Paolo Veronese (1528-1588): “El joven entre la virtud y el vicio”. Con una técnica que usa el empaste ligero y el resalte de transparencias, le interesa la perfección del dibujo: un joven con talante serio y tenso se mueve entre dos posibilidades existenciales: la positiva y la negativa. La escena está enmarcada en un rico y suave colorido, preferentemente de tonos grises, plateados, azules y amarillos. Los fastuosos trajes son propios de un ambiente suntuoso.

Paolo Veronese (1528-1588): “El joven entre la virtud y el vicio”. Con una técnica que usa el empaste ligero y el resalte de transparencias, le interesa la perfección del dibujo: un joven con talante serio y tenso se mueve entre dos posibilidades existenciales: la positiva y la negativa. La escena está enmarcada en un rico y suave colorido. Los fastuosos trajes son propios de un ambiente suntuoso.

Las virtudes humanas forman un orden, un organismo psicológico  

 

Santo Tomás recibe de una larga tradición –griega, romana, patrística– suficientes piezas psicológicas y elementos morales que le sirven para construir su doctrina de las virtudes cardinales. Pero todo ese caudal es inmediatamente aglutinado y ordenado jerárquicamente bajo una forma nueva, de modo que su modulación expresa también la originalidad de todo su sistema, alentado por una visión analógica de lo real.

El conjunto de virtudes adquiridas es propiamente un organismo, a la vez psicológico y moral. O sea, la pluralidad de virtudes no expresa una suma de elementos atomizados, sino una unidad de orden y, por lo tanto, una pluralidad jerarquizada, conforme a una relación posicional respecto a algo primero y principal. A ese orden de las virtudes le cabe el nombre de unidad analógica. Lo cual significa que las virtudes cardinales –prudencia, justicia, fortaleza y templanza– no convienen entre sí unívocamente, sino analógicamente. Pero no con la superficial analogía que resulta de una denominación extrínseca –que le asignara desde fuera un orden–; sino con una intrínseca y real analogía, porque en el hombre virtuoso –o lo que es igual, en una personalidad bien formada– varias fuerzas morales se refieren a una principal, guardando una disposición jerárquica. Cada una de las virtudes, en este caso, viene a ser parte o modo de un todo dinámico. De una manera precisa, y con abundantes textos, Santiago Ramírez aclaró esta índole analógica del organismo de las virtudes, en su libro De ordine[1], a cuyas páginas me remito en la esta exposición. Continuar leyendo