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Por naturaleza: el sentido de Antígona según Hegel

Antígona tiene el coraje de enfrentarse a las decisiones de Creonte, quien había prohibido dar sepultura a Polínice, hermano de Antígona. Esta decide rendir homenajes fúnebres a su hermano, a costa de su propia vida. La obra de Sófocles plantea la cuestión de si deben obedecerse las leyes humanas o las divinas, si son más importantes las leyes escritas que las no escritas. Un tema de actualidad.

 1. La tragedia de Antígona

La tragedia de Antígona, magistralmente concebida por Sófocles en Atenas 441 años a.C., significaba para Hegel el más alto presenti­miento que el mundo antiguo tuvo sobre el sentido ético de la mujer en la familia. Densas páginas de la Fenomenología del Espíritu (con­cretamente los dos primeros títulos completos de la penúltima parte, dedicada al espíritu o Geist) se proponen desentrañar ese sentido.

Dicha tragedia comienza en el momento en que Creonte manda honrar pomposamente el cadáver de Etéocles y prohibe ente­rrar el cadá­ver de Polínice, condenado a ser pasto de animales carro­ñeros[1].

Antígona es el paradigma de la «piedad» (eusébeia)[2], del culto a la unidad de la familia. Siente la necesidad imperiosa de dar sepultura a ese hermano sublevado contra la «patria», pues el acto de enterra­miento es el modo de devolver el muerto a los ancestros, al ámbito de su familia. Por la noche, aprovechando un descuido de la guardia, cu­bre de tierra el ca­dáver; pero es sorprendida y llevada ante el rey. Continuar leyendo

El fracaso de ser uno mismo: Apunte sobre Nietzsche

José de Ribera (1591-1652): “Sileno ebrio”. Con estilo naturalista y una estética colorista, pinta a un Sileno que se aferra a la copa, la única realidad que aparentemente le presta seguridad, en cuanto que es continuamente colmada de vino.

 

 1.     Del sueño apolíneo a la embriaguez dionisíaca

La concepción moderna de la historia responde, según Nietzsche, a la medida de las masas adocenadas: el proceso que esa historia traza viene a ser un sistema universal del egoísmo racional del Estado que, con su poder militar y policial, proyecta un camino fácil hacia la instauración de la mediocridad. Por eso Nietzsche exige, en primera instancia, que la historia se piense desde las grandes individualidades:

«Un día llegará en el que las masas no sean ya tomadas en consideración, sino de nuevo los individuos, que son una especie de puente sobre el río tumultuoso del de­venir. Estos no siguen un proceso, sino que viven temporalmente […] como la re­pública de los geniales; un gigante llama a otro gigante a través de los desiertos inte­respacios de tiempo […] La meta de la humanidad no puede estar al final, sino sólo en sus más altos ejemplares»[1].

Pero, una vez utilizado el genio o el gran individuo para barrer el sentido racional del Estado, paradójicamente Nietzsche indica que el des­tino supremo de todos los hombres está en la comunión irracional y en la indistinción natural dentro  de un mundo dionisíaco. En un texto del Nacimiento de la tragedia señala la meta que el hombre debe conseguir en el mundo para sentirse lleno y perfecto, mediante una transformación es­catológica, similar a la preconizada por los joaquinistas del siglo XII en el «Evangelio eterno», evangelio de la alegría y de la plenitud del gozo:

 «Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo se renueva la alianza (Bund) entre los seres humanos: también la naturaleza enajenada, hostil o subyugada celebra su fiesta de re­conciliación (Versöhnungsfest) con su hijo perdido, el hombre.[…]. Ahora, en el «evangelio de la armonía universal», cada uno se siente no sólo reunido (vereignigt), reconciliado (versöhnt), fundido (verschmolzen) con su prójimo, sino uno (eins) con él, cual si el velo de Maya estuviese desgarrado y ahora sólo ondease de un lado para otro, hecho jirones, ante lo misterioso Uno-Primordial (UrEinen). Cantando y bai­lando manifiéstase el ser humano como miembro de una comunidad (Gemeinsamkeit) superior […][2]. Continuar leyendo

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