Koch (1768-1839): “Naturaleza alpina”. Recrea un amplio paisaje natural. Sus lienzos reflejan un contenido romántico en formato neoclásico, buscando la armonía entre el hombre y la naturaleza y relacionando los conflictos dramáticos con la naturaleza.

EXPLICACIÓN DE LA DEFINICIÓN DE NATURALEZA

Traducción de la Philosophia Naturalis, I, q. IX
Joannes a Sancto Thoma (Poinsot)

La mayoría de los autores consagra varias acepciones a la palabra naturaleza. Pero Santo Tomás, partiendo del texto 5 del libro V de Metafísica de Aristóteles, da a conocer sus acepciones en STh I, q. 29, art. 1 ad 4m, y explica la analogía de este nombre del modo siguiente:

“El nombre de naturaleza se ha empleado para indicar, sobre todo, la generación de los vivientes llamada nacimiento. Y dado que una generación de esta índole brota de un principio intrínseco, este nombre se extendió para indicar el principio intrínseco del movimiento. Y así es definida la naturaleza en el libro II de la Física. Y como este principio es el formal o el material, tanto la materia como la forma son llamadas naturaleza. Dado que por la forma se completa la esencia de una cosa cualquiera, la esencia de cualquier cosa, indicada en su definición, es llamada naturaleza. De ahí que Boecio diga que la naturaleza es la diferencia específica que informa cada una de las cosas. La diferencia específica, pues, es la que completa la definición y la que es asumida por la forma propia de la cosa”.

Así pues, la naturaleza tomada en términos absolutos y sin adicción alguna es definida de estos cuatro modos, explicados en la definición:

-primero, como nacimiento;
-segundo, como principio de movimiento o de generación;
-tercero, como materia o forma;
-cuarto, como esencia. Continuar leyendo

Fin y finalidad

Joseph Mallord William Turner (1775-1851), «Puesta de sol». La paleta cromática del pintor, de una gran independencia artística, muestra en esta puesta de sol un referente luminoso que es simbólicamente como el fin, la dirección de quienes hacen su navegación vital en un mundo tecnificado que, a pesar de todo, no es dominado por el hombre.

  1. Terminología y problemas filosóficos

Acepciones del término.- El “fin” traduce el griego τέλος (de aquí, teleología) y el latín finis (teleología y finalidad son equivalentes). Ambos vocablos expresaban la idea de límite, término o cumplimiento. Por tanto, el fin es, en su raíz etimológica, tanto la delimitación de algo o lo que termina algo, como su horizonte o a lo que se dirige un dinamismo para completarse o terminarse. Por otro lado, en sentido temporal es el «momento final»; en sentido espacial, es «límite» o determinación; en sentido intencional, es el cumplimiento de un propósito u objetivo.

Toda la problemática suscitada por la noción de fin no arranca de su carácter de término de una acción, lo producido por el agente, sino de aquello a lo que se dirige la acción, como término de una intención: lo perseguido por el agente, lo que se intenta o pretende. Es aquello por lo que el agente se determina a obrar; es el principio de la acción: aquello por lo que algo es hecho. De este modo, el fin aparece como nudo entre el orden efectivo y el orden intencional. De un lado, el fin-efecto, o «término»: el fin del orden efectivo es el remate de la operación. De otro lado, el fin-causa, o «principio»; sólo es causa cuando, hecha abstracción de que sea término de la obra, el agente lo toma como término de la tendencia y lo hace objeto de sus pretensiones. Tal pre-tensión es previa a aquella otra tensión que acaba en el efecto. El fin-causa es el principal determinante de una pretensión del agente, algo que solicita a éste, que lo atrae: el fin en el orden intencional es como una luz en la operación; es un principio que llama e invita a la causa eficiente para que se mueva a lograrlo. De este modo, el fin-causa (causa final) se remite a la causa eficiente: la índole propia del fin estriba en que mueve o invita a la causa eficiente a que opere y, por tanto, desde el principio dirige su actividad. Sin embargo, la moción que ejerce el fin proviene de su bondad o valor; la fuerza causativa del fin no es otra que la fuerza causativa del bien. El fin esencialmente atrae hacia sí a la causa eficiente; y mediante la causa eficiente se determina a existir[1]. Continuar leyendo

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