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La riqueza filosófica de las Escuelas Españolas del Siglo de Oro

Fachada principal de la Universidad de Salamanca (s. XVI): “Rana encima de una calavera”. Terminando el primer cuerpo de la fachada, en la pilastra de la derecha hay labradas a modo de capitel tres calaveras: las de los tres hijos de los monarcas, infantes que fallecieron antes de la construcción de la fachada (Isabel, María y Juan); la que está en la izquierda simboliza al príncipe Juan y porta encima una rana que simboliza al médico que no pudo salvar la vida del heredero. Con mucha frecuencia los visitantes pierden mucho tiempo buscando ese ornamento, pasando por alto la asombrosa riqueza estética de todo el monumento. El caudal especulativo de la Escuela de Salamanca está representado por el todo arquitectónico; quedarse en un detalle, interpretando el todo por la parte, es un modo de desenfocar u olvidar la opulencia sapiencial de esta Escuela. Decía Unamuno: “No es lo malo que vean la rana, sino que no vean más que la rana”.

Fachada principal de la Universidad de Salamanca (s. XVI): “Rana encima de una calavera”. Terminando el primer cuerpo de la fachada, en la pilastra de la derecha hay labradas a modo de capitel tres calaveras: las de los tres hijos de los monarcas, infantes que fallecieron antes de la construcción de la fachada (Isabel, María y Juan); la que está en la izquierda simboliza al príncipe Juan y porta encima una rana que simboliza al médico que no pudo salvar la vida del heredero. Con mucha frecuencia los visitantes pierden mucho tiempo buscando ese ornamento, pasando por alto la asombrosa riqueza estética de todo el monumento. El caudal especulativo de la Escuela de Salamanca está representado por el todo arquitectónico; quedarse en un detalle, interpretando el todo por la parte, es un modo de desenfocar u olvidar la opulencia sapiencial de esta Escuela. Decía Unamuno: “No es lo malo que vean la rana, sino que no vean más que la rana”.

1.    PRESENTACIÓN

 

El Proyecto de investigación que durante una larga década (1998-2011) he dirigido en la Universidad de Navarra sobre las Escuelas Españolas del Siglo de Oro[1], en los siglos XVI y XVII, pretendía estudiar y dar a conocer aquellas categorías filosóficas que, presentes en la actualidad, fueron ya discutidas y profundizadas interdisciplinar­mente por esas Escuelas con un rigor altamente sis­tematizado y vanguardista: especialmente asentadas tanto en la Universidad de Salamanca (con Vitoria, Soto, Medina, entre otros muchos), como en la Universidad de Coimbra (con Molina y Suárez, entre otros muchos). De alguna manera, otras instituciones universitarias españolas, como la de Alcalá, fueron inspiradas por aquellos pensadores.

En todo su desenvolvimiento histórico es preciso destacar el influjo del fundador de la Es­cuela de Salamanca, Francisco de Vitoria, quien se caracterizó por la modernidad de algunos de sus planteamientos, los cuales, con el descubrimiento del Nuevo Mundo, dieron origen, por ejemplo, a la revisión de  básicas ideas antropológicas y jurídi­cas antiguas, transformando la conciencia política de Europa, supe­rando en muchos aspectos la mentalidad medieval y proponiendo un cuadro de derechos y deberes del hombre, como ser individual y social, en toda clase de pueblos, dentro de una comunidad univer­sal («totus orbis»). El Siglo de Oro español quedó animado por el espíritu de Vitoria.

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Intimidad y contemplación, según los clásicos espirituales

Antonio Díaz Cazalla: «Mirando el horizonte». El óleo recrea una atmósfera de tranquilidad culminante y el sosiego de una persona que mira el horizonte, como una invitación a contemplar y trascender.


1. La posible «gradación» de la intimidad

 

1. Mientras la intimidad se va constituyendo con el logro de aquellas actitudes vitales que son radicales en la otreidad social –como el amor, la esperanza, la justicia, la vergüenza, el agradecimiento, etc.– comparece también la necesidad humana de colmar una tensión de otreidad suprasocial, hacia el absoluto otro. Porque el prójimo es un absoluto, pero no “el absoluto” divino por excelencia. Precisamente el logro de la más alta cumbre de la intimidad acontece, según el neoplatónico Dionisio Areopagita, purificando la mente de todas las formas creadas, no sólo por exclusión de errores e imaginaciones, sino por remoción de formas espirituales[1]. Porque a las cosas divinas se sube por tres grados: “el primero es abandonando el sentido; el segundo, abandonando las imágenes; y el tercero, abandonando la razón natural”[2].

Para aclarar el concepto de intimidad –en esa línea de otreidad suprasocial– es interesante recoger las indicaciones y sugerencias psicológicas transmitidas por la tradición mística occidental. Son pautas que exigen ser sistematizadas. Aunque no es posible hacer aquí un elenco de tales testimonios[3], baste citar uno de los más vibrantes, el de Las Moradas de Santa Teresa de Jesús: “Considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos […]. Pues consideremos que este castillo tiene –como he dicho– muchas moradas, unas en lo alto, otras en bajo, otras a los lados, y en el centro y mitad de todas estas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma […]. Pues tornando a nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de ver cómo podremos entrar en él. Parece que digo algún disparate; porque si este castillo es el ánima, claro está que no hay para qué entrar, pues se es él mismo; como parecería desatino decir a uno que entrase en una pieza estando ya dentro. Mas habéis de entender que va mucho de estar a estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo –que es adonde están los que le guardan– y que no se les da nada de entrar dentro ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar ni quién está dentro ni aun qué piezas tiene”[4]. Vertido en un esquema teórico lo expresado en estas líneas de las Moradas, se concluye en síntesis que los elementos psicológicos con que se configura el «alma» están jerarquizados –hay distintos niveles– y orientados a un centro. Continuar leyendo

Tomás de Jesús (1563-1627): Semblanza biográfica

El primer tomo de Opera Omnia de Tomás de Jesús se publicó en 1684

No es fácil entender en perspectiva histórica la profunda reflexión teórica que el baezano Diego D’Ávila Herrera (Tomás de Jesús, en su Orden) sostiene en el Siglo de Oro para proyectar claridad psicológica en el denso fenómeno místico. Una reflexión que pudo iniciar ya en su período de estudio en las Universidades de Baeza, Salamanca y Valladolid, leyendo lo más espigado de la Patrística, los escritos neoplatónicos de Dionisio Areopagita (muy citados en aquellas aulas entonces, como Los nombres divinos, La jerarquía celeste y La teología mística), San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino, así como las obras manuscritas de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, entre otros muchos autores. A finales del siglo XVII era considerado, con Santa Teresa y San Juan de la Cruz, la persona que mejor representaba al Carmen Descalzo[1]. Y por su reconocido prestigio intelectual algunos investigadores recientes han llegado a atribuirle la redacción de comentarios al Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz[2].

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