Unamuno concentra en la doctrina del destino final del hombre y del mundo, o sea, en la escatología, su esfuerzo de explicación metahistórica. Punto éste que eleva su esfuerzo historiológico muy por encima del apuntado por Ganivet. Parte del hecho de que el hombre de carne y hueso posee un deseo radical y permanente de eternizarse, lo cual cumple aplicándose a su vocación civil (culminación cultural); pero esto es insuficiente, ya que debe laborar también y sobre todo por la unión de todos en Dios, o sea, ha de cooperar en la apocatástasis (culminación metafísica). De aquí arranca la tarea que le toca a España desempeñar en el conjunto de naciones (su misión histórica), que no es otra que la de mantener, expresar y enseñar a todos los pueblos los contenidos presentes en la tensión entre dialéctica cultural y dialéctica metafísica.
El filósofo vasco siente dolorosamente el problema de la continuidad de su ser espiritual, «problema que no es en el fondo otro que el de la inmortalidad del alma». Y este problema lo traslada a los pueblos, pues a su juicio, un pueblo «que no se cree inmortal, como tal pueblo, está perdido para el espíritu»[1]. Y aquí entra la historia para determinar su carácter de pueblo en la continuidad y en la inmortalidad. La vida física es lucha; la vida espiritual también es lucha, pero contra el eterno olvido[2].
Hay dos tipos de eternidad: la eternidad en la historia y la eternidad más allá de la historia. La primera es la fama : lucha contra el olvido. La segunda es la salvación: lucha contra la memoria. Continuar leyendo